Por. Boris Berenzon Gorn
“… ¡y el cine me gusta desde que ilumina!, cuando yo siento la iluminación y que ya estoy vestida y todo, y empiezo a oler el personaje, y ya soy Julia Solórzano la de Danzón o soy Virginia…cuando el cine te hace vivir otras vidas, es porque te metiste en todo…”
María Rojo
Figuras que embargan los espacios hay pocas, porque no es lo mismo estar parado en un lugar que convertirse en él. Para lograrlo, el ser humano se transmuta, cambia su esencia, renuncia a la subsistencia y se reconvierte en tiempo, la propia piel se desconecta de su humanidad y adquiere un sabor distinto, un propósito propio, una existencia independiente. Se requiere de un talento innato y una vocación completa para lograr una empresa tan compleja. Es, sin duda, aspiración de todos los actores, de quienes se enmascaran con mil rostros y tratan de vivir en ellos vidas que no son las suyas, pero que se convierten, al mismo tiempo, en su única posibilidad de ser.
El cine mexicano ha visto desfilar figuras enormes a través de los cuadros que animan las imágenes fijas para convertirlas en historias al paso del proyector. Voces de seres imaginarios que cobran vida en el mundo interno de quien las mira, que toman conciencia y se hacen reales cuando evocan en el espectador risas, llantos, iras y desamores. El arte del cine y el teatro depende de seres sin rostro dispuestos a renunciar a su propia identidad para atraer otras, para darle vida a quienes solo existen en la imaginación de quien los narra.
La cultura es un derecho y por ello tiene permiso de extender sus espacios con toda su fuerza y vehemencia.
Una de esas figuras avasallantes del cine mexicano y del espectáculo en general, es María Rojo, una mujer cuya presencia embarga el espacio y nos transporta a construir imaginarios que describen nuestro ser, nuestros más profundos anhelos y miedos, a empatizar con la figura femenina de trazos mexicanos en un horizonte de desigualdades y complejidades que a final de cuentas, se diluyen en personajes entrañables de películas tan famosas como El apando, dirigida por Felipe Cazals, o Danzón, La tarea, Las Poquianchis, Nadie te oye: perfume de violetas, Crónica de un desayuno, El callejón de los milagros, Rojo Amanecer, Morir en el Golfo, Rompe el alba, María de mi corazón, Los cachorros, Los recuerdos del porvenir y el Castillo de la Pureza.
Tantas son las películas en las que hemos visto a la bellísima María Rojo, que enlistarlas sería un despropósito. Porque lo que nos interesa es resaltar, con toda justicia, la magistralidad con la que ha representado todos y cada uno de sus papeles, comprometida con el arte, tomando con seriedad el efecto y la causa, el contexto y el horizonte. La Rojo tiene mucho más que belleza y talento: está llena de conciencia, juega a la representación de realidades incómodas, se lanza sin miramientos a la polémica, porque conoce y cree, porque tiene espíritu crítico además de cadencia. María Rojo tiñe de carmín lo que toca, de Rojo Amanecer a La Dictadura Perfecta, de las mujeres quebradas a las retocadas. No hay adjetivos que se le escapen, su compromiso es con ella misma, con su propio legado.
Las coincidencias quizá no existen, tal vez el propio universo se ordena más allá de nuestras expectativas y deseos, de nuestras formas y nuestras posibilidades. Por eso, sostengo que no es casualidad que el Día Nacional del Cine Mexicano se celebre el 15 de agosto, el cumpleaños de María Rojo, quien no ha dudado en señalar, con poca modestia—no la necesita—que esa celebración es en su nombre. Ahora que se abre la nueva Cineteca Nacional de las Artes el mismo día de su cumpleaños ochenta, el homenaje a la Rojo es más que merecido y aunque parezca un sueño, podremos verla nuevamente en la pantalla grande en los clásicos Danzón, María de mi Corazón y Rojo Amanecer.
Su larga trayectoria ha parecido apenas un suspiro, desde que inicio su carrera en el programa Teatro Fantástico como Ciquirritica, o en su primera obra teatral Mala Semilla; hasta El Infierno, La dictadura perfecta y Las horas contigo filmadas en la década pasada; nos hemos acostumbrado a su rostro, a su sonrisa, a sus lagrimas y enojos. En la pantalla chica todavía se le vio en el 2022 como Margarita en Mi fortuna es amarte, o como Mercedes Berríos en Señora Acero. A pesar de que ella misma declaró haberse hundido en una larga depresión durante los años de pandemia, no hay mexicano que no la conozca, que no la sienta.
Desde que murieron sus tres grandes directores, Jorge Fons, Felipe Cazals y Jaime Humberto Hermosillo, a quienes asegura haberles guardado un sentido luto; y desde su participación en el filme Los crímenes de Mar del Norte, María Rojo no ha vuelto a la pantalla grande. Si bien, el olvido de quienes dirigen las grandes producciones del cine mexicano le ha dolido y la ha llevado a cuestionarse si acaso es su edad la que le ha restado glorias. La industria es cruel, a veces ingrata. Pero el público no olvida, a los ojos de México y gran parte del mundo, María Rojo sigue siendo la diva esbelta y femenina de rostro exquisito y belleza inconfundible que nos trasladó en un tren de emociones incontenibles. Es la representante de las plumas de José Revueltas, José Emilio Pacheco, José Agustín, Salvador Novo, Rosario Castellanos, Héctor Aguilar Camín y Gabriel García Márquez. María Rojo es mujer inquebrantable de principios sólidos y mente creativa.
Nuestra diva es un ícono de la cultura mexicana. En su vuelta al sol número ochenta, los homenajes parecen cortos y su vida apenas un destello que tranquiliza y dibuja identidades, que nos hace pensarla una y otra vez, suspendida en un tiempo infinito en medio de juventudes que se desvanecen. Su legado esta impreso en las páginas de nuestra memoria, su voz y su sonrisa en el imaginario de nuestra gente.
Manchamanteles
Y para el rojo, Luis de Góngora:
Raya, dorado Sol, orna y colora
Del alto monte la lozana cumbre;
Sigue con agradable mansedumbre
El rojo paso de la blanca Aurora;
Suelta las riendas a Favonio y Flora,
Y usando, al esparcir tu nueva lumbre,
Tu generoso oficio y real costumbre,
El mar argenta, las campañas dora,
Para que desta vega el campo raso
Borde saliendo Flérida de flores;
Mas si no hubiere de salir acaso,
Ni el monte rayes, ornes, ni colores,
Ni sigas de la Aurora el rojo paso,
Ni el mar argentes, ni los campos dores.
Narciso el obsceno
En este mundo la belleza tiene fecha de caducidad únicamente si eres mujer.