Por. Marissa Rivera
Marcelo Ebrard podría tener razón en señalar que lo atracaron en las encuestas.
Podría seguir ejerciendo, sin éxito, su derecho de pataleo.
Podría seguir con sus ambiguas amenazas de abandonar al partido oficialista.
Pero Morena ya tiene candidata y no hay vuelta atrás.
Lo que un buen segmento de la sociedad esperaba de él, era esa muestra de agallas que distingue a un político con oficio y talento, de un simple político.
La semana pasada escribí en esta misma columna que la farsa morenista aún no terminaba.
Y lo dije, porque el enojo de Marcelo provocó un impasse en la gran simulación.
Por un lado, en la oposición cruzaban los dedos esperando la ruptura.
Por el otro, los oficialistas deseaban la negociación para evitar una fisura morenista.
Y en otro, los silenciosos, con las cartas bajo la mesa, esperaban un candidato, para continuar con ese empecinamiento de ir solos y dividir la elección presidencial, los de Movimiento Ciudadano.
Todos hicieron sus análisis, hipótesis y estrategias y no sirvieron de nada.
Pasaron cinco días y Marcelo ni dio un golpe en la mesa ni se ablandó, ni fue claro.
Al estirar el misterio dejó ir su fuerza, simpatías y apoyos.
Porque en realidad la única posibilidad de salir orondo de donde supuestamente le hicieron daño, era o irse a otra alternativa o retirarse momentáneamente de la política.
El tercer lugar en algunas de las encuestas, Gerardo Fernández Noroña, trasnochado y virulento señaló que esa indecisión de Marcelo no era más que el preámbulo de un golpe de Estado en México.
Cuántas historias se pueden crear ante la falta de determinación de una persona.
Pero su arrebato no quedó ahí, Noroña reconoció que la simulación para ratificar que la elegida siempre había sido Claudia, fue una contienda desigual, de prácticas incorrectas, pero jamás un fraude.
En defensa de la farsa no se cansó de calificar a Marcelo como un personaje arrogante, ególatra y enano políticamente.
Y si todo lo que ha insinuado Marcelo quedara en una simple y banal finta, qué tendrán que hacer los morenistas para una efectiva operación cicatriz.
La farsa dejó más muertos que vivos.
Adán Augusto perdió todo, secretaría, candidatura y apoyos.
Ricardo Monreal comprobó el peso de los desencuentros con el presidente y se quedó solo. Ese político avezado, que fue aplastado, tendrá que lamerse las heridas, levantarse y regresar.
Pero aún falta para que esta novela termine.
Para que la decisión de Marcelo culmine con la simulación y tenga un impacto que sacuda el entorno político, tendría que abandonar a Morena. Así de simple y sencillo. Lo demás es lo de menos.
Sin fuerza y sin apoyos no hay marcha atrás o rompe con el presidente o seguirá siendo parte crucial de la simulación.
A Claudia ya le entregaron un bastón, el mando lo seguirá teniendo el presidente.
Al dubitativo Marcelo solo le resta elegir de qué lado de la historia quiere trascender.