viernes 20 septiembre, 2024
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CULTURA VIDA

31 minutos en la FILIJ, el Avándaro de los niños

 

Por Tania Llamas / Fotos. Ailton Vázquez

Como cada noviembre llega mi evento ñoño favorito: la Feria del Libro Infantil y Juvenil o, para los cuates, la FILIJ.

Desde mi adolescencia este evento es un must en mi ritual ñoño, ya fuera con mis amigas, con el novio en turno, niños prestados o con mi hermana. Éste siempre es una bocanada de oxígeno para mi niña “no tan interna”. Parte de este ritual, era ver a Luis Pescetti y a su ya bien conocido “Vampiro Negro” y a “la (tonta) tortuguita”. Ya saben, por aquello de la nostalgia de los años maravillosos de Bizbirije y Once Niños.

Este año fue diferente. Invitaron a 31 minutos (o 31 monitos, como lo conoce el señorsito taxista que le trataba de explicar a su esposa por qué estábamos atorados en el tráfico antes de llegar al Parque Bicentenario).

Debo decir que, como buena chilanga los eventos masivos son lo mío, pero creo que pocos pudimos imaginar la magnitud en el que se iba a convertir en este caso en particular, con todo y que en el evento de Facebook se habían “interesado” más de 10,000 personas.

La realidad es que lo nuestro es el argüende, pero no lo es organizar el  argüende, así que el Parque Bicentenario se vio rebasado, tanto que muchas personas (particularmente mi novio) se quedaron afuera. Fue como el Avándaro de los niños, familias, jóvenes y millennials que deseaban ver a Tulio Treviño, Juan Carlos Bodoque, Juanín Juan Harry y Patana.

Fue impresionante la cantidad de asistentes, pero lo que más me impresionó fue lo heterogéneo del público; desde bebés en brazos hasta millennials molestos porque sentían que los niños “no sabían a lo que iban” y evidentemente no disfrutarían tanto el concierto como ellos.

Son pololos.

La verdad es que no alcanzaba a ver el escenario ni las pantallas, solo las espaldas de los papás cargando a sus chamacos. Hubo quien mejor veía la transmisión en vivo desde sus celulares. Aún así fue increíble presenciar a papás y mamás haciendo todo lo posible para que sus chamacos vieran el concierto, cantando al unísono con sus hijos, cargando hasta de a dos por aquello de los que traían hasta cuatro. “Mamás luchonas” quitándose la pena y pidiéndole a extraños que cargaran a sus hijos para que por lo menos pudieran ver unas cuantas canciones. Hasta a mí -que solo mido un metro y medio- me tocó cargar a unos cuantos chamacos desconocidos, total de todos modos yo no podía ver nada.

Siempre durante sus conciertos 31 minutos ha buscado formas de darnos aliento para esos momentos difíciles que hemos pasado como país, particularmente por los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, hasta el temblor del 19S. Este año no fue la excepción, nos regalaron un pequeño homenaje a Juan Gabriel y un cachito de Queen.

Baila sin César.

Es increíble cómo la música puede hacer que sintamos -por lo menos por un momento- que estamos del mismo lado. Del lado en el que lo más importante era disfrutar y divertirnos junto a nuestros chamacos, porque a pesar de que no lleváramos los propios, era lindo ver cómo se divertían los prestados.

Muchas gracias 31 monitos por dejarnos saltar, cantar, reír y bailar con César, junto a ustedes.

 

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