Seis de cada 10 mujeres son analfabetas.
“Habéis de estar dentro de casa, como el corazón dentro de cuerpo, no habéis de andar fuera de ella; no habéis de tener costumbre de ir a ninguna parte; habéis de tener la ceniza con que se cubre el fuego en el hogar; habéis de ser las piedras en que se pone la olla; en este lugar entierra nuestro sueños, aquí habéis de trabajar, y vuestro oficio ha de ser traer agua, moler el maíz en el metate: allí? Habéis de sudar junto a la ceniza y el hogar” (Larroyo, La educación entre los aztecas, Historia Comparada de la Educación en México", 1981).
En estos días, en los que especialistas, políticos y diferentes actores sociales traen a la mesa el tema de las reformas educativas, no podemos ignorar que existen rubros pendientes por abordar. Existe una deuda que arrastramos desde nuestros antepasados: la escuela, como espacio educativo, sigue siendo un lugar de acceso privilegiado, por género.
Tal parece que la cita de Larroyo –que retrata el papel de la mujer en referencia a la educación en la sociedad azteca–, no ha dejado de ser del todo válida. No obstante, el exceso de corrección política que aparece por doquier hará que nadie se atreva a confirmarlo o apoyarlo.
El silencio ante esta situación no lo elimina, ni borra las cifras. Datos duros nos confirman que, al momento de hablar de acceso a la educación, la mujer sigue siendo marginada. Si bien es innegable el avance de la mujer en diferentes escenarios, incluido el educativo, el rezago sigue presente.
De acuerdo con la Encuesta intercensal del INEGI de 2015, cuatro de cada 10 hombres y seis de cada 10 mujeres son analfabetas.
Pero no sólo en analfabetismo: la misma encuesta marca que en grados de estudio el panorama es similar. En México, los habitantes de 15 años y más tienen 9.1 grados de escolaridad en promedio, lo que significa un poco más de la secundaria concluida. A nivel nacional, el número de años promedio de educación es de 9.1, siendo para los hombres 9.3 y para las mujeres 9.0
Si bien en los primeros años de educación la mujer parece haber superado esa laguna, una vez más los números muestran otra realidad: en los sectores de edad de 15-24, la diferencia por sexo es de poco más de un punto porcentual con el 45% de hombres y el 44% de mujeres.
¿Cómo interpretar los números anteriores?
No resulta posible pensar que es por falta de motivación de la mujer en sí, cuando se menciona que una mayor proporción de mujeres que de hombres concluye sus estudios en el tiempo establecido para hacerlo. Asimismo, las tasas de reprobación y deserción femenina son inferiores, respecto de las masculinas.
Entonces, no es falta de ganas, sino de oportunidades. Oportunidades que son negadas de manera implícita o explícita, patrones culturales que se refuerzan en la práctica. Porque a nivel discursivo, nadie se atrevería a discutir que la mujer tiene un papel prioritario en el nuevo escenario social. Porque es en este discurso que se habla de impulsar una distribución más equitativa de las oportunidades productivas, así como el acceso a oportunidades educativas con perspectiva de género.
Y si bien los nuevos modelos han buscado y logrado parcialmente eliminar la desigualdad de género en todos los niveles, no han sido del todo exitosas las acciones para abatir el rezago educativo y la brecha entre mujeres y hombres.
En la realidad total, ésa que se asoma entre números y cifras, vemos que no ha cambiado totalmente aquella visión prehispánica. La desigualdad educativa tiene un fondo cultural que va más allá de la simple falta de recursos. Porque mientras en los hogares de escasos recursos se tiende a privilegiar el acceso del hombre al estudio, en los hogares donde la economía no es conflicto se actúa de manera similar al estereotipar a la mujer como futura señora de la casa.
Tal parece que, a pesar del tiempo y los cambios, la frase azteca aún retumba en nuestros oídos diciendo: “aquí habéis de trabajar, y vuestro oficio ha de ser traer agua, moler el maíz en el metate: allí?. Habéis de sudar junto a la ceniza y el hogar”. ¿Estaremos algún día dispuestos a cambiar no sólo el discurso, sino el actuar?
Entendamos de una vez que la misión de la mujer no es la olla ni el comal.
Saraí Aguilar Arriozola | @saraiarriozola
Es coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe en Monterrey, nuevo León. Maestra en Artes con especialidad en Difusión Cultural y candidata a doctora en Educación.