Por. Ivonne Melgar
Este martes 2 de abril se realizó en la Cámara de Diputados una Sesión Solemne “con motivo de los 200 años de la ciudadanía mexicana de Simón Bolívar”.
Un representante de cada una de las siete bancadas pasó a la tribuna a exaltar al Libertador de América, acomodando sus atributos según el logo partidista.
La inédita efeméride hubiera sido una más de las que se cubren en el Congreso, de no ser porque del valor del acto habló, además, la presidenta de la Comisión de Cultura y Cinematografía de la Cámara, Marisol García Segura (Morena).
“Este acto de reconocimiento marca un hito en el compromiso actual de la Cuarta Transformación, con los ideales que inspiraron la gesta emancipadora liderada por Simón Bolívar y otros próceres de nuestra América”, expuso la diputada García Segura.
Aunque le tocaba fijar una postura institucional de este homenaje parlamentario plural, la morenista se pronunció desde su militancia repitiendo señalamientos del gobierno y de su partido sobre la coyuntura electoral, en la que por cierto tiene la responsabilidad del equipo de cultura de la candidata presidencial Claudia Sheinbaum.
“En este camino hacia la soberanía es imperativo reconocer y honrar al brillante militar y político, el libertador (…) La herencia colonial persiste en golpes blandos y sutiles, pero perniciosos”, expuso la legisladora conocida como Marisol Gasé.
Los cuestionamientos de la oposición al uso de la figura de Bolívar para atropellar la democracia se hubieran quedado en la retórica si no fuera porque ahora mismo nuestra política exterior guarda silencio frente al bloqueo electoral que el gobierno de Venezuela de Nicolás Maduro impulsa, violando los derechos humanos de quienes defienden la división de poderes y reclaman el ejercicio libre del voto.
No deja de ser temerario que, en plena competencia presidencial mexicana, los parlamentarios afines al gobierno y cercanos a la candidatura oficialista exalten un modelo político en el que el manoseo de la historia es ingrediente indispensable para criminalizar la pluralidad democrática, darle la espalda al rigor académico y polarizar a la sociedad.
Tales son los ingredientes del proyecto incubado en Venezuela con Hugo Chávez y que ahora podemos dimensionar a detalle en el libro La utopía pervertida (El germen de la división en América Latina) del periodista y escritor Víctor Flores García, presentado en México en marzo por Castellanos editores. El autor comparte en este reportaje que reúne todos los géneros del oficio su experiencia como corresponsal extranjero de AFP, entre otros medios, en Ciudad de México, Montevideo y Caracas.
Crónicas, entrevistas, revisiones hemerográficas, historiográficas y literarias dan cuenta en este libro de la relevancia del mito bolivariano en la estrategia que Hugo Chávez desplegó en la región, de la mano de Fidel Castro, reactivando la otrora intervención de Cuba en los movimientos insurgentes latinoamericanos.
El fallecido comandante venezolano habría logrado por la vía de las urnas lo que antes se intentó con la ruta armada. Pero, una vez en el poder, demonizó a las instituciones democráticas que le permitieron gobernar la nación que, gracias a su riqueza petrolera, financió la puesta en marcha de ese modelo en países como Ecuador, Bolivia, Argentina y Nicaragua.
Víctor Flores García demuestra en La utopía pervertida cómo Chávez reescribe abusivamente la vida de Bolívar, pisoteando el conocimiento probado de los historiadores, a fin de sustentar su discurso de división en una sociedad donde el control de los beneficiarios de los programas sociales resulta tan crucial como el de los medios y la constante persecución discursiva, penal, militar, financiera y fiscal de los adversarios políticos.
“Los eventos que tenido el privilegio de presenciar en el continente a lo largo de un cuarto de siglo tienen un común denominador con la experiencia mexicana: la manipulación de la historia sin valor intelectual, cada vez más frecuente en el ejercicio del poder”, señala Flores García.
“De lo que se trata con esa manida artimaña es de alimentar el germen de la división en el altar fabulado de los procesos fundadores de las naciones”, describe.
Afirma el autor que “los nuevos caudillos que he observado en este recuento buscan con desespero la legitimidad de sus acciones, sin correr los riesgos de una interpretación apegada a los hechos históricos”.
El libro es prolífico en ejemplos de la mentira sistemática como un componente del abuso del poder de este modelo bolivariano en el que no hay lugar para el diálogo democrático ni para la política. Por eso se busca denodadamente la unanimidad y la crítica es estigmatizada como “traición a la patria”.
Uno de los casos más emblemáticos de la opacidad y el cinismo del discurso gobernante fue protagonizado por Víctor Flores García cuando el cirujano Salvador Navarrete Aulestia le reveló que Chávez sufría un tumor maligno en la pelvis y que su expectativa de vida no sobrepasaría los dos años.
Esa información se publicó en Milenio en 2011 y dio la vuelta al mundo. Pero fue negada desde La Habana por el paciente con la declaración de que ya se había curado, al tiempo de que el médico se volvía un perseguido político bajo la etiqueta de farsante y traidor.
De ese tamaño es la perversión de una utopía que ha logrado colarse en México y de la que no escapa la campaña presidencial.