Con orgullo, unos dicen que México es mejor al de hace seis años, mientras otros, iracundos aseguran que México es un país en ruinas.
Extraños extremos que debemos entender a través de quienes lo dicen, porque, ni unos ni otros tienen razón.
Ni somos la potencia que siempre han anhelado nuestros políticos, ni somos el país en crisis que pretenden otros.
En Palacio Nacional se celebró la última ceremonia-mensaje en ocasión del sexto y último Informe de Gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto. El día en que los reflectores son sólo para él. En el que pudo hablar de sus logros, pero también ser autocrítico y reconocer los errores, esos por los que lo castigaron en las urnas: corrupción, impunidad, violencia e inseguridad.
Decirlo en el papel era sencillo, en los hechos fue imposible.
La corrupción la mencionó solo una vez cuando dijo: “respondimos a una de las mayores exigencias de la población: desterrar la corrupción de nuestra vida pública”.
Sobre la violencia se refirió dos veces: “la violencia se ha combatido con sistemas de inteligencia y con el uso legítimo de la fuerza del Estado” y “durante los primeros años de la Administración, se lograron importantes reducciones en los niveles de violencia”.
La inseguridad alcanzó una mención: “para fortalecer la gobernabilidad democrática y combatir la inseguridad, quiero hacer un amplio reconocimiento a las mujeres y los hombres que, para proteger el patrimonio y el bienestar de otros mexicanos, ponen en riesgo su propia vida”.
Faltan 86 días para que culmine su ya mermada administración. Serán una eternidad para el presidente Peña Nieto, días grises por las críticas y cuestionamientos de cómo dejará al país.
Ni siquiera al final de su travesía, su aparato de comunicación pudo convencer, a través de spots, a los ciudadanos de lo que él asegura son logros. Más allá de hablar de temas espinosos como la Casa Blanca, la gente se quedó con la información del gasto que hizo para promocionar su sexto informe: casi 14 millones de pesos.
En un evento de casi dos horas, nadie podría recordar la cantidad de cifras que se mencionaron. Innecesarias para un interminable mensaje.
Dijo que deja un país con estabilidad política, social y económica, con finanzas sanas, deuda manejable, inflación más baja en 50 años, 4 millones de nuevos empleos, 2 millones de mexicanos menos en pobreza extrema, la mayor inversión extranjera de la historia y que las reformas estructurales fueron el logro más trascendental de su administración.
Obviamente sus cercanos, su gabinete y sus invitados especiales se lo aplaudieron.
Y quizá tenga razón Peña Nieto, hay avances importantes para México, pero ¿quién los ve? Cuando en el país hay miles de familias que lloran a sus muertos. Cuando se desbordan los escándalos de corrupción en los que está involucrado su gobierno. Cuando no hubo un solo recuento de daños en termas como impunidad, violencia, “Casa Blanca”, Odebrecht, el socavón en el Paso Exprés, Ayotzinapa y la cifra incierta de desaparecidos, sólo por mencionar algunos ejemplos.
Las lágrimas hubieran contagiado a muchos, si el Presidente rompe el protocolo de la felicidad y asume una reflexión en esos temas que le duelen a México.
Podría ser el sexenio del turismo, de la inversión extranjera, del empleo, del sector agroalimentario, de lo que usted guste, pero si no se alcanzó la paz y la seguridad en el país, lo demás se vuelve invisible.
