jueves 21 noviembre, 2024
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CEREBRO 40 BÁRBARA LEJTIK COLUMNAS

«CEREBRO 40» “El amor después del amor”

Por. Bárbara Lejtik

-Tal vez, se parezca a este rayo de sol, canta un optimista Fito Páez.

-El amor se llama el juego en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño– asegura un atinado y empatice Joaquín Sabina.

-Los amorosos callan, el amor es el silencio más fino, el más insoportable. Nos convence Jaime Sabines.

Y podría asegurar hoy que todos los poemas del mundo están inspirados en el amor romántico, en esa ilusión fortuita como una estrella fugaz que observamos desde la Tierra, pero que nos hace sentir que existe para nosotros y que nos podría volver inmortales, que somos el todo de un todo, la hidra del cuento, la esencia de la vida.

Así lo sentí y así lo escribo, incapaz de curarme de otra manera.

-El amor es una cosa esplendorosa-.

Lo cantamos, lo creemos, anhelamos sentirlo algún día, pensamos que lo conocemos. Debe ser ese secreto que escriben cuatro letras difíciles de rimar con algo lógico y sensato, algo tan idílico y placentero que la gran mayoría de los pobres mortales apostamos la vida entera por encontrarlo, como si fuera una cosa, un lugar.

-Como si no fuera un rayo que te quema y te parte a la mitad del patio-, según Julio Cortázar.

Incluso habiéndolo perdido, habiendo sufrido por amor, nada anhelamos más que volvernos a enamorar.

¿Será porque el amor es adictivo?

¿O porque no podemos como mortales hacer otra cosa que amarle?

¿Es la condena de nuestra especie?

Fuimos creados por lo mismo que al final nos destruirá.

Como tocar flores y tragar sapos, como respirar aire puro y morir de asfixiados con su limpieza, como ver y no reconocer las cosas de esta vida.

En el amor siempre se pierde, aún cuando se gana, es el principio y el fin de todos los sentimientos descritos y nombrados, los buenos y los malos, los que nos hacen sentir vivos y los que nos hacen desear la inexistencia.

Un menú de lágrimas infinito, mil formas nuevas de llorar cada vez, un castigo inmerecido siempre.

Amar el amor, desteñirnos de amor, siempre desearlo, respirar en él, idealizarlo y pero aún, sentirlo algún día.

Tanta mal llamada evolución, mal entendida modernidad, porque si mejoráramos en la vida habríamos aprendido ya a no sufrir por algo intangible y efímero, engañoso siempre y absurdo.

Tan sencilla sería la vida y tan práctica conociendo la fórmula para sentir amor y para anularlo cuando empiece a doler, como un borrador, como un chorro de agua, una pastilla, un botón que apaga las emociones y nos devuelve la capacidad de vivir siendo funcionales.

Para no acabar irremediablemente como la vaca sin cencerro de “La Flor de mi secreto” de Pedro Almodóvar, perdida, sin rumbo, huyendo de ti misma, perdida dentro de ti, buscando en los recuerdos de tu niñez esa forma de ser feliz con la propia vida.

¡Pero no!

Estamos aquí más indefensos que nunca, más vulnerables a sentir que a existir, creyendo que le ganamos al conocimiento, que desciframos los secretos de la vida, que evolucionamos como especie y es todo lo contrario, si entendemos más cosas, pero, llega ese golpe de viento ardiente que llamamos amor y nos congela, nos vuelve estúpidos y básicos, sin equilibrio, sin noción, sin razonamiento.

Nos roba nuestra vida y por increíble que parezca nos decimos en secreto:

Ya volveré a hacer mi vida.

El que se va, se lleva su memoria, su modo de ser río, de ser aire, de ser adiós y nunca.

Amor, poema de Rosario Castellanos

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