Por. Bárbara Lejtik
No voy a mentir, siempre me ha gustado el Día de San Valentín, es más, creo que deberíamos festejar el Día del amor y la amistad por lo menos una vez al mes.
Vecina del barrio de Coyoacán, nada agradezco más que caminar un par de cuadras para encontrarme en el corazón de la zona más transitable, folclórica, inclusiva y cursi de la ciudad.
Camino siempre que puedo por sus calles y recorro sus jardines, a veces para pensar, para cumplir alguna diligencia, a veces salgo a caminar sólo para buscar un poco de inspiración.
En días como éste la encuentro a los pocos pasos y es que el Día del amor en México es de verdad particular.
Pareciera que hasta el cielo se pone de buen humor, el invierno se despide ya y la siempre precoz primavera nos empieza a mostrar sus colores, hace ya calor, los árboles empiezan a florear y la gente disfruta de un buen paseo al aire libre.
Esta vez me ha dado por pensar en lo que hemos dejado ir, en los sentimientos que hemos condenado al olvido tal vez por pena, tal vez por un condicionamiento social y comparó la diferencia de cómo las nuevas generaciones transitan sus días.
Nos vendieron, no sé por qué y nosotros quisimos quedarnos con la idea de que el Día de San Valentín o del amor y la amistad es un día comercial, una estrategia de mercadotecnia, un pretexto para gastar en cosas inútiles y luego, el resto del año nos quejamos de nuestra situación económica, de nuestra falta de liquidez y culpamos como es nuestra costumbre al gobierno.
Nos enseñaron también a sentirnos incorrectos, feos, incómodos.
Nos dijeron que junto a la juventud se iba la belleza, lo que no interiorizamos es el porqué tendría que ser así.
La juventud es bella, sin duda, en todas sus representaciones, pero incluso nosotros no nos sentíamos bellos cuando fuimos jóvenes, pensábamos que seriamos más atractivos cuando bajáramos de peso, cuando dejáramos de tener barritos en la cara, cuando pudiéramos comprarnos ropa cara y en eso se nos fue el tiempo; ahora nos sentimos viejos y feos y no pensamos algo súper importante:
¡Mientras haya vida, habrá belleza!
Ahí andamos buscando ropa que tape nuestros “defectos”, nuestros kilos de más, nuestros años, queriendo disimular el paso del tiempo y obsesionándonos por no tener arrugas, por no engordar, como no siempre lo logramos nos sentimos frustrados y fracasados, a lo mejor es por eso que hablamos tanto de los cuerpos de los demás, porque tenemos tanto miedo y certeza de saber que también los demás hablan de nuestro cuerpo y no hay nada más tonto y más injusto.
¿Cómo veo a las nuevas generaciones?
Afortunadamente mucho más ligeras, más relajadas, más felices.
Se quieren, se aceptan, se honran y se respetan.
No están preocupados por gastar el poco dinero que tienen en un globo o un ramo de rosas para su pareja, ni por contar las calorías de los chocolates, al contrario que nosotros han aprendido a respetar sus procesos y su esencia, no se ocultan ya si la persona que aman no es lo que la sociedad dice que tiene que ser.
Aceptan con alegría sus preferencias, su orientación y su identidad. No sufren por descubrirse “no binarios”. Caminando de la mano orgullosos y conscientes de que lo único que hace falta para vivir un gran amor es que sea recíproco.
Gozan su cuerpo, se viven distintos, originales, son creativos con su imagen, decoran su cuerpo, pintan su pelo de colores vivos y no reparan en la cara de susto que ponemos los adultos que pasamos a su lado.
Se gustan con sus dimensiones, con sus colores de piel, con sus preferencias sexuales.
Innovan, se atreven, se muestran, se divierten.
Ven la vida desde otro lugar, defienden su derecho a existir y eso es algo que con toda la humildad posible deberíamos aprenderles.
Este 14 de febrero, como cada año me he sentado en una banca a ver pasar a la gente, a imaginar sus historias con las pistas que cada quien me da, trato de adivinar su origen y su destino. Me hago cuestionarios secretos sobre sus vidas, me gusta imaginar que estudian o en qué trabajan, qué relación tienen entre sí, qué cicatrices llevan en el alma y qué secretos guardan en sus recuerdos.
Aunque nos sintamos muy distintos, somos una misma especie que se distingue del resto por un montón de características y comportamientos.