sábado 07 septiembre, 2024
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COLUMNAS MARISSA RIVERA

CUARTO PISO: Peleando al muerto

Por. Marissa Rivera

Cuando en el 2018 se advirtió del desmantelamiento de las instituciones y comenzó la destrucción de la democracia, nadie imaginó que seis años después, una carambola electoral haría realidad el sueño presidencial.

Dominado el Poder Legislativo, solo era cuestión de tiempo y de una mayoría calificada para quitarse una piedra en el zapato y someter al rejego Poder Judicial.

Lo que ni el presidente imaginó fue que esa avalancha de votos a favor de Claudia Sheinbaum le daría como ofrenda una crisis de los partidos de oposición.

Desapareció al PRD, noqueó al PRI y exhibió los enconos en el PAN.

Partidos perdedores que, en un sentido, son idénticos al presidente: no hay autocrítica, ni admiten señalamientos. Nunca se equivocan y lo que hacen está bien hecho, pésele a quien le pese.

El PRD que surgió como una luz para la democracia tuvo grandes historias y enormes líderes, pero también claroscuros y experiencias turbias. Hoy, ya no estará más.

En el PAN no hay responsables de la derrota. El enojo provocó acusaciones fuertes entre unos y otros.

Sacaron el coraje de las viejas rencillas y cada uno se lamió las heridas.

Caso especial es el otrora partidazo que hoy está partido, disminuido y caminando hacia la muerte.
Su dirigente, el más perdedor en la historia del PRI, está molesto, iracundo, soberbio, arrogante y a la defensiva.

Pero no lo hace contra sus decisiones, contra sus estructuras, ni mucho menos contra sus incondicionales, expertos en la simulación.

Está virulento contra los reporteros, los medios de comunicación y sus críticos.

Electoralmente recibió otra paliza, pero él y los suyos están a salvo.

Alfredo del Mazo dijo que Alito sería el sepulturero del partido y parece que le sobra razón.

La terquedad, ceguera y obsesión de Moreno Cárdenas reveló su intención de apoderarse del partido hasta que desaparezca.

Muy tarde se dio cuenta que el PRI dejó de ser competitivo. Pero también aprendió que un partido político pase lo que pase es un botín y en otros casos hasta un negocio familiar.

Ahí está el Partido Verde Ecologista que Jorge González Torres donó a su hijo Jorge Emilio González Martínez y que él dirige a pesar de quienes ocupen la presidencia.

Lo mismo pasa con el Partido del Trabajo, que ha dirigido desde hace 34 años Alberto Anaya Gutiérrez.

En Morena no hay pruebas, pero tampoco dudas de quién es el que manda.

Por eso Alito se ha peleado con todos. Él se dice un “gladiador”, también ha dicho que es un “perro de pelea”.

Tristemente para él, un partido político necesita un líder ejemplar, limpio, sin ambiciones personales, sin cola que le pisen, para que busque la unidad, el diálogo, que sea autocrítico, que acepte errores y los corrija.

Pero no. Él, que durante muchos años calló sobre los señalamientos contra priistas, hoy se va contra Manlio Fabio Beltrones, Dulce María Sauri y Francisco Labastida, quienes saben perfectamente sus intenciones: el poder (dinero) y el control (político) de un partido casi muerto, pero con recursos.

La ambición de Alito provocó que se desempolvará la sentencia de la Sala Superior del TEPJF, que le permitió quedarse un año más al frente del PRI y que no contemplaba un abuso, perdón una reelección.

“La modificación… No implica, en sentido estricto, una reelección, menos una violación al principio de reelección, así como tampoco una permanencia indefinida, toda vez que se trata de un elemento temporal”, estableció la sentencia del Tribunal.

La furia y agresividad de Alito abrió muchos frentes, algunos innecesarios.

En Presidencia y los morenistas a carcajadas están viendo el show priista.

Porque su dirigente no alcanzó a ver que su principal obstáculo no son los priistas inconformes, sino su propia codicia.

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