miércoles 19 febrero, 2025
Mujer es Más –
COLUMNAS COLUMNA INVITADA

Entre la red y el cuchillo: La violencia de la Influencia

Por. Boris Berenzon Gorn

¿La violencia es el espejo de la sociedad?  Mi hijo, al relatarnos a su madre y a mí lo que observaba en las redes sociales sobre el reciente caso de Marianne “N”, la influencer de 17 años acusada de apuñalar a la modelo y creadora de contenido Valentina Gilabert, nos enfrentó a una realidad inquietante: la violencia, en su forma más grotesca, puede surgir desde los lugares más inesperados. Este crimen brutal, en el que Marianne atacó a Valentina con más de diez puñaladas, no solo deja a la víctima gravemente herida, sino que también plantea una serie de interrogantes sobre aquello que, como sociedad, nos negamos a examinar ante semejante atrocidad. ¿Por qué persisten actos de violencia extrema como éste en una sociedad que se dice civilizada? ¿Qué nos revela este caso sobre las tensiones latentes en nuestra convivencia social, sobre la manera en que la violencia se manifiesta y sobre las crisis psíquicas que pueden desencadenarla?

Para comprender lo que está en juego en este tipo de crímenes, resulta nodal abordar las profundas implicaciones psíquicas que subyacen en las acciones violentas. En este sentido, podemos recurrir a la reflexión de Jacques Lacan, quien, a propósito del famoso crimen de las hermanas Papin en Francia en 1933, ofreció una penetrante visión sobre las pulsiones agresivas que se hallan en la raíz de los crímenes violentos. Este caso, al igual que el de Marianne, nos confronta con una dimensión psíquica que puede resultar difícil de entender si nos limitamos a una perspectiva estrictamente legal o moral.

¿La pulsión agresiva y su camuflaje? ¿Un crimen premeditado o espontáneo?  En su análisis sobre las hermanas Papin, Lacan enfatizó que, detrás de cada acto de violencia, existe una pulsión agresiva que posee una “intencionalidad de crimen”. La pregunta que surge, entonces, es si esa pulsión agresiva puede ser contenida dentro de los límites establecidos por la moral y la ley. En el caso de las hermanas Papin, estas jóvenes, aparentemente “normales”, pasaron de un entorno laboral aceptable a cometer un crimen de sangre, lo que generó un intenso debate sobre las motivaciones detrás de su acción. Lacan explicó que esta pulsión agresiva no surge de la nada, sino que, más bien, busca un “camuflaje” que le permita emerger en la conciencia sin ser reprimida por la sanción social. En otras palabras, la violencia encuentra una justificación dentro de un contexto psíquico particular que le otorga legitimidad en la mente del agresor.

En el caso de Marianne Gonzaga, podemos especular que la pulsión agresiva de la influencer, al igual que en el caso de las hermanas Papin, no fue un acto espontáneo ni irracional. Aunque el crimen fue brutal y sorpresivo para la mayoría, es posible que Marianne, en su mente, ya hubiera elaborado una serie de justificativos o razones que le permitieron llevar a cabo el ataque. Estas justificaciones, aunque superficiales, podrían estar vinculadas a su mundo emocional y psíquico y, por tanto, cultural, un espacio que, en su caso, podría haber sido distorsionado por factores como la presión de las redes sociales, su rol público como influencer, o incluso el malestar general que caracteriza a muchos jóvenes en nuestra sociedad contemporánea.

El crimen cometido por Marianne también puede entenderse como una manifestación de la psicosis que Lacan describe en su trabajo. El delirio paranoico que caracteriza a los individuos involucrados en crímenes de esta índole puede funcionar como un mecanismo de defensa que justifica un acto tan extremo como el asesinato. En este sentido, el crimen no es simplemente una explosión de violencia sin sentido, sino el resultado de un proceso psíquico complejo, en el que la percepción de la realidad se ve profundamente alterada, y el individuo actúa en función de un mundo interior distorsionado. Marianne, al igual que las hermanas Papin, pudo haber construido una narrativa delirante que le permitió justificar el acto violento como una respuesta a una situación percibida como intolerable o amenazante.

¿La sanción social y el sentido de justicia?  Una de las facetas más desconcertantes de este tipo de crímenes es la reacción de la sociedad ante ellos. La sanción social frente a un acto de violencia como este no se limita a la condena legal del agresor, sino que implica también una condena moral profunda que busca restablecer el orden y la paz. En el caso de Marianne, los medios de comunicación, las autoridades y la sociedad en general rápidamente comenzaron a emitir juicios sobre su conducta, pidiendo justicia para Valentina. La sanción social, a través del sistema judicial, se convierte en un intento por redimir a la víctima y garantizar que el acto de violencia no quede impune. Sin embargo, esta respuesta social plantea una serie de preguntas sobre su capacidad para abordar las causas más profundas de la violencia.

Lacan nos recuerda que la pulsión agresiva siempre está en tensión con la moralidad social. En otras palabras, aunque la violencia es rechazada por la sociedad, persiste una fuerza psíquica que busca manifestarse. La sanción social, por lo tanto, no solo actúa como un freno a esta pulsión, sino que también refleja las contradicciones y tensiones inherentes a la convivencia social. En el caso de Marianne, su acto de violencia debe entenderse no solo dentro de un marco legal, sino también dentro de un contexto psíquico que involucra las dinámicas sociales y culturales que han permitido que esa pulsión agresiva se desate.

La violencia como síntoma de un malestar colectivo.  El acto de violencia cometido por Marianne Gonzaga no es un fenómeno aislado, sino que refleja una crisis más profunda que recorre a toda nuestra sociedad. Vivimos en una época marcada por el malestar social, que se manifiesta cada vez más en formas violentas. La sociedad contemporánea está caracterizada por un creciente individualismo, una sobrecarga de imágenes y expectativas impuestas por las redes sociales, y una creciente alienación emocional, especialmente entre los jóvenes. Estos factores contribuyen a crear un caldo de cultivo en el que la violencia, aunque latente, puede surgir sin previo aviso.

El caso de Marianne pone de manifiesto una pregunta fundamental: ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo si los individuos, especialmente los más jóvenes, sienten que la única forma de hacerse notar o de obtener una resolución a su angustia es a través de la violencia? ¿Estamos creando las condiciones para que la pulsión agresiva se desborde sin ser adecuadamente comprendida o contenida? ¿Cuál es el papel de las redes sociales en este proceso, dado que el mundo digital puede ser un espacio en el que se exacerban las tensiones internas de los individuos, llevándolos a una espiral de violencia y desesperación?

El crimen cometido por Marianne Gonzaga, al igual que el de las hermanas Papin, plantea interrogantes que no podemos eludir. Preguntas que nos enfrentan a la naturaleza de la violencia en nuestra sociedad y a la interacción entre las tensiones psíquicas y sociales que producen actos tan extremos. Las preguntas que debemos hacernos son incómodas, pero necesarias: ¿Qué está sucediendo en nuestra sociedad para que actos de violencia extrema, como el cometido por Marianne, se estén volviendo cada vez más frecuentes? ¿Cómo podemos comprender el malestar psíquico que subyace en estos crímenes, y qué papel juega la alienación emocional y la presión social en su manifestación? ¿Es posible que la sanción social, al centrarse únicamente en la condena legal, esté ignorando las causas psíquicas y sociales más profundas que alimentan la violencia? ¿Qué tipo de red de apoyo social y emocional necesitamos construir para que la pulsión agresiva no se desborde en formas tan destructivas? Finalmente, ¿cómo podemos evitar que estos casos sigan repitiéndose en el futuro?

Estas preguntas no tienen respuestas fáciles, pero son esenciales si realmente deseamos entender y prevenir la violencia en nuestra sociedad. Reflexionar sobre el caso de Marianne y otros similares nos invita a mirar más allá de los actos individuales para interrogarnos sobre qué está ocurriendo en la estructura misma de nuestra sociedad que permite la emergencia de tales actos de desesperación y violencia.

Escribió Jacques Lacan: “La noche fatídica, en la ansiedad de un castigo inminente, las hermanas entremezclan la imagen de sus patronas con el espejismo de su propio mal. Es su propia miseria lo que ellas detestan en esa otra pareja a la que arrastran en una atroz cuadrilla.”

Artículos Relacionados

EL ARCÓN DE HIPATIA Marianne y Rosaura: la justicia y la sociedad siguen quedando a deber

Editor Mujeres Mas

RETROVISOR: ¿Llegó la hora de García Harfuch?

Editor Mujeres Mas

Galentine’s day

Editor Mujeres Mas

CUARTO PISO: Más corruptos y sin rendición de cuentas

Editor Mujeres Mas

RIZANDO EL RIZO: “Las falacias de la historia”

Editor Mujeres Mas

EL ARCÓN DE HIPATIA Maternidad autónoma: una oportunidad para resignificarla

Editor Mujeres Mas
Cargando....
Mujer es Más es un medio en el que todas las voces tienen un espacio. Hecho por periodistas, feministas, analistas políticos y académicos que hacen de este sitio un canal de expresión para compartir historias, opiniones, victorias, denuncias y todo aquello que aporte en la vida de quien nos lee.