Por. Marissa Rivera
Xóchitl Gálvez tiene una enorme ventaja sobre Claudia Sheinbaum. Bueno, varias.
En primer lugar, es una mujer que actúa de manera natural, no necesita cubrir apariencias. Su sonrisa contagia y no para de sonreír. Brinca de alegría cuando recibe su constancia de candidata a la presidencia, sin avergonzarse.
Es mal hablada, sin ser ofensiva. Responde a los medios de manera frontal, sin exaltarse ante los provocadores. No se enoja por preguntas duras o mal intencionadas. No maltrata a la gente.
Al contario, muchas y muchos se identifican con ella, los jóvenes le tienen empatía. Sectores productivos, sociales, empresariales, universitarios, investigadores, organizaciones de mujeres, entre otras, la ven como la única que puede cambiar del rumbo de México.
En cambio, Claudia trae consigo la sombra del presidente. Y no es para menos, es su jefe de campaña. Se molesta y cuestiona a reporteros que le hacen preguntas duras. Su tono es tan aburrido, que podría matar de flojera a una piedra, diría Chumel Torres.
Sin carisma y sin autocrítica solo podemos recordar sus exabruptos como cuando apuntándole con el dedo índice regañó al gobernador de Sonora, Alfonso Durazo, o cuando hace unos días, reprendió a una persona que puso la mano en su camioneta.
La candidata del gobierno debe cubrir infinidad de apariencias, como decir que tiene una magnifica relación con Clara Brugada y tres minutos después, mostrar su desprecio y rencor hacia ella, por haber ocupado el lugar que le tenía reservado a Omar García Harfuch.
Pero por qué digo que Xóchitl tiene ventaja sobre Claudia.
Porque en los 13 días que van de campañas, Xóchitl ha tenido la libertad de cuestionar y señalar el fracaso del actual gobierno.
Desde la corrupción, la indolencia contra los niños con cáncer, el control del crimen organizado, por encima del Estado, hasta ser el sexenio más violento y con más asesinatos en la historia de México.
Mientras que Claudia intenta sin éxito tapar el sol con un dedo. No tiene autocritica y ella sabe que sería un suicidio cuestionar lo que sus ojos ven todos los días. Asesinatos, desaparecidos, un país hundido y rendido frente al crimen organizado.
No, imposible que ella cuestione o acepte lo que los datos confirman, un sexenio con más de 180 mil asesinatos.
Absurdo, que como propuesta de campaña, ella exija una investigación profunda para deslindar a los hijos del presidente de abismal tráfico de influencias con el que presuntamente operan.
Las propuestas de los candidatos vienen de los análisis que hacen de la situación del país. Xóchitl lleva mano. Mientras que Claudia promete el segundo piso de la transformación cuando el país se cae a pedazos por la inseguridad.
En el 2018, ganó el hartazgo de la gente contra la corrupción del sexenio de Peña Nieto.
Y digo el hartazgo, porque esa elección se definió con más de 30 millones de votos para la coalición ganadora. Tres años después y sin la narrativa de corrupción perdieron 9 millones de votos. PRI, PAN y PRD obtuvieron 23 millones de votos, Morena y sus aliados, 21 millones de votos.
Esta tendencia en descenso está a favor de Xóchitl que trae como bandera la inseguridad y regresar la paz a México. El domingo 7 de abril veremos que tan hábil será Claudia para evadir, como lo hace todos los días su jefe de campaña, los cuestionamientos que hará Xóchitl.
Ahí no podrá decir, como ha dicho cuando le preguntan sobre las acusaciones contra los hijos del presidente: “es un montaje”.
Día con día, Xóchitl gana simpatías. Claudia, no.
Xóchitl sabe que los jóvenes serán determinantes en esta elección y por eso los busca, abre diálogos con ellos, sabe que son más de 27 millones de entre 18 y 34 años.
Quizá por eso, se le ve feliz a Xóchitl.