Por. Boris Berenzon Gorn
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La comentocracia, ese fenómeno que ha transformado la política y los medios de comunicación en México y el mundo, no solo se limita a la superficialidad de las opiniones rápidas y sin fundamento, sino que también tiene un impacto profundo en la forma en que entendemos y reaccionamos ante procesos globales. En un mundo donde la información circula a la velocidad de un clic, los comentarios se sobreponen a los hechos, y la capacidad de análisis se diluye en la inmediatez de las reacciones. Este escenario ha tomado una relevancia aún mayor con la caída de los mercados bursátiles mundiales, marcada por el denominado “Lunes Negro” en los mercados bursátiles del mundo; cuando la Bolsa de Hong Kong experimentó una de sus peores caídas en la historia, con un descenso de 13.2 por ciento. y las hipótesis sobre los vencedores y los fracasados. Frente a la opinión de dominados y triunfadores. Lo demás es lo de menos. Todos estamos puestos para decir lo que nos venga a la cabeza y sostener teorías de escasos minutos. Total, el reto es intuir la opinión y con ello hacer cada quien su cruzada.
La cobertura mediática de estos hechos, filtrada a través de las redes sociales y los medios convencionales, ha sido un caldo de cultivo para la especulación, la polarización y las fake news, exacerbando una crisis económica que ya de por sí es compleja. En este contexto, la comentocracia se instituye como un actor central, donde las opiniones, en lugar de los análisis informados, predominan en la conversación pública, creando narrativas distorsionadas que, lejos de aclarar la situación, contribuyen a la confusión y el caos. aquí buscamos explorar cómo la comentocracia, en medio de sucesos tan trascendentales como la caída bursátil global, afecta la percepción pública, influye en la toma de decisiones y, en última instancia, pone en riesgo nuestra capacidad de entender y reaccionar ante las crisis económicas con responsabilidad y sensatez.
La comentocracia en México, un fenómeno que ha ganado terreno en los últimos años, es una de las principales fuerzas que modela la agenda pública y a veces hasta, la privada. Esta corriente, que prioriza las opiniones sobre los hechos, ha transformado el panorama mediático, donde la inmediatez, el espectáculo y el comentario sin fundamento se han convertido en las fuerzas dominantes. Es un sistema en el que la capacidad de los individuos para “opinar sobre todo”, sin necesariamente comprender los temas a fondo, se ha institucionalizado. Lo más preocupante de este fenómeno es que, lejos de fomentar el diálogo genuino y el debate constructivo, la comentocracia ha fomentado un entorno donde lo superficial prima sobre lo sustantivo, alimentado por la interacción entre los medios convencionales, las redes sociales, y el auge de las fake news.
En un contexto global cada vez más polarizado, la comentocracia adquiere una relevancia aún mayor. Los comentaristas, ya sean periodistas, influencers o políticos, se convierten en los grandes protagonistas del debate público, ocupando un espacio que antes estaba reservado a expertos o especialistas. En lugar de presentar análisis profundos y bien documentados, se opta por comentarios rápidos que, al estar desprovistos de un marco crítico, alimentan una cultura de desinformación. La rapidez con la que se consumen y distribuyen las noticias hoy en día —gracias a las redes sociales— favorece la tiranía de la inmediatez, donde lo que importa no es la verdad, sino el impacto que un comentario o una noticia puede tener en el momento.
Este fenómeno de la comentocracia está profundamente vinculado con la lógica del poder. En un mundo globalizado, donde los actores políticos buscan constantemente mantenerse relevantes, las redes sociales y los medios convencionales se han convertido en plataformas clave para transmitir sus mensajes. La política, lejos de ser una esfera de discusión racional y de construcción de consensos, se ha transformado en un espectáculo mediático. Los políticos se convierten en “performers”, y sus discursos, más que en propuestas sustantivas, se enfocan en generar reacciones inmediatas, polarizadas, que les aseguren un espacio en los medios. Esta lógica de la política espectáculo favorece la construcción de una narrativa, no basada en hechos ni en análisis profundos, sino en sensaciones y en la capacidad de generar reacciones en la audiencia. La política, entonces, se convierte en un acto de opinión constante, donde los hechos se ven eclipsados por el comentario y la percepción.
La pandemia de COVID-19 es un claro ejemplo de cómo la comentocracia ha jugado un papel central en la configuración de la realidad social y política. Durante el confinamiento, la desinformación, la propagación de teorías conspirativas y las noticias falsas se multiplicaron, alimentadas en gran parte por los comentarios sin base científica que proliferaron en las redes sociales. A pesar de los esfuerzos de los expertos y de los gobiernos para ofrecer información clara y precisa, el ruido generado por los comentaristas y las fake news desbordó los canales oficiales. La crisis sanitaria evidenció la incapacidad de las redes sociales y de muchos medios convencionales para manejar de manera responsable la información en momentos de crisis, lo que amplificó la desconfianza en las instituciones y generó un terreno fértil para la propagación de discursos de odio, miedo y caos.
En este escenario, la capacidad de discernir la verdad se ve gravemente comprometida. La era de la postverdad, un concepto que toma fuerza con la llegada de Donald Trump al poder, se consolidó en muchos países, y México no ha sido la excepción. La postverdad es el reino de las emociones sobre los hechos, donde los sentimientos y creencias de las personas son más determinantes que la objetividad de los datos. En este sentido, la comentocracia no solo responde a un modelo de consumo mediático, sino que también tiene implicaciones profundas para el poder político. Los políticos, en lugar de basarse en la verdad, apelan a las emociones del electorado, utilizando frases simplistas que pueden ser más efectivas para conectar con el público que una propuesta argumentada y sustentada en hechos. Trump, con su estilo populista y su capacidad para generar reacciones instantáneas, se convirtió en un exponente de este nuevo poder mediático, que no se basa en la construcción de discursos razonados, sino en el dominio de las percepciones y en la creación de realidades alternas.
La comentocracia y la postverdad no son fenómenos aislados; están profundamente entrelazados con las dinámicas de la posmodernidad. La posmodernidad, al cuestionar las grandes narrativas y la verdad objetiva, ha dado paso a un entorno donde las “verdades” son relativas, donde todo es opinable y donde las narrativas se fragmentan. En este contexto, la comentocracia se convierte en el vehículo ideal para propagar el relativismo. Ya no se trata de buscar la verdad, sino de generar narrativas que resuenen con las audiencias, que les ofrezcan una “realidad” adaptada a sus deseos y creencias. Los hechos pierden su valor objetivo y se convierten en parte de una construcción colectiva que responde a intereses específicos. La paradoja de la posmodernidad es que, al mismo tiempo que se desconfía de la verdad absoluta, se genera una sobrecarga de información que, lejos de iluminarnos, nos sumerge en un mar de opiniones contradictorias y a menudo sin base.
Si bien las redes sociales y los medios convencionales tienen la capacidad de generar espacios de debate, también se han convertido en campos de batalla donde las fake news se multiplican, las opiniones vacías prevalecen y las crisis se gestionan con narrativas distorsionadas. En medio de todo esto, aparece un nuevo fenómeno: el metaverso. El metaverso, que promete ofrecer una experiencia inmersiva en la que las personas podrán interactuar en mundos virtuales, podría convertirse en una extensión de la comentocracia, donde la manipulación de la información y la creación de realidades alternativas se expanden aún más. Al ser un espacio en el que los usuarios pueden construir su propia versión de la realidad, el metaverso podría ser la herramienta perfecta para potenciar la posverdad, desdibujando aún más la línea entre lo verdadero y lo falso.
La comentocracia, la postverdad, las fake news y los nuevos avances tecnológicos como el metaverso configuran un entorno que pone en riesgo no solo el debate público, sino también la calidad de la democracia. En un contexto donde la opinión se antepone a los hechos, y donde la verdad se ha convertido en un bien relativo y negociable, es fundamental que la sociedad recupere los principios del pensamiento crítico y la responsabilidad mediática. No es suficiente con ser parte de una conversación; es necesario ser capaz de distinguir entre la información que sustenta a la sociedad y aquella que la desestabiliza. Solo así se podrá restaurar la confianza en los medios, en las instituciones y en los procesos democráticos.