Por. Saraí Aguilar
Unas luchan por el poder, otras por sobrevivir.
Algunas legislan desde sus privilegios y consiguen sanciones cuando son agraviadas o sienten serlo, en redes. Otras denuncian hasta el cansancio a sus violentadores sin que nadie haga algo, incluso cuando las matan.
Otras más se enfrascan en debates eternos para la paridad en el poder, mientras el resto lucha por conseguir empleos dignos con salarios y prestaciones supuestamente de ley.
Esa es la desigualdad que se vive en México, la que enfrentan día a día las mujeres mexicanas de a pie, quienes luchan por la igualdad no solo entre géneros sino entre ellas mismas. Porque la realidad que abruma a las mujeres, a esas sin puestos públicos o sin renombre en los activismos o alguna esfera de poder, es que además de la brecha por género, entre las mismas mujeres se han abierto desigualdades propiciadas porque en la lucha de las agendas de las mujeres se ha perdido en ocasiones brújula y se replican modelos patriarcales donde la batalla se da por beneficios para una pocas en las cúpulas y no por las de abajo.
Por ejemplo, mientras en estas épocas electorales vimos muy afligidas a las mujeres en los partidos por mantener la paridad en las cámaras, la cual ya lleva varias legislaturas lográndose, la pobreza con rostro de mujer no ha sido prioritaria en los debates legisislativos en estos años.
Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en 2022, el 36.3% de la población se encontraba en situación de pobreza, lo que equivale a 46.8 millones de personas. De ellas, 24.6 millones eran mujeres, lo que representa el 52.6% del total (Forbes México, 2023).
A lo largo del sexenio, ninguna legisladora de la bancada oficialista ha sido capaz de denunciar el retroceso en la salud en las mujeres. Al corte del 2022, de acuerdo con los datos del Coneval presentados por El Economista, el 37 por ciento de las mujeres presenta carencia por acceso a servicios de salud, un nivel tres veces más alto del que se registraba en 2016 (13 por ciento). Esta es la carencia que más ha incrementado entre las mexicanas, sin importar que desde el poder se tengan otras cifras.
Mientras tanto, la vida de las mujeres –de esas a las que piden el voto en cada elección, pero se olvidan de ellas ante la conveniencia propia o lastimosamente ante las instrucciones de los hombres fuertes de sus partidos– no nos resulta tan sencilla. Se lucha por seguridad, por vivienda digna, por transporte público seguro, mientras otras pelean causas superfluas y cambian de convicciones tan fácil como si se cambiasen el color de tenis.
La realidad de las mujeres es diferente en México dependiendo de a quién se le pregunte. Por eso, este 8 de marzo no faltará quien no se sienta representada por las que marchan. No importa. El 8 se lucha por las que están y por las que no, por las que gritan, por las que callan y por las que silenciaron. Será un día para decir “no somos todas, nos faltan muchas”. Mientras que el poder de unas no sea para alcanzar la igualdad de todas, mientras que sigan las desigualdades, no tendrán la tranquilidad de nuestro silencio.