Por. Boris Berenzon Gorn
X: @bberenzon
La llamada “era digital” ha transformado profundamente la política contemporánea. Con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, prevista para el 20 de enero de 2025, se marcará un cambio radical en la manera en que las redes sociales y el entorno virtual siguen influyendo en la opinión pública, las campañas políticas y la reconfiguración de las relaciones de poder. Trump, un político sinuoso por desafiar las normas, ha aprovechado las plataformas digitales para construir su imagen y su imaginario, movilizar a sus seguidores y crear una narrativa que no solo consolida su base de apoyo, sino que también amplifica su confrontación con los opositores en turno. Su relación con el mundo digital, particularmente con las redes sociales, ha sido funcional y tortuosa y constituye un punto de inflexión en la forma en que los políticos se comunican en la era digital.
Aquí podemos ver los aspectos clave de la interacción de Trump con el mundo digital, examinando cómo utiliza las redes sociales como herramienta política, la estrategia del conflicto para consolidar su poder, la proliferación de noticias falsas y la manipulación de la realidad en los espacios virtuales, y el impacto de todo esto en la sociedad estadounidense y global.
Las redes sociales se han convertido en la columna vertebral de la estrategia comunicacional de Trump. Desde sus primeros días en la política, Twitter (ahora conocida como X) fue su plataforma predilecta, utilizada para expresar opiniones de manera inmediata, directa y sin filtros. El triunfo perverso de su propaganda. Mientras que otros políticos recurren a los medios tradicionales para comunicar sus mensajes, Trump entendió desde el principio que las redes sociales le ofrecían un canal de comunicación instantáneo con su base de apoyo. Sus cuentas en las redes, así como la creación de una red propia, se han convertido en herramientas esenciales no solo para expresar ideas y opiniones, sino también para mantener una presencia constante en los medios, generando un ciclo de noticias que lo mantiene siempre en el centro de atención pública.
En este sentido, Trump emplea las redes sociales para controlar la retórica, utilizando los ataques en su contra como una forma de fortalecer su imagen ante sus seguidores. Cada mensaje, por polémico que sea, se convierte en una oportunidad para reafirmar su poder y desafiar a sus críticos, transformando las plataformas digitales en una extensión de su cruzada política y de su estilo personal de liderazgo. La rapidez y facilidad con las que puede dirigirse a millones de personas, sin necesidad de intermediarios, le brindan una ventaja significativa en términos de visibilidad y capacidad de influir en la opinión pública.
Las redes sociales también le permiten crear una comunidad virtual de seguidores leales. Trump ha construido una “tribu digital” que se siente conectada con su mensaje y su lucha, a pesar de que tal narrativa sea evidentemente falsa. Esta base de apoyo se ve reforzada por la interacción directa que mantiene con sus seguidores, estableciendo una relación más personal que la que los políticos tradicionales pueden cultivar con su electorado.
Un componente clave de la estrategia de Trump es la constante creación de conflicto. La política de “nosotros contra ellos” se ha convertido en un pilar central de su discurso. Los enemigos a los que Trump ataca no solo son sus rivales políticos, sino también los medios de comunicación, la “izquierda radical”, las instituciones democráticas y los gobiernos extranjeros que no se alinean con sus intereses. Este enfoque polarizador genera una atmósfera de confrontación y guerra cultural, que se amplifica en las redes sociales.
Trump utiliza las plataformas digitales para avivar el conflicto y movilizar a su base mediante un lenguaje incendiario y provocador. Cada inserción o declaración que ataca a sus opositores políticos o instituciones, como la prensa, se convierte en un mensaje que sus seguidores difunden y amplifican, creando una sensación de unidad en torno a su figura. Las redes sociales, entonces, no solo sirven para difundir su mensaje, sino también como un espacio donde sus seguidores se sienten incentivados a participar en esta “guerra cultural”, respondiendo con ataques y comentarios negativos hacia sus detractores.
Este enfoque de “conflicto constante” también forma parte de una estrategia para movilizar a su electorado en torno a temas nodales como la inmigración, el cambio climático, el racismo y la seguridad nacional. Al construir un discurso centrado en estas divisiones, Trump refuerza la percepción de que su lucha es una batalla entre el bien y el mal, una ética propia que resuena de manera inmediata en las plataformas digitales, donde el choque de ideas es más visible y profundamente arraigado.
Uno de los aspectos más controvertidos de la relación de Trump con el mundo digital es su uso frecuente del término “fake news” (noticias falsas). Trump descalifica a los medios tradicionales y a los periodistas que no se alinean con su perspectiva, acusándolos de difundir información falsa. Aunque la crítica a los medios no es nueva en la política, el uso sistemático de este término por parte del futuro presidente de Estados Unidos tiene un impacto mucho más profundo. La descalificación de los medios no solo afecta la credibilidad de los reporteros, sino que también siembra confusión en el público sobre lo que constituye la “verdad” y lo que es “mentira”.
El fenómeno de las noticias falsas se amplifica en las redes sociales, donde la circulación de información no siempre está mediada por procesos de verificación rigurosos. Al utilizar X para difundir su mensaje, Trump permite que sus seguidores, y a veces sus detractores, participen en una batalla constante sobre la veracidad de la información.
La desinformación, promovida en las plataformas digitales, tiene consecuencias significativas: no solo erosiona la confianza en el sistema estadounidense, sino que también alimenta las tensiones sociales y políticas. La incapacidad de las redes sociales para regular eficazmente este tipo de contenido ha favorecido la propagación de mensajes engañosos, que encuentran un terreno fértil en las comunidades virtuales y se comparten rápidamente.
La manipulación de la realidad es otro elemento clave en la relación de Trump con las redes sociales. A menudo, la información que circula en línea, especialmente a través de sus publicaciones, no se limita a un simple intercambio de opiniones, sino que se utiliza como una herramienta para crear una realidad paralela. Esta realidad, construida mediante la repetición de narrativas que no siempre se ajustan a los hechos, refuerza su mensaje y manipula la percepción pública.
En este sentido, las redes sociales se convierten en un espacio donde la verdad se distorsiona y la línea entre la realidad y la ficción se vuelve cada vez más difusa. Las plataformas digitales, por su capacidad de viralizar contenido y amplificar voces, ofrecen el medio ideal para difundir esta “realidad alternativa”. Las noticias falsas, las teorías conspirativas y los mensajes polarizadores se comparten de manera viral, creando una burbuja informativa donde los seguidores de Trump se sienten validados y reafirmados, mientras que sus opositores son presentados como enemigos del pueblo.
La relación de Trump con el mundo digital tiene un impacto no solo en los Estados Unidos, sino a nivel global. La manera en que utiliza las redes sociales para crear un discurso de choque y fomentar la desinformación es un fenómeno que trasciende las fronteras de su país. A medida que el uso de las plataformas digitales se globaliza, otros líderes políticos comienzan a emular su enfoque, dando lugar a lo que podría denominarse un “efecto Trump” en la política internacional.
Esta tendencia resalta la crisis de la información en la era digital. El flujo constante de datos, la falta de regulación en las plataformas y la desinformación masiva han creado un entorno en el que la verdad se vuelve relativa y la manipulación de la realidad se convierte en una herramienta política clave. La administración de Trump, al igual que otros movimientos políticos en todo el mundo, ha aprovechado esta crisis para avanzar en su agenda, mientras socava las instituciones democráticas y la confianza en los medios.
La relación de Donald Trump con el mundo digital ha sido una de las más definitorias de su carrera política. Las redes sociales han sido fundamentales para construir una imagen de líder que desafía a las élites, utiliza el conflicto como herramienta política y promueve una narrativa de “nosotros contra ellos”. La proliferación de noticias falsas y la manipulación de la realidad en los espacios virtuales contribuyen a una era de desinformación y polarización política, no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo.
A medida que las plataformas digitales siguen evolucionando, la experiencia de Trump resalta la necesidad urgente de abordar los desafíos relacionados con la regulación de la información en línea. Las redes sociales tienen el poder de construir y destruir realidades, y es perentorio implementar mecanismos más estrictos para proteger la integridad de la información y garantizar que estas plataformas no se conviertan en vehículos para la manipulación política y la erosión de la democracia. La lección de Trump es clara: el control sobre la narrativa digital es, en la era contemporánea, un arma de poder capaz de reconfigurar el panorama político global.
Manchamanteles
Varios artistas de renombre mundial comparten una queja común: Donald Trump ha utilizado sus canciones sin autorización en sus campañas electorales. Entre los músicos agraviados se encuentran iconos como Beyoncé, Celine Dion, Rihanna, The Rolling Stones, Neil Young, Prince y Queen, quienes han expresado su rechazo al uso no autorizado de sus temas, algunos incluso a través de demandas legales. Esta falta de respeto y uso ha generado un conflicto recurrente con el futuro presidente, quien ha sido reprendido por artistas como Jack White, Foo Fighters y Beyoncé, entre otros. La lista de artistas afectados es extensa y se amplía constantemente, reflejando la creciente frustración de la comunidad musical ante la utilización de su música en un contexto político con el que no están de acuerdo. En particular, la banda Queen y Rihanna han sido vocales en su rechazo, condenando el uso de sus canciones “We Are the Champions” y “Don’t Stop the Music” en los mítines de Trump, dejando claro que sus obras no deben ser asociadas con un político al que consideran contrario a sus valores. Este uso indebido de música, sumado a las demandas y los pronunciamientos públicos de los artistas, subraya el enfrentamiento con Trump, que no solo ha acaparado la política estadounidense, sino que también ha generado un fuerte rechazo en el ámbito cultural.
Narciso el obsceno
Donald Trump quiere un espejo total de sus rostros que pondría en la Casa Blanca. Pero no solo en su oficina, no, también en el Despacho Oval, en el jardín, y hasta en la oficina de su vicepresidente, solo para asegurarse de que todos lo vean y lo adoren a cada segundo. Su estrategia electoral es tan clara como su reflejo en ese espejo: el show debe continuar, y el show siempre debe ser sobre él. Olvidemos las políticas, los debates y las preocupaciones nacionales; lo que realmente importa es mantener el foco en el “gran espectáculo Trump”, porque si no se habla de él, ¿realmente está ocurriendo algo importante? Claro, cada vez que alguien lo critica, lo convierte en una oportunidad para mirarse más profundamente en ese espejo y decirse: “¿Qué haría Trump si Trump no fuera tan increíblemente genial?”.