Por. Boris Berenzon Gorn
A Shoshana Berenzon y Arturo Barajas, quienes cumplen 25 años juntos, recorriendo los museos con complicidad y amor.
Los museos y galerías de arte también, para mí, son fuentes de placer e
inspiración. Sin duda esto les parecerá extraño a muchos, que mi mano, sin
ayuda de la vista, pueda sentir el movimiento, el sentimiento, la belleza del frío
mármol; y, sin embargo, es cierto que siento genuino placer al tocar las
grandes obras de arte. A través de las puntas de los dedos siguiendo la curva
de la línea del trazo, descubren el pensamiento y la emoción que el
artista ha retratado.
Helen Keller
Los museos se han convertido en verdaderos espacios de reflexión y memoria, de aprendizaje y exaltación de la experiencia estética, lugares donde podemos perdernos en mundos completamente distintos al nuestro, dentro de tiempos lejanos y condiciones inimaginadas y de los que emergemos con perspectivas nuevas y emocionantes. El arte contemporáneo ha explotado al máximo la interactividad en los museos, pero incluso cuando la actividad del asistente es meramente contemplativa, no hay pasividad en la recepción de la obra.
Cuando vamos a un museo se mezclan el mundo conocido y el que estamos por conocer, el universo de representaciones simbólicas con el que ya contamos y el bagaje de un lenguaje nuevo que se nos presenta lúdico y simple, pero que se inserta naturalmente en el horizonte de nuestro imaginario y permanece modelando la lente con la que aprehendemos el mundo. Es el encuentro con la cosa, (la obra) con el noúmeno y su transmutación en el fenómeno, una vez tocado por la conciencia que lo experimenta. El museo es espacio de creatividades permanentes que trascienden la propia exposición, que son tan diversas como las miradas que lo transitan y tan disímil como la existencia.
En el museo no hay objetos y recorridos, sino discursos, historias que se narran con nosotros como espectadores y como actores, que se representan en un cosmos intemporal donde las horas no transitan, donde el tiempo se para y donde todo parece posible. No hay reglas, hay sugerencias, hay intenciones, hay deseos de comprender, pero el museo es incapaz de detener al nómada que le visita, tan libre, tan despreocupado, tan a voluntad caminando y existiendo en sus entrañas que no respeta ni requiere hacerlo, direcciones ni secuencias. El museo se vive intuitivamente, inclusive entre los más obsesivos: el camino del progreso se rompe si al fondo la obra maestra nos captura y nos exhorta a quebrar la linealidad ignorando el resto del espacio y atravesando la memoria hasta pararnos frente a ella.
En la experiencia del museo no hace falta nada más que la propia conciencia, que la propia voluntad, que las propias ganas. No hay que ir al museo, se va porque se quiere ir, porque nos da la gana, por que el arte, el objeto, el pasado, el futuro, lo que no sabemos, lo que queremos conocer, lo que no imaginamos, nos espera en sus adentros y nos motiva a existir para sentir, para experimentar. No existe la prisa, al museo se escapa, en el todo es goce, todo es placer, todo es deseo cumplido, deseo lícito e ilícito que no tiene límites y que inunda a quien lo recorre.
El museo es un organismo vivo y como tal, es impredecible. Lejos de la galería medieval de objetos apiñados y elegidos a capricho de la subjetividad estética, en el museo las obras dialogan, la historia ocurre, el sonido se filtra, la ciencia encuentra un cauce simple e infalible para grabarse en la memoria, lo que brilla permanece y las sombras se vuelven un maravilloso silencio que nos regala la pausa, la contemplación. A veces, si hay suerte, podemos tocar, sentir, cambiar, a veces la obra cambia ella sola, constantemente y nuestra percepción es única e irrepetible, otras veces nos habla, nos obliga a recordar lo que no hemos vivido.
El 18 de mayo de cada año se celebra el Día Mundial de los Museos, una conmemoración que data de 1977, cuando el Consejo Internacional de Museos (ICOM) llamó a recordar y promover el papel de los museos para el desarrollo de la sociedad. El museo actúa como una institución dedicada a la conservación del patrimonio artístico, cultural, científico e histórico de la humanidad, preserva y exhibe a través de discursos que pretenden educar, promover el aprendizaje y el conocimiento, pero sobre todo incentivar la experiencia de placer en torno a su contenido. El museo es la amalgama perfecta entre el saber y el amar, porque en su interior nada es una obligación, es, por el contrario, la puesta en escena de la decisión franca de vivir, por unos minutos, por unas horas, por unos días, una aventura.
Los primeros museos fueron, sin lugar a duda, espacios mucho menos democráticos y abiertos a todo público como los que conocemos ahora. En el Renacimiento, las colecciones privadas de la aristocracia se exhibían en los museos en parte con el afán de la conservación y la enseñanza, y en parte también como establecimiento de discursos de poder que materializaban el haber de los objetos en símbolos, que justificaban la distancia de los nobles y el clero con el resto de las personas. La vitrina del museo marcaba esa línea imaginaria entre la aspiración y la realidad, entre lo real y lo imaginario. En la actualidad los museos se han transformado y están prácticamente al alcance de todas las personas, aunque es verdad que siguen manteniendo un halo sacralizado que debe romperse.
Los museos juegan un papel clave, pues además de preservar el patrimonio cultural de la humanidad mediante la conservación, restauración y salvaguarda, ejercen labores de educación e investigación. Cada exposición que experimentamos es producto del trabajo interdisciplinario de grupos de especialistas en museografía, arqueología, historia, ciencias, artes, restauración, arquitectura, diseño, efectos multimedia, entre una enorme lista que sólo presentamos para conmemorar el trabajo de quienes se esfuerzan por mantener viva la memoria de la humanidad.
Los museos también promueven la diversidad cultural y, por lo tanto, son espacios diseñados para la tolerancia, para el encuentro con el otro en su propio ambiente, en un estado cercano al natural. Recopilan todo aquello que tiene valor y lo democratizan, lo regresan a las manos de todas las personas, las convierten en propietarias comunes del pasado y el futuro. En el museo se promueve la participación, lo deseable es que consideren a todas las personas y generen ambientes de inclusión, y aunque aún existen instalaciones que no son aptas para todos los públicos, cada vez es más frecuente tomar en cuenta las necesidades de personas con discapacidad, de edad y hablantes de lenguas originarias.
Y es que los museos no necesariamente tienen que gustarnos, podemos estar en desacuerdo con ellos, salir desencantados, insatisfechos, frustrados. Pero incluso cuando esto ocurre, el museo ha cumplido su función: nos ha movido, nos ha tocado, nos ha obligado a pensar en algo y nos ha forzado a ser críticos. Hasta un mal montaje puede ser esclarecedor, porque también los museos están en transformación constante, como lo estamos nosotros cada vez que nos perdemos dentro de uno. Si hemos reflexionado, sentido, experimentado, criticado, disfrutado, amado, odiado, hemos transitado el museo con éxito.
En nuestro país, las instituciones públicas que resguardan museos ofrecen por lo menos un día a la semana de gratuidad, precios especiales a profesores, estudiantes y personas de la tercera edad, además el programa público “Noche de Museos” cuenta con una amplia gama de opciones novedosas y disponibles en un horario inmune a los compromisos escolares y laborales.
En México hemos tenido la fortuna de contar con grandes constructores de museos en el más amplio sentido de la estética y el compromiso ético de reflejar nuestro ser de una y muchas formas, valga mencionar figuras como Pedro Ramirez Vázquez, Jorge Alberto Manrique, Teresa del Conde, Miguel Ángel Fernández, Beatriz Braniff, Guillermo Bonfil, Jorge Agostoni, Iker Larrauri, Mario Vázquez, Eduardo Matos Moctezuma, Salvador Rueda, Graciela de la Torre y Antonio Saborit por solo mencionar algunos a quienes también recordamos y festejamos.
Entre las instituciones que administran museos en México están el INAH, el INBAL, la Secretaría de Cultura Federal y las Estatales, las Instituciones Universitarias, la iniciativa privada y numerosas fundaciones. Tan sólo en la Ciudad de México, según la Secretaría del Cultura, contamos con 176 museos de contenido variable que ofrecen una amplia diversidad de opciones de entretenimiento y aprendizaje para todas las edades. Considera este Rizo una invitación para lanzarte a gozar de nuestro tesoro compartido.
Manchamanteles
El 24 de mayo de 1919 abandonó este plano el poeta Amado Nervo, pero nos dejó sus inmortales versos:
El día que me quieras
El día que me quieras tendrá más luz que junio;
la noche que me quieras será de plenilunio,
con notas de Beethoven vibrando en cada rayo
sus inefables cosas,
y habrá juntas más rosas
que en todo el mes de mayo.
Las fuentes cristalinas
irán por las laderas
saltando cristalinas
el día que me quieras.
El día que me quieras, los sotos escondidos
resonarán arpegios nunca jamás oídos.
Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras
que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras.
Cogidas de la mano cual rubias hermanitas,
luciendo golas cándidas, irán las margaritas
por montes y praderas,
delante de tus pasos, el día que me quieras…
Y si deshojas una, te dirá su inocente
postrer pétalo blanco: ¡Apasionadamente!
Al reventar el alba del día que me quieras,
tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras,
y en el estanque, nido de gérmenes ignotos,
florecerán las místicas corolas de los lotos.
El día que me quieras será cada celaje
ala maravillosa; cada arrebol, miraje
de “Las Mil y una Noches”; cada brisa un cantar,
cada árbol una lira, cada monte un altar.
El día que me quieras, para nosotros dos
cabrá en un solo beso la beatitud de Dios.
Narciso el obsceno
Sus caderas eran un extraño objeto de vitrina que se exhibía todos los días de ocho a seis.