lunes 29 diciembre, 2025
Mujer es Más –

Por. María del Socorro Pensado Casanova

X: @mariaaspc / IG: @pcasanovams

 

 

Cerrar un año siempre invita a la reflexión desde la conciencia de que los ciclos existen para ser comprendidos y, cuando corresponde, cerrarlos. Despedirse no es negar lo vivido, es reconocer que hubo tiempo, energía y palabras entregadas con intención. Todo proceso que se comparte deja huella, incluso cuando llega a su fin. Como los años que terminan, algunos espacios también cumplen su función y piden ser dejados atrás para permitir nuevos comienzos.

En ese cierre aparece la idea de cuestionar la manera en que habitamos nuestra propia vida. Caminar por la ciudad, atravesar rutinas, caer y levantarse forma parte de una experiencia común. No importa cuántas veces se toque fondo, el tiempo suele ofrecer la posibilidad de salir adelante y buscar una paz que, una vez alcanzada, no debería negociarse con nadie. Esa paz no es pasiva, se construye a partir de decisiones que a veces resultan incómodas.

Existe la posibilidad de detenerse cuando algo ya no encaja. Pausar no es rendirse, es revisar el camino. Escucharse a uno mismo puede parecer un acto radical cuando desde fuera todo parece estable, pero muchas veces es lo único que permite avanzar con honestidad. Las rutinas pueden adormecer la conciencia y generar la falsa idea de permanencia. Se cree que ciertos sentimientos se conservarán intactos, cuando en realidad todo cambia y todo pasa.

A lo largo de la vida se atraviesan experiencias diversas, algunas luminosas y otras difíciles. De todas se aprende algo, aunque no siempre se tenga claridad en el momento. Cada etapa deja preguntas, decisiones y descubrimientos. No todo puede decirse ni compartirse, pero siempre hay un aprendizaje que permanece. La vida no es lineal ni ordenada, es cambiante y exige una capacidad constante de adaptación.

Perder personas, vínculos o expectativas forma parte de ese proceso. No como una idea romántica de reemplazos, sino como una realidad que duele. A veces el cierre no es una elección deseada, pero sí necesaria o inminente. Ese momento marca un antes y un después, porque no hay vuelta atrás cuando se cambia la forma de mirar y de vivir.

Permanecer al lado de quienes no suman, de quienes restan valor o apagan la voz propia no fortalece. El miedo a irse, la costumbre o la idea de amor pueden llevar a tolerar situaciones que hieren la dignidad. Esa tolerancia prolongada dificulta avanzar y deja una carga emocional que nadie más va a sostener. Quienes restan energía no acompañan los procesos de reconstrucción.

Modificar el rumbo no es un fracaso. Terminar, pausar o cambiar una situación adversa es una forma de cuidado. El qué dirán pierde peso cuando se entiende que nadie vive la realidad ajena. La verdad personal no necesita validación externa. El tiempo es limitado y su valor es incalculable, por eso importa decidir dónde y con quién se invierte.

La familia, en todas sus formas, ocupa un lugar central. La biológica y la elegida son espacios donde el tiempo se cuida y se repara. Son vínculos que sostienen sin exigir renuncias internas. Aprender a no esperar, a dar con libertad y a agradecer desde la conciencia puede aliviar heridas profundas. Soltar el rencor y abandonar la idea de perfección permite que el dolor no se convierta en estancamiento.

Como el roble, hay finales que no se viven con prisa ni con estruendo, sino con una calma que nace de la certeza. No todo cierre es una pérdida y no toda despedida implica vacío. A veces terminar es simplemente reconocer que ya se dio lo que se tenía que dar y que permanecer también puede ser una forma de desgaste. La calma no es indiferencia, es madurez. Es entender que las raíces bien firmes permiten soltar lo que ya no sostiene sin perder identidad. Frente a los finales, elegir la calma es un acto de cuidado, de coherencia y de respeto por la propia historia.

Elegirse es un acto de responsabilidad personal. Cuando una persona se coloca en el centro de su vida recupera su brillo y su dirección. Abrirse a la vida implica aceptar que los sueños pueden parecer lejanos, pero también que se construyen paso a paso. Cada cierre deja espacio para algo nuevo. Que el año que comienza esté lleno de conciencia, cuidado y luz compartida.

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