jueves 21 noviembre, 2024
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«RIZANDO EL RIZO» Los clásicos en los nuevos formatos: trascendiendo el tiempo y el espacio

Por. Boris Berenzon Gorn

 

“Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.”
Italo Calvino

Cuando nos referimos a las obras clásicas no tenemos una lista inamovible, pues durante largo tiempo ésta se construyó a base de críticas autorizadas que fijaron el canon de aquello que debía ser considerado trascendental y permanente. Si bien, muchas de las obras del canon son innegables como “universales”, lo cierto es que la historia y los poderes han dejado fuera un gran número de obras que provenientes de narrativas no hegemónicas, actores pertenecientes a las minorías, o temas que han sido considerados vulgares o inmorales, no han alcanzado una justa valoración de sus aportaciones a la historia del pensamiento universal. A ello añadimos la propensión a convertir el libro en un objeto sacro, fuera de dimensión, en buena parte por su valor histórico, lo que sin duda no siempre es saludable.

 Y es que la magnificencia de los libros antiguos, escritos por escribanos durante largas horas frente a las velas, y los paisajes literarios ocultos en los textos del siglo XIX son algo que no se puede ignorar. La belleza de una edición crítica de los clásicos y el valor simbólico y cultural del impreso son ciertos. Sin embargo, es emocionante considerar nuevos soportes para los clásicos incentivados por la tecnología y las comunicaciones, ya que se relacionan con el papel crucial del lector en dotar de sentido. 

En la posmodernidad, ha sido importante desacralizar al autor y generar nuevos reconocimientos de los significados ocultos, lo que amplía los espacios del diálogo y la creación conjunta a través de la hermenéutica. Los nuevos soportes demuestran que el valor de los clásicos definitivamente debe estar en su contenido, y por lo tanto, en su capacidad para llegar a públicos de todas las edades, personas de todo tipo en todo el mundo, más allá de las diferencias culturales y el tiempo en que viven. Si los clásicos pasan de moda, simple y sencillamente, no son clásicos.

Es interesante de reconocer el impacto de las nuevas tecnologías que conjugan el libro como objeto con los diversos lenguajes multimedia. Los libros que incluyen realidad aumentada y virtual no afectan la relación del lector con la presentación tradicional y lineal del texto, permitiendo el acceso esperado al contenido como fue creado originalmente. Sin embargo, también incluyen hipervínculos que producen una lectura completamente distinta, una lectura asociativa que explota el modelo de red, complementando, profundizando, otorgando nuevos sentidos y enriqueciendo la obra escrita mediante la intertextualidad y la hipermedia. El debate sin embargo no ha faltado, ¿los textos clásicos pueden resistir el embate de nuevos modelos de lectura y soportes para los que no fueron creados?, ¿se pierde o se gana al adaptar el pasado al presente?

La incorporación de herramientas multimedia en la literatura tiene un gran potencial pues permite diversificar el orden y las prioridades de la lectura, generando nuevas formas de comprender y vencer la narrativa lineal. Además, permite transmitir emociones, ideas y sensaciones a través de lenguajes variados para codificar y decodificar mensajes de manera particular, impulsando la intervención de otros sentidos. 

Los discursos multimedia se pueden conectar entre sí y con el texto escrito, generando una interacción entre el lector y la obra que enriquece las posibilidades de comprensión y construye historias variadas. La lectura, por lo tanto, no está limitada por una verdad absoluta e intemporal, sino que está sujeta a las condiciones históricas y sociales. La recepción que el autor tiene de la tradición también influye en su obra, y esto se ve reflejado en el acto creador. En conclusión, la incorporación de herramientas multimedia en la literatura amplía las posibilidades de interpretación y de creación conjunta entre el lector y la obra.

Pero si los textos clásicos fueran llevados a una experiencia inmersiva, ¿seguirían siendo ellos mismos? La pregunta sin duda está en qué es lo que hace de un clásico lo que es. Sin duda, el lenguaje no es una limitante, ya que la mayoría de nosotros no hemos leído en griego y latín a los grecorromanos, ni en español antiguo al Quijote. Pero esto no significa que no los hemos comprendido, sino que en su mensaje hay una adaptabilidad que trasciende lo temporal, que quiebra el espacio y que es capaz de construir realidades alternativas sin que el mensaje fundamental quede enterrado en las capas de significado. 

La lectura es un acto de comprensión que no está limitado por la idea de una verdad absoluta e intemporal. La regulación de las interpretaciones es un acto socialmente intervenido y dependiente de las condiciones históricas. En este sentido, plantea la posibilidad de interacción con el texto, dando lugar a la creación de uno nuevo, pero que no se separa completamente del que fue fabricado por su autor. La recepción que el autor hace de la tradición influye en el acto creador no sólo por las expectativas que el público tiene de su obra, sino también por las que él mismo tuvo de las obras que lo nutrieron.

La estética de la recepción, por relacionarse con el modelo hermenéutico de Gadamer, supone interpretación que en su dimensión dialéctica marca la interacción entre el autor y el lector, donde el texto es el vehículo que representa al acto comunicativo, pero que además se encuentra inserto en medio de un horizonte. Más que un contexto, la estética de la recepción asimila el acto lector dentro de un horizonte. La forma en que se relacionan los conceptos en un lenguaje por el cual las palabras adquieren un sentido propio en relación con el resto del sistema que conforma los lenguajes. Las expectativas del lector no serían completamente ajenas al autor—lo que no significa que no choquen—en la medida en que se insertan dentro de las posibilidades propias planteadas por el lenguaje. La traducción podría suponer la pérdida de significados, pero no debería alterar lo trascendente.

Si los clásicos son trascendentes deben superar la distancia temporal entre su escritura y el espacio nuevo en que impactan, ¿qué resulta del encuentro? un choque entre el horizonte de expectativas que, como ya vimos, puede culminar en cambio o rechazo. Si el rechazo lleva al olvido entonces no hay clásicos, si en cambio, la tesitura del texto y los lectores crea una narrativa intemporal, entonces las obras persisten. Sin embargo aunque a veces el rechazo podría ser inmediato, a la postre la obra puede ser reinterpretada y puesta en valor dentro de un andamiaje diferente al que la vio nacer, correspondiente con un horizonte que se identifica en ella. Muchas obras adquieren sentido cuando los autores han muerto, en parte por lógica comercial, pero en parte también porque se encuentran, digamos, “adelantadas a su tiempo”. 

En este sentido, hay diacronía en la forma en la que nos enfrentamos a las obras. Quizá los clásicos han logrado superar el cambio histórico manteniendo un contenido universal que trasciende a los embates del tiempo y del espacio; los clásicos superan soportes y lenguajes, están siempre vigentes. El acto lector influye en la persistencia de los clásicos, como en un laboratorio que pone a prueba permanente la garantía de un producto que debería ser resistente a todo. Definir qué es eso que convierte el pensamiento en “universal” es un eterno debate filosófico al que aludiremos en otro momento, pero lo cierto es que hoy por hoy hay que extirpar la idea de que el cambio destruye la tradición y estar dispuestos a abrazar lo desconocido. 

Ilustración. Diana Olvera

Manchamanteles

Rainer Maria Rilke nos demuestra porque los clásicos nunca mueren:

OFRENDA

¡Oh, cómo florece mi cuerpo, desde cada vena,

con más aroma, desde que te reconozco!

Mira, ando más esbelto y más derecho,

y tú tan sólo esperas… ¿pero quién eres tú?

 

Mira; yo siento cómo distancio,

cómo pierdo lo antiguo, hoja tras hoja.

Sólo tu sonrisa permanece como muchas estrellas

sobre ti, y pronto también sobre mí.

 

A todo aquello que a través de mi infancia

sin nombre aún refulge, como el agua,

le voy a dar tu nombre en el altar

que está encendido de tu pelo

y rodeado, leve, con tus pechos.

Narciso el obsceno

Supo de inmediato que ella había inventado un sentimiento nuevo porque su tristeza no se comparaba con la de nadie.

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