Por. Bárbara Lejtik
Tragedia, con cada una de sus ocho letras describe los acontecimientos del lunes pasado en Ciudad Juárez, inenarrable, inaceptable, increíble.
Los mexicanos estamos tristes e indignados, cuando lo que deberíamos es estar avergonzados.
Pasamos ya de la sorpresa y la negación a la cotidiana repartición de culpas, los dedos se mueven como manecillas del reloj señalando responsables.
Todos son culpables, todos menos uno mismo.
Es culpable la persona que usó los cables de la cámara de seguridad para prenderle fuego a las colchonetas y así protestar por las inhumanas condiciones de hacinamiento , porque como animales los privaron de su libertad, los encerraron tras unas rejas por pedir en las calles ayuda para comer, porque no tienen otra forma de subsistir; porque no hay para cuándo obtengan una respuesta; porque todos decimos que deberían de ponerse a trabajar pero nadie quiere verlos ni siquiera en sus calles. Los detuvieron sin comida, ni agua, ni forma de comunicarse con sus familias, sin saber si sus hijos también estaban detenidos o siguen en la calle, además del miedo de ser deportados a sus países, en donde menos que aquí tienen un lugar digno y seguro para vivir.
Son culpables los guardias que a su vez obedecían órdenes y no pensaron ni por un momento que las personas a las que les negaron ayuda para salir del edificio eran seres humanos, con nombres, con historias, con sueños, con familias. Sus superiores seguramente cansados de las trifulcas ocasionadas en las calles y de las constantes quejas de los vecinos que están hartos de ver a las personas migrantes afeando, ensuciando y estorbando en parques y banquetas; quizás pensaron que un escarmiento ayudaría al orden público.
Culpables los gobiernos de cada país que incapaces de mantener la paz y brindar bienestar a sus ciudadanos, quienes desesperadas ante la falta de trabajo, la guerra, la ausencia de derechos y oportunidades caminan durante meses sólo con una esperanza, encontrar trabajo en Estados Unidos y poder ayudar a sus familiares y a ellos mismos a tener una vida digna.
Culpable el gobierno que no atiende la política migratoria que lejos de brindar soluciones a las personas en condición de movilidad obedece a los caprichos de nuestro vecino del norte, quien para mi opinión es el principal culpable, ofreciendo oportunidades y después olvidándose por completo, lanzando la piedra y escondiendo la mano.
Nadie reconoce su parte de responsabilidad, todo mundo quiere aprovechar la situación para sacar raja política y llevar agua a su molino, nadie sería capaz de reconocer que en el fondo, o no tanto todos sostenemos el pie de este pobre ser humano perseguido, rechazado, hambriento y desolado que no tiene más salida que migrar, caminar, vencer el cansancio, la incertidumbre, el frío y el calor, el dolor físico, la nostalgia por lo que deja atrás, por su vida, por su tierra, por su familia, porque no tiene otra opción, porque es caminar hacia lo desconocido o morir y dejar que los suyos mueran.
El fuego lo ocasionamos todos, la reja la cerramos todos, todos los que somos indiferentes al dolor, egoístas con nuestras calles, quienes consideramos que las personas en condición de movilidad deben ser llamadas ilegales, quienes estamos molestos de verlos en la calle pidiendo ayuda, cargando a sus hijos y a sus vidas en la espalda; nos incomodan y nos amenaza sus colores, sus acentos, nos volteamos temerosos de que nos vayan a hacer algo, los llamamos peligrosos.
Somos culpables los que no nos reflejamos en el dolor ajeno y egoístamente pensamos que éste es un problema de Estado, que el gobierno es quien debiera hacerse cargo o de mantenerlos tranquilos pero con otro dinero, no con el de nuestros impuestos, o de no dejarlos pasar por la frontera del sur, para que nosotros, las buenas conciencias, los que no tenemos la culpa de ser el patio de atrás del vecino del norte, no pasemos por la incomodidad de tener que presenciar su éxodo.
Encontrar un sólo culpable sería subestimar la maldad humana y eso no sería correcto ni equitativo.