Por. Gerardo Galarza
En México, el Señor del Gran Poder tiene nombre y apellidos.
Los mexicanos padecen de un mal endémico: creen en un señor todo poderoso que les resolverá todos su problemas personales, hasta los que tienen con su pareja e hijos. No, no, no es un asunto teológico; es un asunto pragmático. Una endemia.
Los habitantes del territorio que hoy se llama México siempre han creído en un salvador omnipotente quien “les hará justicia”.
Ese personaje no es ningún Dios. Es simplemente quien detenta el poder político en turno, y eso lo hace superior. Así, los habitantes de estas tierras que hoy se llaman México -hace días más o días menos apenas dos siglos del nombre- siempre han estado a las despensas y esperanzas de quien ejerce el poder: tlatoani, rey, emperador, conquistador, virrey, presidente, emperador, presidente, emperador, presidente, dictador, jefe máximo o presidente, dadores de la vida en cualesquiera de sus representaciones.
Él es dueño de vidas, haciendas, trabajos, oficios, empleos, “becas”, programas sociales, dador de contratos y privilegios, perdonador de todos los pecados, principalmente el de la corrupción, con absolución absoluta; también de todas las políticas públicas como se dice ahora y de las asignaciones sin licitación.
En ejercicio del poder todos alcanzan esa veneración popular que desparece al terminar su sexenio. Ejemplos: lea, infórmese, por favor. Todos, luego de ejercer el poder, se convierten en monstruos corruptos. Eso había ocurrido hasta el 2018.
Pero en los cien años más recientes hay alguien que escapa a esa maldición de perder el poder: Felipe Calderón Hinojosa, presidente de México entre 2006 y 2012, no más, un sexenio como todos.
Calderón, de acuerdo con el presidente de la República. Andrés Manuel López Obrador -quien todo lo sabe y todo lo ordena, pero no puede con su antecesor-, es quien controla el país, por encima del poder legal y legítimo, por encima del propio presidente. ¿Quién va a dudar de la palabra presidencial?
Dejó formalmente el poder el 30 de noviembre del 2012. Después de él han sido presidentes Enrique Peña Nieto y López Obrador, quienes acumulan 11 años de ejercicio el poder absoluto que les ha otorgó el sistema presidencialista.
Pero hoy sabemos, gracias al señor presidente López Obrador, que Calderón sigue ejerciendo el poder en México, por encima del propio presidente. Ni siquiera Plutarco Elías Calles, llamado Jefe Máximo de la Revolución, lo logró. Tampoco ningún otro presidente que intentó prolongar su mandato más allá de los seis años que le correspondían, según el ciclo de la monarquía sexenal hereditaria.
Ya ha quedado suficientemente claro, transparente, límpido, que lo que ocurre en México desde hace 11 años, lo malo y es suponer que lo bueno también, es responsabilidad del señor Calderón, de acuerdo con lo que dice todos los días el presidente todopoderoso.
Los dichos presidenciales colocan a Felipe Calderón Hinojosa como el único expresidente posrevolución que ha ejercido y ejerce el poder más allá de su sexenio. Revise usted los hechos de la semana pasada, busque al responsable en el torrente verdal de cada mañana del presidente.
Lo único que falta es que dentro de un año se le adjudique al oficialmente expresidente el resultado de las elecciones presidenciales o, al menos, de la postulación del candidato ganador.