jueves 21 noviembre, 2024
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COLUMNAS COLUMNA INVITADA

«RIZANDO EL RIZO» 5 de junio: Día Mundial del Medio Ambiente

Por. Boris Berenzon Gorn

 

«Los científicos pueden describir los problemas
que afectarán el medio ambiente basándose en
la evidencia disponible. Sin embargo, su
solución no es la responsabilidad de los
científicos, sino de la sociedad en su totalidad»
Mario Molina

Hablar del medio ambiente, la contaminación, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la destrucción de ecosistemas parece haberse convertido en un cliché defendido por los progresistas posmodernos. Desafortunadamente, cada vez hay menos personas que se toman en serio el problema que enfrentamos como humanidad. Muchos lo hacen como una especie de moda, sin ser plenamente conscientes de la importancia del zero waste, que ha adquirido una suerte de superioridad moral entre individuos y empresas, pero que plantea contradicciones al responder a motivos incorrectos.

Un ejemplo que podría parecer banal es el de las llamadas “bolsas verdes”, que no representan en todos los casos una alternativa verdaderamente ecológica. Esto se debe no sólo a los costos de producción y la contaminación que implica fabricarlas, sino también porque siguen siendo artefactos desechables que no tienen un impacto significativo en la mejora de las consecuencias ambientales. Podríamos citar muchos más ejemplos, como los supuestos “popotes ecológicos”, que también son un negocio redondo del cual podríamos prescindir por completo, o la reutilización de envases no biodegradables en artefactos que, una vez más, están diseñados para un solo uso. También la implementación de jardines que eliminan la biodiversidad o el cultivo masivo de monocultivos en la industria agrícola, así como el uso de pesticidas aparentemente beneficiosos para las plantas, pero capaces de diezmar poblaciones enteras de polinizadores.

Aunque estas medidas resultan ilógicas, contradictorias y hasta absurdas, identificarlas nos permite analizar una problemática que tiene implicaciones éticas y ontológicas y que trasciende los discursos publicitarios, el argot político y las modas progresistas. La elección de este tipo de medidas es una manifestación simbólica de aquello que está en el centro de las prioridades humanas. A pesar de poder identificar un conflicto, personas y empresas buscan salidas ambiguas que les permiten cumplir con la normatividad sin asumir necesariamente compromisos de gran calado si estos pudieran poner en entredicho sus intereses económicos.

En esta visión, no sólo se manifiestan los intereses capitalistas de una sociedad marcada por el consumo, las desigualdades y la violencia, sino que también se revela un cierto narcisismo presentista, que, aunque pretenda ser universal, es en definitiva producto de condiciones históricas. No es posible enumerar todas las culturas y momentos en el tiempo que han sido conscientes de su relación con el medio ambiente, pero es imprescindible señalar que la catástrofe ambiental de nuestros días se ha exacerbado con el proceso de industrialización que sentó las bases del modelo capitalista actual en el siglo XIX. Esta debacle está relacionada con la producción y el consumo.

Esto no significa que poner un freno a la situación ambiental implique renunciar al desarrollo, al crecimiento de la ciencia y la tecnología, al mejoramiento de la calidad de vida, la educación, los servicios médicos, el acceso al agua, los alimentos y demás derechos fundamentales. Pero hay que reconocer que una sociedad diseñada para el consumo irracional de bienes desechables está condenada a la destrucción y al acortamiento de su esperanza de futuro para las generaciones venideras. El individualismo, que está en la base de nuestras sociedades, pone en el centro las necesidades inmediatas, elimina la responsabilidad propia minimizando el impacto que pueden tener las acciones de una sola persona y las justifica diciendo que el problema lo generan las mayorías. Así se consume sin frenos y la lógica de las necesidades es dictada desde afuera.

Como especie, no ha sido suficiente recordarnos que para la supervivencia necesitamos conservar el medio ambiente en condiciones óptimas. Todos los factores del entorno que rodean a las personas y los seres vivos, tanto la relación de los organismos con el entorno como las interacciones sociales y culturales de las personas con el medio físico, son necesarios para la existencia. Pero quizás, debido a la caída de las grandes narrativas del siglo XX, hemos perdido la perspectiva del futuro y nuestra relación temporal con el pasado. Ha dejado de importar todo aquello que escapa a la comprensión del presente, simbólicamente, hemos destruido la idea del porvenir. El goce y el disfrute del aquí y el ahora parecen estar minando no sólo nuestra capacidad de alcanzar los sueños personales, sino también la posibilidad de emprender un camino colectivo.

Cuando nos encontramos ante fechas conmemorativas, parecen banales y poco significativas. El Día Internacional del Medio Ambiente se viene conmemorando el 5 de junio de cada año desde 1974, como consecuencia de una iniciativa de la Asamblea General de las Naciones Unidas que busca promover la conciencia y la acción global en torno a los problemas del medio ambiente. Sin embargo, a la mayoría de las personas les dice poco y parece que se utiliza como parte de discursos políticos más que como una estrategia para reivindicar las acciones que llevamos a cabo en nuestra vida cotidiana.

Sin embargo, el establecimiento de este tipo de fechas en momentos específicos puede tener un impacto significativo en las colectividades si rompemos con los lugares comunes y los clichés, si tomamos conciencia de nuestra relación con el medio ambiente y sus efectos en nuestra vida y en la de las personas que nos importan, incluyendo a las futuras generaciones. Para ello, es importante contar con información de calidad que nos permita tener una conciencia crítica más allá de los mecanismos que se utilizan como artefactos de consumo, acorde con las necesidades específicas de cada persona. Medidas como el consumo local, la reutilización de los artefactos que ya tenemos y la reparación de las cosas antes de desecharlas, sólo por mencionar algunas, suelen ser más ventajosas que la compra de nuevos artefactos “ecológicos” cuya fabricación resulta contaminante.

La relación que tenemos con el medio ambiente es compleja, ya que dependemos de él para sobrevivir, alimentarnos, hidratarnos, obtener energía y tener recursos materiales, entre muchas otras actividades. Sin embargo, la forma en que estamos produciendo no es la correcta y es necesario tomar medidas a nivel individual y colectivo, nacional e internacional, buscando prácticas sostenibles y cuestionando constantemente si las medidas tomadas son las adecuadas. Como hemos mencionado en este espacio, el cambio climático está causando extinciones masivas de biodiversidad, sequías y desastres naturales al alterar los patrones climáticos globales y aumentar las temperaturas, obligando a las especies a adaptarse rápidamente o desaparecer. Las consecuencias de estas pérdidas para las personas pueden ser devastadoras. Además, los efectos en la salud derivados de la emisión de gases de efecto invernadero, metales pesados, plásticos y productos químicos tóxicos también son significativos. La destrucción de los mares debido a los desechos industriales, el petróleo, los fertilizantes y otros productos químicos está amenazando el equilibrio.

No hay un pronóstico optimista en cuanto a la reducción de la contaminación y la devastación del medio ambiente. Por el contrario, el crecimiento de la población mundial y el desarrollo del consumo irracional continúan utilizando recursos y energía, y generando residuos de manera constante. Todo está influenciado por lo que consumimos, por nuestra alimentación y por los mensajes de los medios de comunicación que nos incitan a volver obsoletas las cosas que poseemos. La falta de educación ambiental y conciencia pública sobre la conservación, y sobre todo la idea de que las acciones de una sola persona son irrelevantes, también contribuyen a esta problemática. Si queremos cambiar algo, debemos comenzar por nosotros mismos y cada pequeña acción cuenta.

Ilustración. Diana Olvera

Manchamanteles

EBG: En medio del estruendo quedaba el silencio, al fondo de los gritos, de los escapes, de los desagües y las sierras que partían los pocos troncos que quedaban. Al fondo no había nada, me faltaban los vientos que se estrellaban contra nuestros cuerpos tirados en la hierba, me faltaba el piquete casual de un insecto parado en mi espalda mientras te miraba en el piso. Al fondo no quedaba nada, no quedaba nadie, no había más que silencio. El silencio sepulcral de una muerte que no tiene fin, que no avisa. Nos rodeaba un ruido muerto, gris y peculiar. Al fondo imaginaba las siluetas verdes de mi infancia, de mi juventud, las llenaba con imágenes cuadradas e inorgánicas, las pintaba de un verde inexistente. Las olas se estrellaban en las rocas como de costumbre, pero no reían, no gritaban, disolvían el pasado y el futuro, se enrojecían. Desperté y te miré regando el pequeño cuadrado verde de nuestras vidas. BBG.

Narciso el obsceno 

Esta semana compré un termo nuevo, cinco popotes (por si se pierden), una playera verde y un carro eléctrico; porque ya sabes, me importa el medio ambiente. 

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