jueves 21 noviembre, 2024
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COLUMNAS GILDA MELGAR

«DOLCE ÁLTER EGO»: Toscana mía II. Pisa, Livorno, Siena y Montalcino

 

Aunque Pisa, con su famosa torre, es el segundo destino estrella de la Toscana, también allí brillan por méritos propios la ciudad amurallada de Siena y la localidad de Montalcino.

Sobre la primera, debo mencionar (por si usted no lo sabe) que la torre inclinada es sólo uno de los edificios religiosos situados dentro del Campo dei Miracoli, cuya construcción data del siglo XI. Estando ahí experimenté una percepción espacial rara o diferente. No sé si se debió a la inclinación de la torre o a la arquitectura del conjunto, que es una mezcla de concepciones artísticas árabes, góticas y renacentistas.

En Pisa hay que comer espagueti sí o sí, y coronar el festín con un café espresso acompañado de un “Cannolo di pistacchio”, dulce de origen siciliano consistente en un rollo de masa frita y relleno con queso ricotta saborizado.

Nosotros, después de comer y hacernos una selfie “cargando la torre”, nos encaminamos hacia la costa toscana para pasear y cenar en el bellísimo Puerto de Livorno, que a pesar de ser uno de los más transitados e importantes de Europa, se percibe como un lugar muy apacible. Tras un paseo por el malecón, nos sentamos en un restaurante a orillas del puerto.

El sol estaba ocultándose y mientras contemplaba el mar y el cielo fundiéndose en tonos naranja, disfruté a morir de mi “Cacciucco di Livorno”, una sopa tradicional que se prepara por lo menos con cinco o más tipos de pescados y mariscos, caldo de tomate y pan tostado al ajo. Un platillo emblemático que debe acompañarse con vino tinto joven.

Nuestra siguiente parada fue quizá la más señorial de todas. La ciudad medieval de Siena, construida sobre siete colinas y dividida en 17 distritos distribuidos alrededor de la Piazza del Campo parece haberse detenido en el tiempo. Sus habitantes aún guardan el orgullo y el honor de pertenecer a la ciudad a través del festejo anual del Palio, una carrera de caballos que enfrenta a los distritos anualmente, los meses de julio y agosto, desde 1283.

Andar por sus callejuelas empinadas representa una prueba de condición física y cardiaca que bien vale la pena. Digamos que, para acceder a los tesoros gastronómicos de la ciudad, hay que “pasar el examen”.

Al caer el sol, las calles de Siena se llenan de gente elegante que pasea y toma café, vino o “Limoncello” en las terrazas. La clásica passeggiata italiana sucede en sus calles, donde confluyen tiendas de productos artesanales de primerísima calidad en joyería, orfebrería, artículos de piel, calzado, papelería, antigüedades y alimentos locales.

Por supuesto me detuve en todas las tiendas gourmet para embobarme con sus dulces, jamones, licores, vinagres, quesos y vinos. Mi lugar favorito fue una tienda de tartufo o trufas, donde probé toda clase de aceites, pastas y untables a base de trufa negra y blanca. El “oro negro” de Italia se exhibe en las tiendas especializadas dentro de una cápsula, cual joya preciada. El olor de la trufa blanca enamora. Probarla en la tierra de donde proviene, enciende todos los sentidos.

No se puede estar en Siena sin disfrutar del “Panforte”, un espeso y delicioso dulce a base de almendras, nueces, naranja confitada y corteza de melón con especias como canela, nuez moscada y pimienta, todo envuelto en una oblea de papel de arroz. Resulta todavía más exquisito el Panforte de las damas porque lleva chocolate.

Sin duda el destino que entusiasmó a todo el grupo fue Montalcino, otra ciudad amurallada con una impresionante Fortezza del siglo XIV cuya actividad principal es la vinicultura. Lleno de bodegas, tiendas y restaurantes que ofrecen catas del vino local llamando Brunello — un tinto elaborado por completo con uva sangiovesse grosso y envejecido por cuatro años antes de su venta–, Montalcino es visita obligada para los hijos de Baco.

Nuestra cata tuvo lugar en una terraza con vista a los viñedos. Nos dieron a probar tres diferentes añadas. El maridaje, una “Tabla de quesos Pecorino” de distinta maduración, acompañados de miel y mermelada de frutos rojos. También compartimos unos “Crostini di crema di tartufo nero”, acompañantes que fueron el broche de oro negro y perfecto de un paseo que jamás olvidaré.

Mi aventura gastronómica por la Toscana no fue únicamente la concreción de un sueño. Hoy, también es la confirmación de que su cocina responde a la nobleza, el esplendor y la riqueza de una región cuya cultura, arte y monumentos son patrimonio de la humanidad.

Hasta pronto Toscana mía.

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