Aquella relación pasó a la historia meramente como un escándalo.
La historia de la humanidad tiene la peculiaridad de explicarse de mil maneras, entre ellas a partir del amor y sus devaneos. Y la historia mexicana, por supuesto no es la excepción. Sus páginas se encuentran repletas de pasajes en que se da cuenta de ello, siempre meciéndose en los límites de lo público y lo privado. Entre éstas destaca la relación del expresidente Gustavo Díaz Ordaz y la cantante Irma Serrano, La tigresa.
Su relación está llena de rumores y hechos del dominio público, como aquel en que en medio de golpes y empujones la Tigresa fue bajada por miembros del Estado Mayor de un avión que viajaría a Monterrey. Situación más que extraña si se considera que horas más tarde la aeronave explotaría antes de llegar a Monterrey. En él viajaban el líder priista Carlos Madrazo, quien muchos lo colocaban como presidente del país como sucesor de Díaz Ordaz; además del tenista Rafael “pelón” Ozuna, una de las mejores raquetas que ha tenido este país.
A mediados de 1969, corrió el rumor sobre la relación que sostenían el presidente Díaz Ordaz e Irma Serrano. Dicho por ella misma, “lo conocí en una de tantas reuniones de políticos. Aquel personaje era un don nadie pero llegó a ser el gusano mayor para regir los destinos del país durante seis años. Descubrí que era más atractivo de lo que me imaginaba, no de su físico del cual han hecho tantas bromas, sino por su intelecto. Tenía una personalidad un tanto especial: simpático, duro a veces, determinante y necio igual que yo”. Básicamente su relación se confinó a “cuatro paredes”, en las casas de ella, la del Pedregal y la de las Lomas, donde se unían las buenas conversaciones, los coloquios amorosos y una que otra tarde de televisión.
Todo parecía indicar que la relación entre ellos marchaba sobre ruedas, sin embargo, la situación cambió cuando, según la artista, la Primera Dama, a través del Secretario de Gobernación, intervino para boicotear sus proyectos cinematográficos, discográficos y televisivos. Después de cinco años y medio, la relación amorosa terminó. Serrano, “dolorida” por el hecho preparó un numerito final.
Una noche se vistió con un traje folclórico, alquiló un mariachi y se enfiló a la casa presidencial para dar una serenata a la esposa del presidente por su cumpleaños. “Firme, Irma, firme, me dije a mí misma para recuperar el valor que se me andaba queriendo huir”. Habiendo localizado la ventana del lecho presidencial Serrano dio órdenes al mariachi para iniciar las notas de la canción que ella misma había compuesto para la ocasión:
Yo trataba a un casado
pero ya se me acabó.
Su mujer lo había celado
con todas, conmigo no.
Díaz Ordaz salió de la casa para encarar la sorpresa y agradeció a la “señora”. Serrano le dio un “bofetón” que le lastimó la retina. Los guardias y militares cortaron cartucho para resolver la afrenta, pero el ciudadano presidente les marcó el alto. Serrano y su mariachi abandonaron Los Pinos para esperar lo peor. No pasó nada y posteriormente hicieron las paces.
Pero en el ánimo rencoroso de Díaz Ordaz quedaría grabada la afrenta. Durante una conferencia de prensa al ser nombrado Embajador de México en España, el ex presidente se refirió a su relación con Serrano como una experiencia con una “totonaca”. Años después, Irma utilizaría esta ofensa dolorosa como una justificación para detallar y publicar su relación con el presidente en sus dos volúmenes de memorias A calzón quitado y A calzón amarrado.
Sin embargo, aquella relación pasó a la historia meramente como un escándalo, el cual no tuvo mayor impacto. La tigresa siguió su carrera de cantante, pésima actriz y peor aspirante política. Pero los devaneos amorosos entre la clase política no terminaron ahí y continuaron hasta nuestros días, siempre trastocando la frontera entre lo público y lo privado.