Por. Ivonne Melgar
La elección de Coahuila todavía en curso ya dejó lecciones a todos los partidos políticos, pero particularmente a la coalición gobernante y a los aspirantes a relevar con el sello de la 4T al presidente López Obrador.
Aun cuando esa entidad se caracteriza por un alto desarrollo económico y por ser desde ahora acaso la única donde el PRI podrá celebrar su centenario de vida en marzo de 2029, lo ocurrido este año prende las señales de alerta para Morena y sus aliados.
Es posible que en los estados del sur y centro del país el partido del presidente de la República pueda por sí solo arrasar en 2024.
Pero Coahuila demuestra que el tsunami obradorista de 2018 difícilmente podría repetirse en las ciudades y entidades de similar condición socioeconómica para un abanderado morenista sin el respaldo del PT y PVEM que en las elecciones de 2021 sumaron más de 4 millones de votantes, quedándose con el 9 por ciento del total del pastel electoral.
De manera que después del 5 de junio, de confirmarse el triunfo de Manolo Jiménez, candidato de la alianza del PRI, PAN y PRD, la dirigencia del partido del presidente, a cargo de Mario Delgado, tendrá que cuidar tratos, acuerdos y ofrecimientos con Alberto Anaya, su homólogo petista, y con Karen Castrejón, al frente del PVEM.
Porque es un hecho que, si nos atenemos a las encuestas serias publicadas, la coalición de la 4T ahora mismo le estaría disputado al PRI su hegemonía de casi un siglo, si en esta elección no se hubiera fragmentado en tres candidatos: Armando Guadiana por MORENA; Ricardo Mejía Berdeja por el PT y Lenin Pérez Rivera por PVEM en alianza con su fuerza política local, Unidad Democrática de Coahuila (UDC).
A reserva del saldo que arrojen las urnas el domingo 4 de junio, las intenciones de voto conocidas sugieren que la suma de los abanderados de las fuerzas que se autoproclaman protagonistas de la 4T sería equivalente a la cantidad que podría obtener el probable sucesor del gobernador priista Miguel Riquelme.
Los llamados que en los últimos días han realizado públicamente Mario Delgado; el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández; la jefa de Gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum, y el propio presidente López Obrador para que los candidatos de sus aliados declinen en favor del morenista Guadiana han sido infructuosos.
Esa negativa que hasta el momento parece rotunda de Mejía Berdeja y de Pérez Rivera, pero también de las respectivas dirigencias partidistas que los arropan, sería una señal suficiente para desmentir la versión, particularmente difundida por Movimiento Ciudadano (MC), de que la eventual permanencia del PRI en el gobierno coahuilense es producto de una negociación entre la dirigencia de Alejandro Moreno Cárdenas y el gobierno federal, a cambio de que Morena tenga un día de campo electoral en el Estado de México.
Y es que sin desestimar los enjuagues que podrían haberse dado a nivel local entre el descendiente del Grupo Atlacomulco, el gobernador también priista Alfredo del Mazo, y el jefe político de Morena (asunto que ya analizaremos el próximo sábado), en el caso de Coahuila todo indica que ahí se combinaron varios factores de los que debería tomar nota la oposición de Va por México de cara a 2024.
Es evidente que Miguel Riquelme operó su sucesión con éxito tanto por el nivel aprobatorio de su gobierno como por el apuntalamiento que hizo de Manolo Jiménez, quien fue su secretario de Desarrollo Social, logrando unidad en torno a su postulación en el PRI, pero también con Acción Nacional, partido adversario histórico de los priistas.
La otra lección que resulta fundamental es que el candidato debe contar con historia y capacidad políticas propias. En este caso, el priista puntero, ex alcalde de Saltillo, consiguió proyectar una oferta de continuidad a su estilo y supo hacer campaña, aprendiendo pronto a defenderse del experimentado tribuno Mejía Berdeja.
Aunque el factor más relevante en la práctica fue el azar, es decir, la suerte de que el ex subsecretario federal de Seguridad se inconformara con los resultados de la encuesta interna de Morena que benefició al senador Guadiana, ahora con licencia. Y que, adicionalmente, la dirigencia del PT aceptara postularlo, pese a la disciplina y lealtad que legislativamente le han guardado al presidente López Obrador.
Y esa es otra lección para los aliados de la 4T: candidatos con agallas y talento político para jugársela, como Mejía Berdeja y Lenin Pérez, hijo del fundador del STUNAM, Evaristo Pérez Arreola (†) –a quien prioritariamente le importa retener el registro de su partido local– no resultan suficientes cuando se trata de ganar frente a los aparatos electorales del partido en el poder y de la oposición.
Esta moraleja también habrá de calar en los precandidatos de Morena que quieran irse por la libre. Por ejemplo: Gerardo Fernández Noroña.
Pretender que las candidaturas del PT y del PVEM fueron producto de una negociación de Riquelme o del exgobernador Rubén Moreira, coordinador de los diputados priistas, con el secretario de Gobernación, es subestimar la fuerza electoral del jefe del Ejecutivo, quien esta semana lanzó descalificaciones en contra de su ex subsecretario de Seguridad, por restarle posibilidades de triunfo a Morena entre los coahuilenses.
Y esa es acaso la más ruda advertencia desde Coahuila para el futuro perdedor de la encuesta entre las llamadas corcholatas: López Obrador no tendrá reparos en defenestrarlos. Así sea Marcelo Ebrard abanderado por MC.