Por. Boris Berenzon Gorn
Hay a nuestro alrededor emociones muy bellas y en el arte, donde
están las más intensas, no acepto la mediocridad. Hay arte,
no arte decorativo. El arte es algo riguroso, el arte decorativo no
lo es, es superficial, alborotador.
Le Corbusier
La pérdida de valor de las artes y la filosofía en el mundo contemporáneo está asociada al valor de mercado que se impone a todo aquello que parece tener importancia en el capitalismo posmoderno. Desafortunadamente, la única manera en que la filosofía, las humanidades y las artes cobran relevancia es en función de experiencias de mercado o de la formación educativa de “cultura general” y no como un derecho, (lo que sea que eso signifique) que forma parte de los currículos pero que carece, en su mayoría, de aplicaciones prácticas cotidianas en la vida de los estudiantes que después se vuelven profesionistas.
Por su parte, las personas que se dedican de lleno a las carreras humanísticas y artísticas tienen que enfrentar los inconvenientes de la vida planteada por carreras poco rentables que encuentran pocos nichos de desempeño, a pesar de su sólida formación crítica que los capacita para una gran cantidad de tareas. Los espacios para la docencia de nivel superior y la investigación son realmente restringidos, y la mayoría están en las universidades públicas, pues la oferta educativa a nivel superior en el ámbito privado no suele considerar a las humanidades.
Los más privilegiados tienden a ser ser quienes no tienen la necesidad de vivir de las humanidades y las artes, pues cuentan con alguna otra fuente de ingresos, o los pocos que encuentran su nicho en el competitivo ambiente. Sin embargo, la mayoría de las personas que se dedican a estos saberes apenas tienen espacio en los niveles básicos y medios de la educación, cuando logran adaptarse al mercado laboral. Algunos artistas, sobre todo, suelen vivir de la venta propia de sus obras, aunque también enfrentan condiciones complejas en lo que respecta a seguridad social.
El panorama de desempeño de humanistas y artistas, que parece poco prometedor en términos económicos, se explica por un creciente abandono de estos saberes en nuestro tiempo, por considerarse que no producen un valor de mercancía e intercambio que pueda insertarse en el mercado laboral. La mayoría de los saberes que tienen éxito suelen ser técnicos o especializados en la producción de bienes y servicios, la lógica empresarial favorece lo que produce ganancias y les concede un espacio propio como modelos de negocio.
Hay quienes han sabido encontrar el modelo de negocio en las humanidades y las artes, pues se ha vuelto popular la idea de que las experiencias pueden venderse. En tiempos de redes sociales es común que las experiencias adquieran valor, pues pueden ser compartidas en redes sociales y fortalecer la identidad digital de quien las experimenta. Las redes sociales están plagadas de tours turísticos, exposiciones artísticas, conciertos de cámara, experiencias gastronómicas y otras que permiten dar prestigio y un lugar social a quienes las comparten.
También es común emplear los símbolos como modelos de mercancía, algo que ha ocurrido con las figuras de Frida Kahlo, Vincent Van Gogh, Sor Juana Inés de la Cruz y una larga lista casi interminable de quienes podemos encontrar tazas, cuadernos, playeras y bolsas tote en prácticamente en todo el mundo. No faltan tampoco las adaptaciones en televisión y cine de obras de literatura clásica que han demostrado gustar a los públicos más extensos, pues guardan, como es obvio, algo de universal sin importar cuándo y cómo sean contadas las historias que representan y que mantienen una narratividad atemporal que habla de la condición humana.
Sin embargo, las críticas a este tipo de modelos que adaptan los saberes humanísticos y artísticos a la lógica de mercado no son pocas. En buena medida, están dirigidas a un cuestionamiento básico: ¿las artes y las humanidades deberían producir beneficios económicos, ganancias? Por supuesto que las respuestas están divididas. Muchos, muy sensatos, afirman que es la mejor manera de que las personas dedicadas a estos saberes puedan subsistir, y que incluso es la mejor manera de dar a conocer artes y humanidades al público en general, que guarda un profundo interés en ellas pero que por lo general no sabe cómo acercarse o por dónde empezar.
También se argumenta que la universalidad de las creaciones artísticas y humanísticas hace posible que se adapten a cualquier medio, a cualquier soporte y se vuelvan atemporales. Los clásicos nacieron para no morir, para formar parte de la vida en todo momento y despertar reflexiones, emociones y conexiones con el propio ser y con el de los demás, a partir de problemas que están grabados en la existencia y que tienen que ver con simplemente estar en el mundo.
Pero también hay otros, menos sensatos pero que hacen reflexionar, que sostienen que las artes y las humanidades, que la cultura en su versión más amplia y general no tiene que producir beneficios materiales. Las artes y las humanidades existen para existir, para desconectarnos del valor de intercambio y simplemente gozar la existencia en sí misma. Se argumenta que las artes y las humanidades no tendrían que disfrazarse para sobrevivir en un mundo que las rechaza, que el problema es, precisamente, que no existe reflexión y crítica en torno a las aportaciones que significan para la humanidad y cuánto dependemos de ellas para mejorar nuestra relación con el entorno, con otros seres humanos y con nosotros mismos.
En un mundo plagado de información, donde la conectividad mejora y avanza a pasos agigantados, donde podemos saber y aprender prácticamente lo que sea con un movimiento de la mano, nos hemos olvidado de la pausa, la reflexión y la crítica. Las aportaciones de las humanidades en tiempos de la web 2.0 son mucho más profundas de lo que podría parecer; nos enseñan a dudar, a cuestionar y plantear problemas, a enfrentar críticamente la información, a conocer el origen de las afirmaciones y a identificar la mejor manera de comunicarnos fuera de la violencia que prevalece en nuestros días.
Artes y humanidades bien pueden imbricarse con el desarrollo de la tecnología digital; de hecho, hay más de un ejemplo de estas fusiones como las experiencias inmersivas en el arte, la poesía digital, las experiencias lúdicas, los tours virtuales históricos o artísticos, la música de creación digital y muchos otros ejemplos que nos demuestran que el crecimiento de la tecnología no va en contra de la universalidad de las artes y las humanidades.
Sin embargo, es cierto que el papel de las artes y las humanidades en nuestros días debe discutirse, y no podemos cerrarnos a una de las dos opciones. ¿Es necesario que se adapten para producir mercancías y asegurar su supervivencia y la de quienes las detentan? ¿O más bien deben permanecer leales a su propia existencia y negarse a servir a los intereses del capital? Quizá la respuesta esté en medio de ambos extremos, pero lo cierto es que obliga a la reflexión. Lo que nos queda, al menos por ahora, es reconocer su importancia para la condición humana y replantear su función en el mundo digital.
Manchamanteles
—¿Queréis que todo esto vuelva a empezar?
—¡Sí! —responden a coro.
Also Sprach Zarathustra
En todas las eternidades
que a nuestro mundo precedieron,
¿cómo negar que ya existieron
planetas con humanidades;
y hubo Homeros que describieron
las primeras heroicidades,
y hubo Shakespeares que ahondar supieron
del alma en las profundidades?
Serpiente que muerdes tu cola,
inflexible círculo, bola
negra que giras sin cesar,
refrán monótono del mismo
canto, marea del abismo,
¿sois cuento de nunca acabar?…
Narciso el obsceno
¿Subo mi selfie con la de Remedios Varo o la de Salvador Dalí?