viernes 22 noviembre, 2024
Mujer es Más –
GILDA MELGAR

«DOLCE ÁLTER EGO»: Y nos dieron las 10… en Sanborns

Después de casi 30 años juntos, esa noche salimos no porque quisiéramos brindar por el próximo día del amor y la amistad: sólo queríamos unas horas a solas para platicar y tomar algo, tal como hacemos desde hace tiempo, en viernes.

Pero esa noche, en lugar de ir a un restaurante de la condesa o anexas, decidimos buscar un bar cercano a nuestro barrio. Y emprendimos la búsqueda de un lugar “adecuado” a las orillas de Coyoacán.

Él se acordó de un bar al que iba hace años con sus compañeros del trabajo, hoy restaurado para un Target joven.

Íbamos a pie, tomados de la mano. El frío se colaba a pesar de los abrigos. Al llegar al sitio, vimos que estaba a reventar. La hostess nos dijo que para tener una mesa esperaríamos al menos una hora.

Además de que la espera sería en la banqueta, alcanzamos a ver que adentro no había ninguna otra pareja de nuestra “rodada”.

Ambos nos vimos con la mirada cómplice de “¿que hacemos aquí!?”. Y emprendimos la caminata, en busca de otro lugar.

Casi al llegar al zócalo de Coyoacán dimos vuelta sobre la calle de Cuauhtémoc, llena de luces y ruido. En un “barcito” sí había lugar pero la música estaba tan alto que lo pasamos de largo. Queríamos conversar a gusto, así que seguimos nuestro periplo.

Más adelante hallamos un antrito rockero y unos cafés deli que tenían buena pinta, pero ¡no queríamos cenar!, sólo platicar y tomar unos tragos.

Al ver que NO había opciones decentes para personas maduras -de ese lado del barrio- nos reímos de nosotros y de nuestra cita fallida. Llegando al zócalo, vimos que los bares de siempre, como “El hijo del cuervo”, también estaban atestados.

Más allá, “La Cervecería” pero, ¿quién toma cerveza a los 50 si no es en la playa y para acompañar ceviches?

Llegando a la fuente de los coyotes, giramos 180 grados para ver qué otra opción teníamos, y entonces le dije: “¡Ya sé! el bar de Sanborns”.

Él me vio incrédulo. ¿Cómo yo, la Dolcealterego iba a terminar ahí? Pero sí.

En la recepción había una mesita circular con tragos “muestra”. Una horrible bebida rosa llamada “conejo” robaba la atención.

Adentro, un cantante en sus 60 tocaba la guitarra eléctrica para acompañar sus melosas canciones setenteras y ochenteras, del tipo de Roberto Carlos y José José.

Al ver la selección de vinos -sólo dos- decidí que mejor pediría un coctel. Nos trajeron unas tristísimas botanas de cacahuate y salchichas con cebolla.

Él pidió un mojito. Y como ya estábamos en el modo completamente old fashion, me decidí por un “Manhattan” con Fernet, que en realidad es un coctel Fanciulli.

Después de probar mi trago, preparado por un barman robusto y calvo en sus 40, googleamos “Fernet”: licor amargo elaborado con hierbas como el ruibarbo, azafrán y cardamomo. Me encantó.

Tras un breve descanso, el cantante retornó a la pista y después de presentarse dijo que aceptaba sugerencias. Una pareja dispareja en edad con pinta de burócratas, le pidió “Y nos dieron las diez”, de Sabina. Él los complació, mientras nosotros ya inmersos en nuestra platica, pedimos una segunda ronda.

Yo empecé a resentir el efecto de los 39 grados alcohólicos del Fernet.

Observé a grupo de mujeres maduras que en la mesa de al lado brindaban con la bebida pink.

Cerca de las 11, una mujer comenzó a barrer y trapear frente a los clientes sin reparo alguno.

Volvimos a vernos, algo sonrojados por la escena lúgubre y totalmente clasemediera.

Y sí, yo no era Carrie Bradshaw tomando su copa de coctel con manicura perfecta en un rascacielos neoyorkino. Y tampoco calzaba tacones. Sólo mocasines para calles empedradas.

Él no era “Mr. Big” tratando de conquistarme.

Sólo éramos una pareja que todavía puede reírse de sí misma y de sus aventuras.

Al llegar a casa, él me preparó un “Campari negroni” y se sirvió su Ginebra.

Sin querer nos dieron las 10 en un triste bar de Sanborns. Por fortuna, tenemos muchos viernes por delante para desquitarnos, mientras celebramos el 14 de febrero como todos los días que, al levantarnos, nos sabemos afortunados de tenernos todavía.

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