Por. Gerardo Galarza
México está a menos de 14 meses de elegir a su nuevo presidente de la República.
El partido oficial promueve todos los días a tres “corcholatas”, según la descripción presidencial.
La oposición, si es que la hay, con sus presuntas alianzas y acuerdos sin acuerdos no tiene a ningún precandidato real para ese cargo. Pero aún más: no tiene ni plan, vamos ni siquiera proyecto de gobierno que ofrecer a los ciudadanos, los que tendrán que ser los verdaderos protagonistas del proceso electoral del 2024.
Los presuntos opositores hacen las cuentas del gran capital y creen que el desastre del gobierno de Andrés Manuel López Obrador les hará ganar la elección presidencial. Apuestan a lo mismo de siempre: a la búsqueda de su iluminado, un tlatoani, un superhombre que prometa resolver todos los problemas de los mexicanos, como lo hizo el actual presidente.
Unos y otros están muy pendientes de la encuestas sobre la popularidad del presidente; encuestas a modo siempre para un lado y para el otro. Y de las redes sociales donde los adictos al gobierno creen que tienen al mejor presidente del mundo, y los detractores imaginan que el triunfo opositor es un hecho consumado.
Y hay que empezar por el principio: las redes sociales no son medios de información, son apenas instrumentos de comunicación, los más manipulables de la historia humana.
Los expertos en la materia saben que las redes sociales están estructuradas, manejadas, condicionadas, manipulado por un algoritmo, en este caso un programa de cómputo que “descubre” las creencias, afinidades, preferencias de todo tipo del usuario, mediante la acumulación de información de lo que “le gusta” según las página que visita, y lo que escribe y lee en ellas.
Así, si usted es de los apoyadores del presidente sus redes sociales lo “conectarán” con quienes piensan igual que usted, y lo llenarán de digamos sus correligionarios. Igual les ocurre a los críticos del presidente y del gobierno: ahí en sus redes todos sus “contactos” estarán contra ellos.
Así que esas tendencias son poco realistas. No se puede confiar en ellas. Además, claro está: las redes sociales no ni casillas ni distritos electorales. Es decir: las elecciones no se ganan en las redes sociales por muy poderosas que sean.
Las elecciones tampoco las ganan los partidos, hoy más que nunca desprestigiados y prácticamente inexistentes; las ganan la decisión de los ciudadanos con sus votos, que sí deberán emitirse por un sujeto determinado.
Por eso en el 2024 la probabilidad de triunfo será o debería para quien convenza a los ciudadanos, no con promesas sino con realidades.
Hay que construir la democracia todos los días y en esta época de globalización y masificación es necesario empezar por lo básico para luego dar pasos mayores. Hay que empezar por el individuo, sí en su casa; luego en su calle, más adelante en su barrio, su colonia, su ciudad, su municipio, su región, su estado…
Hay que iniciar, ya se dice con más frecuencia, por “lo local”, por encontrar todo tipo de soluciones y también resistencias de abajo hacia arriba y después encontrar y votar al candidato que lo haya entendido así.
No es ni será fácil, pero hay que empezar ya. Los acuerdos de las cúpulas de los partidos no servirán para nada si no toman en cuenta a los ciudadanos.
Hay quienes creen que los ciudadanos están inactivos. No, ya lo demostraron el 13 de noviembre pasado y lo demostrarán el próximo 26 febrero con la nueva marcha nacional (en la capital del país y en una treintena de ciudades) en defensa del Instituto Nacional Electoral (INE), una institución surgida de las luchas de los ciudadanos.