Por. Boris Berenzon Gorn
A Paola y Adán con todo mi cariño y admiración.
Recientemente mi hija me hizo saber que se casaría. Y es una chava “normal” parte de esa generación que aún no acabo de entender y que no sé si me dé la vida para hacerlo, Hace algún tiempo mi alumna y amiga Saray Curiel –una ensayista de excepción y una historiadora seria-. Me hacía notar que los seres tenemos nuestras propias historicidades. Ante ello me asumí como un ser también histórico, y ante un mar de sentimientos encontrados de fiesta, jubilo, añoranzas y hasta miedos me puse a pensar en las reflexiones que aquí comparto. Las han leído y censurado entre otros mi amada Elvira, mis hermanas y hermanos y una serie de críticos entrañables a los que ya no daré entrada.
Asumiendo la premisa de Saray y escudándome en la máxima de Ortega y Gasset “Del Ser y su circunstancia“ ya con la libertad que ello me da. Asumo de entrada que es un texto histórico – sentimental. Quizá más emocional Y de ahí su dialéctica.
Otro muy querido amigo que es mi último maestro, mi 先生 (Sensei) me dijo entendiendo mis tormentas y con el humor ácido que le caracteriza y el esplendor de la sabiduría me dijo, palabras más palabras menos: “Claro que está cabrón se te casen los hijos; y siguiendo con su optimismo abundó: “es un gran balance de la vida, vamos pues un checklist vital”. En fin, así las cosas, me atreví a escribir las siguientes líneas en descargo de tan magno acto donde deseo toda la dicha a Paola y Adán, de la que no dudo pues son seres excepcionales ambos.
El amor no existe, porque si existiera, no quedaría más remedio que renunciar a uno mismo, al deseo, al bienestar y al bello beso del hedonismo con tal de alimentar a alguien más. Sin ánimo de posesión, de control, de permanencia. Un amor así sería condena, desaparecer en el universo de lo imaginario a la guardia del crecimiento de una rama que jamás florece. No, no puede existir el amor, porque si lo hiciera no existiría el yo, el mío, el para mí.
No, definitivamente el amor no existe. Existe el sueño del amor, de la enamorada, del enamorado. De quien pinta lienzos de esperanzas imposibles, los ojos del búho de Remedios Varo, universos morados e inverosímiles. De ideales, de promesas, de ¡mira mamá, ella quiere lo mismo que yo quiero!, ¡mira papá, él está dispuesto a caminar por la senda que yo tracé!, ¡no se queja nunca!, ¡no se opone nunca!, no tiene voluntad…suspiro, no busca tiempos sin mí. El amor perfecto, dicen, solo es mío y no hay cabida para nadie más.
De verdad, no existe el amor. Existen las columnas del Partenón del deber que sostiene el edificio completo de una sociedad que exige, que impone, que siempre es eso, “necesidad”. Amor que reclama alianzas, une presupuestos, comparte casas y terrenos, se dilapida al caer, se rompe en dos o mil pedazos jalando de un lado a los hijos y del otro el automóvil. Amor de seres iguales que no lo son, felicidades de selfies y navidades, casas sólidas con muros de mentiras y frustraciones. Esas sí que existen, pero no existe el amor.
Existe el deseo, ¡tremendo eso sí!, deseo por el cuerpo de alguien más, la vida de alguien más, la voluntad de alguien más. Necesidad infinita de control y de poder, de poseer lo absurdo, de promesas de eternidades y lealtades. Como si ese cuerpo de alguien más nos garantizara su alma, su absoluta y sumisa obediencia, como si su historia nos perteneciera, como si se tratara de una jaula para lo inescrutable, para lo sensible. Ya susurraba Alfonsina Storni: “Tampoco te entiendo, pero mientras tanto/ Ábreme la jaula que quiero escapar”.
Voluntad de saber, de saber del que está enfrente pero no de su existencia. Eso no, definitivamente no es amor. No puede serlo contar las horas para calcular la pensión, reclamar que no estuviste en la fiesta de los niños, decirte que me ha faltado tiempo, tu tiempo, tus flores, tus besos, tu intimidad y tu compañía. No me ha quedado nada sin que estés, si no estas no vivo, si no respondes has pecado, estás pecando, vas a pecar.
¿Cómo podría ser amor una edificación imaginada, impuesta para garantizar la supervivencia de la sociedad? Una serie de imaginarios, de clichés, de roles que desempeñar. Para que todo funcione, para que la célula primordial del estado burgués permanezca y no se vaya a caer el edificio completo. ¿Cómo?, ¿cómo pueden ser amor los papeles y las firmas, los vestidos y las flores, los trajes y las luces cálidas donde suena un vals? ¿Cómo pueden serlo las casas vacías donde reina la certidumbre, pero ha muerto la pasión, donde se han quebrado las ganas, se ha desmoronado el abrazo y la tibieza se ha convertido en culpa?
El amor, el amor, ¿el amor?, ¿el que con Otelo inventó los celos?,¿el que llevó a los amantes de Shakespeare a matarse mutuamente por no estar juntos?, ¿el que puso la pistola en la sien de tantas y tantos poetas no correspondidos? ¿O quizá es el de las canciones, las de los parasiempres instantáneos, de bellezas físicas que justifican corazones saliendo del pecho, que reclaman el dolor del final sin aceptar el mea culpa? ¿O es acaso “el amor eterno” que dura cuando mucho cuatro años, de promesas que se escurren en los vidrios empañados de un hotel donde no están los dos?
No, y perdonen que insista. Y perdonen la molestia, y perdonen. Porque el amor no existe. Aunque la cultura pop se vea desafiada, aunque el amor caballeresco se desmorone al ser desenmascarado en su intención de dominio del cuerpo femenino, aunque lo traten de defender las ciencias y las artes, las primeras con sus descargas de dopaminas y oxitocinas, las segundas con sus espíritus mezclados en besos infinitos.
Porque, si el amor existiera, si acaso existe, sería el combustible de tiempos imposibles, de universos redondos que fluyen como cascadas, de futuros que trascienden más allá del aquí, de la vida, de la muerte. Si el amor existiera no sabría de papeles, de deseos, de controles o de poderes. Plena contemplación, deseo de bienestar, o muy freudianamente, renuncia al narcisismo y puesta de quien ama en la piedra de los sacrificios, vulnerable, inerme ante el sufrimiento.
Si existiera el amor, cerraríamos los ojos para no agotar con la energía de nuestra vida lo sublime, que es de suyo infinito, imposible de atrapar. Trascendencia, transfiguración, construcción, ¿reconstrucción? Pizarnik en su partida podría ser más amorosa que nadie: “deshacerse de las miradas/ piedras opresoras/ que duermen en la garganta”. O quizá volar, en mundo incierto, como Gabriela Mistral: “Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas. / Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.”
Ese amor tendría varias cabezas, de renuncia, de dolor. Voces ininteligibles que gastan lágrimas, que no se ocupan de papeles ni de hipotecas, que son, por definición, renuncia a la renuncia, renuncia a dejar de amar. Sin importar la cercanía, la pertenencia, la permanencia. Se desuellan, se deshuesan solo por imaginar unos ojos y unas manos, por saber la existencia de quien se ama. Sin poseer, sin tener, sabiendo no estar, dejándole crecer, florecer, ser.
Canciones, sí, pero de melodías abstractas, hechas con retazos de alas y de flores, de ojos y de labios, de lágrimas y dientes, y cabellos, y pies descalzos y sucios. Canciones cantadas entre los amantes, entre el cuerpo y la ausencia, entre la vida y el final de la existencia. Canciones, así, en femenino, en entendimiento de la experiencia vital que luchan contra la monotonía, contra el aburrimiento, contra la inacción y que son enemigas de conformarse.
Ese amor, si existiera, sería incómodo, molesto, abrupto, trasgresor. Amores y amoras, solo así, difíciles de ver, de platicar, de soportar. Desafío para la tradición, para los guardianes autodeclarados de las buenas costumbres, autonomía en medio de la entrega más salvaje, una paradoja. Amor que no requiere plumas y tintas, que existe en todos los colores, que sabe llorar, sufrir, esperar. Amor que sabe odiar, porque ningún odio puede con él, ni el de los calcetines sucios, ni el de la duda que aguarda tras la contraseña de un celular.
Si ese amor existiera, lo llenaría todo. No sería sólo de los amantes, sino de las madres y los padres y las hijas y los hijos, de las abuelas y los abuelos y sus nietas, y sus nietos. Amigas y amigos que acompañan el camino, abrazos en tiempos de llanto. De las abejas y de las gotas que cubren la mañana de una ciudad fría con café en mano. Si ese amor existiera, emitiría un zumbido capaz de agitarlo todo, se guardaría en una mirada sibilina, en unos labios postrados sobre las piernas, la palanca de un automóvil donde la mano roza con dedos ansiosos de caricias.
Si ese amor existiera, Paola y Adán pensarían que los amamos en psicosis colectiva sus abuelos, sus padres, sus tíos, sus hermanos Santiago e Iñaki y mis consuegros Adriana y Juan debo decir que – Juan me dijo que palabra tan fuerte está de consuegro- Pues ante la boda de Adán y Paola todos reiremos y cantaremos en nuestros corazones por su futuro, por su actitud trasgresora de amarse sin barreras, sin deberes, sin gustos obligados ni tradiciones impuestas. Amarse porque sí, porque las flores y la compañía no son fin, sino medio, porque sus ojos ya están enredados, porque sus seres se han superpuesto. Si ese amor existiera es porque existe, porque comienza algo más allá de todo entendimiento terrenal, o como diría Ese amor que sí existe, aunque no exista el amor. Porque queridos Paola y Adán me retracto ustedes son la prueba total de que el amor existe. ¡ Mazel Tov! ¡Felicidades!