Por. Gerardo Galarza
El desastre que sufre Acapulco es casi un símil exacto del desastre que sufre el país entero. Y no hay que dejarlo a un lado, por más que parezca obvio.
Símil casi exacto porque las calamidades que vive Acapulco tuvieron su origen en un fenómeno natural incontrolable, -al que se sumó, es cierto, la incompetencia y la irresponsabilidad de las autoridades federales, estatales y municipales, curiosamente, surgidas del mismo partido político-, y las que sufre el país entero son sólo producto de la incompetencia, irresponsabilidad y soberbia de quien -en singular, aún cuando también son culpables quienes lo rodean-, que encabeza el gobierno federal, el presidente de la República.
En Acapulco y sus zonas cercanas hay desabasto de alimentos básicos, en el país hay desabasto de, simple ejemplo, medicamentos básicos, no se diga de los especializados; en el puerto guerrerense escasea la gasolina y el huachicol se vende a 40 pesos por litro, en las carreteras del país sigue vendiéndose gasolina robada a Pemex, pese a que fue la primera lucha del actual gobierno federal.
En Acapulco se agravó el colapso del sistema nacional de salud pública, que ya lo arrastraba junto con el país. Es muy difícil -no imposible- que a los afectados ahora extremos se les vayan a prometer nuevamente servicios médicos como los de Dinamarca, que según el discurso oficial estaban a punto de conseguirse- aunque los derechohabientes deseen siquiera los de algún país como… como más pobre.
La inseguridad en Acapulco y Guerrero han estado presentes, y aún más graves, al igual que todo el territorio nacional desde hace tiempo; municipio y estado son referentes de la “actividades” sin control de grupos delictivos, pero esta vez fue más “espectacular” -muchos más allá de los que provoca “la calor”, según la alcaldesa del puerto- por el involucramiento del “pueblo bueno” en la rapiña -robo consentido- de productos de tiendas no sólo de comestibles, sino de electrodomésticos y otros productos de lujo. “´Ora es cuando”, dijeron sabedores que las fuerzas del orden no sólo no actuarían, como ocurre en este gobierno, sino que hasta participarían en el saqueo.
La inacción del gobierno federal y específicamente del presidente de la República quedó de manifiesto a las pocas horas: una vergonzosa fotografía lo mostró atrapado en un vehículo militar atascado en el lodo, rodeado de militares que nada sabían que hacer. Tal vez es una imagen reveladora del actual poder político militar: tenemos rodeado al presidente.
Parecen muy lejanos, -no tanto, apenas hace cinco años- en los que ante un desastre natural el Ejército ponía en operación el Plan DN-III, para salvar y ayudar los civiles damnificados. ¡Ah qué tiempos aquellos del neoliberalismo!, en los que también existía un fideicomiso para aplicar en el caso de desastres naturales llamado Fonden.
Ahora, los acapulqueños afectados por el fenómeno natural han iniciado un éxodo en búsqueda de empleo y oportunidades de vida, siguiendo el ejemplo que les da el gobierno federal al presumir el constante incremento de la remesas de los mexicanos que se fueron “pal norte” a buscar oportunidades negadas o inexistentes en su país.
La paradoja o “parajoda” de la historia reciente es una infame elección: ¿Un gobierno corrupto que construye o un gobierno corrupto que destruye? Que tristes opciones para los mexicanos.
Peor: hay quienes votaron por este gobierno que tienen el descaro de decir:”¿Cómo iba a saberse?”. Pues, ya se sabía y ya volvió a saberse, y ya se sabe antes de votar en junio del 2024. Que nadie se llame a engaño.