A Iñaki Berenzon con amor, en el festejo de su nacimiento.
Boris Berenzon Gorn
Durante la última década, las redes sociales transformaron la comunicación en el mundo y generaron nuevas dinámicas que no han sido del todo estudiadas, e incluso casi podemos afirmar que el pragmatismo de su uso de adelanto a entender el concepto. Su irrupción en el horizonte del ejercicio de poder no ha sido lo suficientemente cuestionado, y son usadas con el supuesto de la libertad del usuario, lo que no necesariamente funciona en la práctica. Quienes crecimos con la famosa frase de que los medios de comunicación de masas eran el llamado cuarto poder, todavía no distinguimos el que representan las redes sociales. Pareciera que cortaron con la cláusula básica de audiencias pasivas, según se suponía en los medios de comunicación de masas.
Es un error craso pensar que la receptividad de un mensaje estaba controlada por su formulación. Quizá en esa problemática, los trabajos de Paul Ricoeur quebraron la tendencia a considerar el proceso de comunicación de manera lineal, identificando que en la recepción de un mensaje también se pone en marcha la interpretación. Los medios de comunicación de masas no suponían audiencias pasivas, como tampoco es un hecho garantizado que las redes sociales funcionen gracias a receptores activos que intervienen directamente en la construcción de sus mensajes.
La red es orgánica, se transforma constantemente y ha modificado por completo el timing de los medios de comunicación. En la red todo sucede a velocidades tremendas, las tendencias se modifican ya no por días, sino por horas, y la intervención del usuario también condiciona la construcción de las herramientas web. Las redes sociales son las grandes productoras del Big Data y en muchos sentidos, esa lectura constante de nuestras situaciones individuales genera pequeñas comunidades controladas por dinámicas de poder diferenciadas. Facebook se ha especializado en medir una gran variedad de reacciones frente a cada publicación y a asegurarse de que el usuario que no comparte sea espectador directo dirigiéndose a sus gustos y necesidades.
Siendo sensatos, las redes están también controladas por algoritmos que no permiten que la libertad del usuario común se ejerza hábilmente. Pensemos como ejemplo básico el funcionamiento de Twitter: sólo unos cuantos personajes que engloban números de seguidores impresionantes son verdaderos influencers. El usuario común tiene alcances limitados y las tendencias que admiten aceptación o rechazo social son asumidas abiertamente, aunque el usuario no esté necesariamente de acuerdo o en desacuerdo con ellas.
Redes como Instagram o Snapchat tienen mayor uso de jóvenes que plataformas que son relegadas para las generaciones más viejas, como Facebook. Pero la creación de comunidades sigue permitiendo ubicar audiencias y generar dinámicas propias. La información que proporcionamos como usuarios a las plataformas tampoco es del todo clara. El proceso enfrentado por Zuckerberg dejó claro que los mecanismos jurídicos que existen para garantizar la privacidad son insuficientes, y ya no hablemos de cómo éstos se modifican en cada uno de los derechos nacionales. El poder de las redes sociales es tan inmenso que puede influir en las elecciones de un país, como algunos piensan que hizo Rusia con Trump.
Estas realidades aisladas nos llevan a cuestionarnos sobre cuál es la dinámica real que permite que las redes sociales sean manipuladas y la libertad del usuario sea coartada, por no mencionar su privacidad. Es un hecho que las redes se utilizan en campañas políticas y que el número de bots de los distintos partidos políticos se incrementa en periodo electoral, lo que permite generar tendencias y aplastar a la competencia. El espacio que queda al usuario ante la cantidad exorbitante de mensajes manipulados en las redes sociales se ve condicionado por su sentido de pertenencia y su necesidad de interacción con otros usuarios: seguir la tendencia es hacerse popular. ¿Qué queda para el análisis crítico de la información? Todo parece indicar que las redes sociales son más efectivas que los medios de comunicación de masas por ser diferenciadas, familiares y mucho más discretas.
Manchamanteles
El 11 de enero de 1942 nació el magnífico y agudo escritor argentino Blas Matamoros. Recomendable y deliciosa es su obra Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina aparecido hace tres años y editado en Madrid por Fórcola Ediciones, Matamoros nos da un manual intenso de inquietudes, que tiene una gran dosis anecdótica de su biografía. En su libro Matamoros retoca y acaricia la cadencia y la pasión del tango, para mostrar de muchas formas las emociones de un “exiliado argentino convertido, tras cuatro décadas en España, en castizo gato forastero del viejo Madrid”. Blas Matamoros nos dice de muchas maneras, su propio estilo de estar “Anclado en Madrid” Un autor fundamental en la literatura hispanoamericana contemporánea, al que hay que revisitar siempre que podamos.
Narciso el obsceno
Los narcisistas se obsesionan con quimeras de éxito, control y hermosura eternos. Especulan que son maravillosos, excepcionales únicos y piensan sólo deben establecer relaciones seres tan transcendentales como ellos. ¿Se encontrarán entre ellos o no alcanzan a mirarse cuando caminan?