Cifras de escándalo.
Nos envía el Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES) que preside Lorena Cruz Sánchez el reporte sobre la desigualdad de género en México. Son cifras de escándalo que documentan la necesidad y la justicia de nuestra lucha feminista.
De los 31.9 millones de viviendas en el país, el 67 % –es decir 21.6 millones– son habitadas por sus propietarios. El 56% son hombres y el 35% mujeres. Es lógico: el patrimonio es una manifestación concreta de la distribución de la riqueza.
Y esto tiene que ver con las limitaciones al acceso del mercado laboral: de cada 100 mujeres de 15 años o más, sólo participa un 43%, en contraste con el 77% de los hombres.
El reporte de INMUJERES destaca que la menor participación femenina también se presenta en la población con mayor nivel educativo y con capacidad profesional. En ese segmento, el 65% se encuentra con un empleo. Pero por género, la cifra de los varones es del 77% y el de las mujeres es de 53%.
“Esto se traduce en una pérdida de capital humano y de talento femenino: más de 8 millones de mujeres capacitadas que no trabajan para el mercado laboral”, subraya el Instituto.
Las disparidades se reflejan en los puestos de toma de decisión. Si bien, gracias a la Ley de Paridad, en la Cámara de Diputados ahora el 42% de las curules son de legisladoras y 34% en el Senado. En el caso de la administración federal pública, las secretarias de Estado sólo representan el 22%.
A nivel de subsecretarías, el porcentaje cae a 11.6%. Y si bien la presencia de mujeres sube a 27% en las direcciones generales y adjuntas, el mayor logro se observa en las direcciones de área con un 34% a cargo de funcionarias.
Para el Poder Judicial la suerte es similar. En la Suprema Corte, las ministras representan el 18%; en el Tribunal Electoral, el 25% son magistradas y en el Consejo de la Judicatura, el 28.6%.
Y en el cuerpo diplomático, la desigualdad es subrayada: de las 77 embajadas, sólo 13 están a cargo de mujeres.
Por favor, registremos estos datos para cuando la misoginia, el machismo y la ignorancia disparan el insoportable comentario de colegas, jefes, amigas, personas queridas y cercanas que con sinceridad nos preguntan: “¿y a poco tú te sientes discriminada?, ¿en serio crees que te han faltado oportunidades sólo por el simple hecho de ser mujer?”.
Confieso que el enojo que este comentario me generaba hace una década, se ha transformado en comprensión tolerante de que esos cuestionamientos que ponen en duda nuestros reclamos de equidad, son evidencia de una estructura mental donde la supremacía masculina se vive como algo natural.
De manera que el pensamiento feminista es justamente una pedagogía para el entendimiento del mundo y sus asimetrías de género, como resultado cultural e histórico.
Y en el ejercicio de esa mirada que busca desconstruir las desigualdades entre hombres y mujeres, nada más contundente que las estadísticas.
Miren si no: 62% de las mexicanas de 15 años y más ha sufrido al menos un incidente de violencia a lo largo de su vida, ya sea en la escuela, en su trabajo, en la calle o en su propio hogar.
Y si paulatinamente, al menos en el discurso de lo políticamente correcto, se asume que los golpes y el maltrato emocional son condenables, hay otras expresiones de la inequidad que seguimos tomando como “naturales”. Es el caso del trabajo doméstico: mientras las mujeres en México dedican 42% de su tiempo en actividades del hogar, los hombres destinan únicamente el 17%.
Pretender negar lo que estas cifras representan implica darle la espalda a una realidad en la que el potencial femenino se frustra o se da gracias al sacrificio de otras mujeres, como las abuelas.
El reporte de INMUJERES detalla que en el país hay 6.1 millones de niñas y niños pequeños cuyas madres trabajan para el mercado y que son cuidados por distintas personas e instituciones.
Una tercera parte de esa población infantil –de 0 a 6 años–, está a cargo de las abuelas.
Pero la falta de opciones de cuidado obliga a muchas mujeres a llevar a sus hijos al trabajo. Y solamente a 4 de cada 100 niños los cuida su papá.
No pretendo personalizar el reclamo, ni descalificar al género masculino. Sólo pido atender estas cifras como indicadores inequívocos de la importancia del feminismo para la construcción de la felicidad.
Y el primer paso del cambio es el reconocimiento del estado de las cosas. Por eso es importante que instituciones como INMUJERES nos recuerden siempre y en todo momento que la desigualdad de género no es un valor abstracto de las fanáticas del poder femenino.
No. La desigualdad tiene que ver con las madres agobiadas que nunca piden ayuda a sus parejas, con los jefes que excluyen a sus colaboradoras de los proyectos estrella porque no usan corbata y con esa cara de “no exageres” que los señores ponen cuando una les responde: “claro que soy discriminada, justo ahora con tu patética pregunta”.