Por. Marissa Rivera
Xóchitl Gálvez no la tiene fácil.
Se enfrenta a una elección de Estado.
Su lucha no es contra Claudia Sheinbaum, sino contra el presidente de México.
Contra el aparato de gobernadores, alcaldes, senadores y diputados del régimen.
Contra la apatía de la ciudadanía.
Contra los apolíticos.
Contra el crimen organizado.
Contra el abstencionismo.
Contra la guerra sucia.
Contra los opinólogos al servicio del Estado.
Y contra el confort de los partidos políticos que la postularon.
Por eso, el gran discurso de ayer, durante su inscripción como candidata a la Presidencia de la República, le dio, sin duda, un nuevo impulso a sus aspiraciones.
Doce minutos con 47 segundos fueron suficientes para responderle al presidente de la República, a la candidata de Estado y pedirle a los consejeros no quitar la vista de los peligros que se advierten en la elección presidencial.
A su rival en la elección le explicó que hipocresía no es ir a una plaza pública a exigir respeto a las instituciones democráticas.
Hipocresía, le dijo, es parafrasear al papa Francisco con el tema de la fraternidad humana y unos días después apelar al rencor colectivo para llamar falsos e hipócritas a los que advierten la intención del gobierno de desmantelar a las instituciones.
Al presidente le exigió, de manera frontal y clara, sacar las manos del proceso electoral.
Primero lo exhortó a no usar la tribuna de Palacio Nacional para sembrar odio, discordia y cosechar violencia.
Para después, pedirle que, por respeto a su candidata, por respeto a la democracia y por respeto a México saque las manos de una elección donde él solo es observador, no candidato.
A los consejeros del Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Electoral les pidió no ser ajenos a los instintos autoritarios y el activismo partidista del presidente: “asuman su responsabilidad histórica frente a un hombre que olvidó la Jefatura de Estado, para asumir las tareas coyunturales de una Jefatura de campaña”.
Les advirtió que el gobierno federal dispone de las fiscalías e instituciones de procuración de justicia para perseguir y espiar a candidatos y líderes de la oposición.
Señaló que los programas sociales los están usando para amenazar y chantajear a millones de sus legítimos beneficiarios.
Acusó a los medios del Estado de ser utilizados como herramienta de propaganda a favor del gobierno y para denostar a sus adversarios.
La tolerancia y permisibilidad del Estado hacia el crimen organizado, sentenció, son un peligro no solo para las elecciones, sino para México.
La omisión del gobierno frente al crimen organizado, aclaró, es un elemento que puede trastocar la voluntad ciudadana en las urnas el próximo 2 de junio y con ello anular los comicios.
Recordó que al día de hoy, 16 aspirantes de todos los partidos políticos a un cargo de elección popular han sido asesinados.
Xóchitl no perdió la oportunidad de decirle al presidente que es un mal perdedor. Cuando perdió la elección, alegó fraude y cuando la ganó se quejó amargamente de las autoridades que calificaron su triunfo.
Quizá uno de los momentos con mayores aplausos, fue cuando acusó al presidente de insultarse a sí mismo y manchar su investidura al referirse a ella, en su último libro, como “ladina”, el peor insulto, dijo, que usaban los conquistadores contra los indígenas.
Y remató: “que quede claro soy orgullosamente mujer y orgullosamente indígena”.
Sin mentir, ni agredir, su discurso fue impecable.
Ojalá sus palabras hayan retumbado en el país.