Por: Francisco Domínguez.
“La libertad del silencio es un deber moral del escritor: callarse cuando no tiene nada que decir”
Fernando del Paso
En el año de 1999, José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, visitó nuevamente nuestro país, para acudir a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, pisar tierras chiapanecas y viajar a la Ciudad de México para recibir la llave de la ciudad como Huésped Distinguido.
El escritor recibió innumerables muestras de cariño y reconocimiento, pero sin duda su mayor galardón fue el de no renunciar a sus convicciones políticas, historias fantásticas, crítica social hecha literatura y, sobre todo, a cultivar esa voz narrativa que hizo de él uno de los principales exponentes de la narrativa universal.
Rememorando aquella visita, vale la pena traer también a la memoria al periodista y activista político, al escritor y al hombre; pero sobre todo sirva esta añoranza para acercarnos a la literatura del humanista e incansable promotor de la paz en la selva Lacandona, dueño de un estilo tan original como poderoso.
El autor de Manual de pintura y caligrafía nació en 1922 en el pueblo de Azinhaga, Portugal. Un país pobre y oprimido por la dictadura o el Estado Novo (Estado Nuevo) a golpe del salazarismo. Más tarde emigró hacia Lisboa donde sus mejores días transcurrieron entre literatura portuguesa y los clásicos universales.
En 1974, publicó su primera novela Tierra de pecado, producto de lo leído más que de experiencias propias. Luego, decidió suspender su incipiente vocación literaria hasta tener algo realmente importante qué decir. Así lo consignó en innumerables conversaciones, entrevistas y cuestionamientos posteriores; esa obligación moral que da valor al silencio.
Veinte años duró un silencio voluntario que Saramago supo utilizar para definir su conciencia social, sus visiones del mundo y regresar a las evocaciones de su niñez que lo llevaron a descubrir su derrotero literario.
A partir de ese momento se nota al activista político y al escritor comprometido con las causas sociales que se reflejan en su literatura de denuncia como en su más conocida obra de teatro La noche. Este compromiso por los oprimidos, por los de a pie, lo llevaron hasta Chiapas, al sureste de México, para denunciar, a través del ojo de una cámara fotográfica, las injusticias de lo que él pensaba era un planeta sólo para ricos.
En su novela Alzado del suelo nos ofrece una mirada a seres anónimos, tierna pero de contundente contenido social, mientras que tan solo una visita al Convento de Mafra (actualmente El Palacio Nacional de Mafra en Portugal) desbordaría la veta que le inspiró a escribir Memorial del Convento, en la que proyectó esa crítica social y política hacia el delirio oscurantismo del barroco portugués.
Sin embargo, es El Evangelio según Jesucristo su obra más polémica, pues es considerada una diatriba contra el totalitarismo cristiano sin ánimo de ofender a nadie. Una obra que por sus profundas reflexiones recalcitrantes no deja de entusiasmar a los teólogos de la liberación.
Ya en Lanzarote, en Canarias, la que fuera su residencia hasta su muerte, Saramago se convirtió en el escritor portugués más traducido y popular del mundo, méritos que lo consagraron cuando, en octubre de 1998, la Academia Sueca le concedió la gloria del Nobel.
El maestro visitó tierras mexicanas y se dijo zapatista y por aquel entonces fuimos testigos de una conciencia sólida, pero sobre todo pudimos comprobar que la literatura portuguesa presenta aspectos de inusitada novedad. La abundancia y diversidad de ambientes reflejados en esta narrativa la dotan de una riqueza y plasticidad idiomática sin precedentes. Valdría la pena conocer la prosa de un hombre que supo guardar silencio por dos décadas para ensordecer al mundo con su pasión literaria. A la edad de 45 años, con su pluma nos invitó a entrar o salir de la caverna para bien de sus lectores.
En noviembre pasado, se llevó a cabo la XXXII Feria del Libro de Guadalajara, donde Portugal fue el país invitado de honor. La fiesta de las letras escuchó a Saramago leer, con su tono singular, parafraseando al gran poeta mexicano Octavio Paz: “…como quien oye llover”, “rumor de sílabas”…