Por. Boris Berenzon Gorn
A María y Yuriria con amor fraternal
La primera imagen que tuve de Selma Beraud me dejó petrificado a los seis años. Mi padre, Ignacio Osorio, recordó: “Selma y yo no nos salvamos de la matanza del 2 de octubre del 68 porque nos escondimos entre los cadáveres”. Vivíamos en Mixcoac, en la calle Rembrandt 51-A, e íbamos a la casa de Selma, que quedaba a unas cuadras en Merced Gómez. Cuando llegamos había un escenario particular: la casa de Selma era la magia, la fiesta y el refugio de muchos. Desde entonces, Selma fue mi tía. Iba y venía de su casa con mi hermana Shoshana, Federico Campbell Pena, Yuriria y María, formaban una pandilla a la que se sumaban muchos más hijos de los participantes del 68 y, más adelante, de otros movimientos sociales importantes. En la casa de Selma había comida de todo tipo, dulces, perros que corrían de un lado a otro y personas que se sumaban y se convertían en tíos y amigos de todos, seres entrañables.
Selma Beraud, actriz y luchadora social, es quizá el más exquisito y sutil símbolo del movimiento estudiantil de 1968 en México. Defensora comprometida con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y con las principales luchas democráticas de nuestro país, participó en las huelgas que modificaron los sindicatos de la Universidad Nacional Autónoma de México, acompañó en su lucha a Doña Rosario Ibarra de Piedra, al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y al actual presidente de la república. La Beraud nació el 21 de junio de 1938 y fue alumna directa de Héctor Azar, con quien fundó el teatro universitario y CADAC. Falleció el sábado 3 de junio a la una y veinte de la madrugada en su icónica casa de Mixcoac.
Selma fue parte de la intelectualidad, estuvo en el foco de la cultura del siglo XX, se nutrió de la más amplia pluralidad de ideas y contó con la amistad de Edmundo O’Gorman, Margarita Peña, Sergio Fernández, Martha Ofelia Galindo, María del Carmen Farías, José Revueltas, Ricardo Guerra, Ignacio Osorio, Luis González de Alba, Carmen y Magdalena Galindo, Jorge del Valle, Luis Prieto, Carlos Monsiváis, entre muchos más. Selma, junto con Roberta Avendaño, Marcia Gutiérrez, Celia Espinosa Díaz, Fernanda Campa, Silvia Molina, María Luisa Puga, Ángeles Mastretta, Elena Garro, Ana Ignacia y Consuelo Valle Espinosa, son además unas de las grandes impulsoras del feminismo activo en nuestro país. Ella era, como toda su generación, el contraste y la contradicción; o así lo narra su mejor biógrafa, María, su hija:
Uno de los días que estuvimos con mi mamá en el hospital coincidió con el miércoles de ceniza. Una afanosa señorita de relaciones públicas pasó a nuestra habitación a invitarnos a la misa. Parecía una broma de mal gusto, ella no estaba en posibilidades de moverse de la cama. De todas formas pidió que viniera el cura porque quería confesarse. Por supuesto, al escuchar su petición, me reí: “¿Mamá, no estarás pidiendo la extremaunción? ¿Qué tienes que confesar?” “Bueno… algunos pecadillos…” Luego se quedó a solas con el cura unos minutos. Cuando volví, la encontré con la frente tiznada. Me sonrió y cantamos a dos voces: “Si los curas y Franco supieran lo poco que van a durar, cantarían todos juntos libertad, libertad, libertad…” Tengo que decirle que hoy es 14 de abril.
El sepelio de Selma nos dio dos certezas: la primera es la triste pérdida de una generación que se ha ido y que se va, y que sin duda nos marcó como seres y como sociedad, con todas sus contradicciones, sus apuestas, sus ideales y una visión del mundo generosa y amorosa que se escondía en medio de laberintos inciertos. La otra es la transmisión del amor y la construcción de una gran familia en una nueva generación conformada por mi hermana Shoshana, Inti Muñoz, Rodrigo Murray, Monserrat García Marañón, Adriana Tenorio, Federico Campbell y muchos más que nos reencontramos, lloramos y reímos con la misma pasión para despedir a Selma y seguir sus ejemplos: saber vivir, hacer familias y preservar el amor en todas sus dimensiones.
Florezca sempiterna la memoria de Selma Beraud.