Por. Saraí Aguilar
X @saraiarriozola
Muchos han tomado a burla la letra de canciones feministas como “la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía”, pues no dimensionan o se niegan a admitir la vulnerabilidad a las que estamos expuestas las mujeres, sin importar la edad, en dónde estemos o cómo vistamos.
El simple hecho de ser mujer nos convierte en personas vulnerables, a las cuales la muerte nos acecha en cada momento. Y si bien se puede decir que todos estamos expuestos a la muerte siempre, el simple hecho de que ésta pueda ser violenta o se sufra de violencia sexual previo a la misma, es un agregado que no acompaña de manera latente a los hombres desde su nacimiento.
Y para muestra, basta recordar el caso de Liliana Guadalupe Marroquín, una niña de apenas 12 años quien perdió la vida mientras trabajaba vendiendo dulces en Chiapas. Pero decir “perdió la vida” es condescender con su asesino. Pues realmente fue víctima de feminicidio a manos de Víctor José Carrera Mayor, un chef originario de Parral, Chihuahua, quien al verse señalado y buscado por la justicia decidió suicidarse cometiendo el segundo acto de cobardía.
Lupita fue secuestrada, violentada física y sexualmente por su agresor y posteriormente asesinada para además ser enterrada en el patio trasero de una casa, como si no se tratara de un ser humano con dignidad.
Y si bien la presión social a través de redes y la presencia de sus familiares fueron sin lugar a dudas un detonante para su búsqueda, no podemos sentirnos satisfechos. Pues como sociedad le fallamos todos a Lupita. No solo en el momento de su muerte, sino en las condiciones de vida que llevó durante el tiempo que estuvo aquí y que la convirtió en vulnerable a los ojos de su agresor.
Lupita, quien creció como muchas niñas mexicanas en el seno de una familia humilde desde pequeña, tuvo que combinar la escolaridad con el trabajo informal. No obstante, de acuerdo con lo que se ha documentado en diferentes redes sociales, Lupita abandonó a temprana edad la escuela debido a un problema en el habla y dejó la primaria apenas en el cuarto año.
Le fallamos en proporcionar un sistema educativo que fuera inclusivo con ella, que le proporcionara herramientas a los docentes y a su escuela para que ella pudiese desarrollar el habla de manera eficaz.
Le fallamos por un sistema educativo que no busca a los pequeños que desertan y los dejan a la deriva, como si la educación no fuese un derecho consagrado en la Constitución para las infancias de escasos recursos.
Posterior a ello, su madre cayó enferma, lo cual le impedía acompañarla en sus ventas diarias por las calles de Chiapas. Una vez más le fallamos al no proporcionar los recursos y pensiones adecuadas para las familias, donde los jefes de la misma caen enfermos y trabajan en la informalidad. Le fallamos en proporcionarle un sistema de salud y Seguridad Social que garantizara la estabilidad económica en su casa.
Y por último le fallamos con la seguridad para nuestras niñas, para nuestras mujeres, que puedan caminar por las calles sin miedo a que les arrebaten la vida. Algunos tuvieron el consuelo que otras madres en este país no han tenido, el de poder tener una tumba donde llorar los restos de sus hijas. Pues este país se ha convertido en una gran tumba donde yacen miles de mujeres a las cuales a cada una de ellas les hemos fallado.
Si bien la culpa es el agresor, lo cierto es que la culpa es de todos. Y lo será hasta que construyamos sociedades más justas y equitativas.