sábado 23 noviembre, 2024
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«RIZANDO EL RIZO»: 2019. Menos barniz y más laca

 

“En esta escuela del mundo
ni siendo malos alumnos
repetiremos un año,
un invierno, un verano.”
Wislawa Szymborska

A quien sabe que inspira este texto, y se arropa en los multicolores purpuras de lavanda.

Ya se acaba este año agridulce, de contrastes, de grandes incertidumbres, de esperanza renovada. De rabia y tolerancia. Un año que invita a replantearse la vida, a renacer el próximo con sueños, a tirar lo deslucido para abrir paso a lo hermoso. Los seres establecemos cortes de temporalidad, inventamos ritos para deconstruirnos, para podernos resignificar. Para repetir una y mil veces el llamado de Bonifaz Nuño: “de otro modo lo mismo”. Somos el aquí del ayer. Y el allá del futuro.

Quizá por eso la gente común hace propósitos para trazar la bitácora de su barco, no importa si se cumplen o no, el propósito frustrado al igual que la meta cumplida, indican los derroteros y se plantean los rumbos que se llevan, las reflexiones astronómicas para el arrojo de los escenarios de nuestro buque, así como cuantos acontecimientos de importancia ocurran durante la próxima navegación. Otros más supersticiosos como yo, soñamos con las cabañuelas.

Debo decirles que a mí los inicios de año me ponen entre incierto y preocupado. Este 2019 que se asoma, nos tiene especialmente atormentados en lo laboral y lo económico y muy agotados mentalmente. Por todos lados lo escucho. Ha sido un cierre de año temerario, lleno de expectativas para el que inicia. La tensión del futuro que promete gravita, recorre nuestros cuerpos y atraviesa el inconsciente colectivo. La esperanza promete pero también nos vacila desde su incertidumbre.

He visitado mis mejores oráculos y todos aconsejan serenidad, pausa y mesura; palabras que a veces no existen en mi diccionario cotidiano. Sé que puede malinterpretarse o tacharse hasta de culteranismo vulgar, pero los lugares comunes y las buenas conciencias me son insoportables. Me aburre lo establecido, el lugar de la predestinación, los triunfos efímeros, y las presunciones sin sentido tanto como la falsa modestia, los conformistas con la minucia, los que siguen una ruta y no la cambian por miedo a perderse, los que no dudan de su cómodo confort, los que tienen miedo de arriesgar para vivir porque piensan que ya los venció la vida. No concibo la vida sin pasión, la cita sin ilusión, ni el desasosiego sin sobresaltos. Me apego a “la Pasión Intacta” de la que habla George Steiner.

Aunque me asusta, me gusta la metáfora, pues quien vive en la metonimia vive sereno, en un camino cierto, sin dudas -no sé si a veces les envidio porque sé que viven cómodamente-, lo he intentado, pero como que no me va (¿debería irme?). Me gusta pensar que hasta el último día de la vida hay pasión, que nunca se acaba, se reprime si acaso. El cine estadunidense y sus siempre renovados estereotipos hacen una labor impecable en fomentar ese modelo de vida porque en el capitalismo feliz y voraz, van los borregos, uno tras otro formado en una confusa multitud. Desde ahí la vida se resuelve entre el dinero y el poder de una insatisfacción insaciable: para la estupidez la enajenación, para el ruido la sordera, para la saturación de la imagen la ceguera, para el sexo la pornografía y los miles de instrumentos que todos los días se crean para decirte que la felicidad es inalcanzable, pero que se la debe perseguir hasta la obsesión y el delirio. Existe una vida mejor, pero no está presupuestada, parece decirnos la publicidad frenética que asedia la vulgaridad cotidiana.

La vida es como el Amor verdadero (ese que hace, a los grandes valores, ese que no es circunstancial, es el hito que te sostiene atado al mundo en sus días de obscuridad y silencio, también de fiesta). Pero quizá el ideal de lo bello e inalcanzable es el mayor responsable de la infelicidad. El año que viene inspira lograrlo todo, nos proponemos desechar los errores y omisiones del presente porque, ¿siempre hay una nueva oportunidad, no? No queremos aprender del error y preferimos la felicidad del absurdo inalcanzable a valorar los pequeños momentos de placer y desazón que hacen juntos el entramado que llamamos vida. Desechamos lo que duele o incomoda, pero al tratar de olvidarlo, vuelve hacia nosotros indefectiblemente. Vivimos tropezando con la misma piedra. Preferimos lo artificial, lo superficial, lo que no demanda trabajo, lo simple y corriente. Morimos por lo políticamente correcto, aunque el precio sea la frustración. Hemos aprendido a rechazar lo que demanda profundidad y esfuerzo, tiempo y maestría, en función del surfing que bien describía Alessandro Baricco: “Estamos en tiempos en los que se pierde el alma en pos de la comercialización. Entonces lo escueto hoy es ley de vida.

¿Y si en cambio, aprovechemos los cortes temporales que hemos inventado para resignificarnos desde el pasado?, ¿o si aceptamos lo incómodo, incluyendo la realidad de lo que somos—aunque sea profundamente decepcionante-, y asumimos que la vida no está hecha a modo?, ¿y si renunciamos a lo simple y trabajamos un poco? La muerte es finalmente, la única verdad universal.

Manchamanteles

Las cabañuelas son la predicción que hacen los pueblos, a partir de las características del clima que se presenta en ciertos días de determinados meses, para pronosticar el clima del año en curso. Ahora también se usan para pronosticar la magia de los tiempos que vendrán.

Narciso el Obsceno
La famosa frase “deseo poco y lo poco que deseo también lo deseo poco; debate su autoría entre San Agustín, San Francisco y San Ignacio. ¿Será que fueron labios sacros los que susurraron que esa es la única forma de tener mucho y ser feliz? ¿O será más bien una pregunta para el narcicismo?

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