Por. Bárbara Lejtik
Desde que la humanidad logró resolver prioridades como resguardarse de la agreste intemperie, salvaguardarse de los animales salvajes, cocer la carne para digerirla mejor y distinguirse del resto de la población animal como una especie particular, no ha hecho otra cosa que imponerse retos para tratar de demostrar que es más fuerte, más hábil o más valiente.
Esto no es novedad, gladiadores, peleadores de todo tipo, espadachines, voluntarios que sostienen manzanas para probar el tino de los tiradores de arco, equilibristas, etc…
Los humanos nos hemos distinguido por buscar más y mejores pruebas que nos permitan demostrar, algo, lo que sea que nos parezca que nos exhibe como temerarios y supervivientes frente a los demás.
Meterse en un barril y aventarse por las cataratas, jugar a la ruleta rusa a sabiendas que uno morirá, comer alacranes vivos, organizar arrancones sobre Avenida Revolución, lanzarse amarrados de las manos por un barranco, son solo algunos ejemplos. La creatividad humana para autodestruirse es infinita, no deberíamos asustarnos los que andábamos en patines oxidados por las calles de nuestra ciudad, sin casco ni ningún otro tipo de medida de seguridad, de lo que hacen los jóvenes de hoy.
Intensa y metiche como soy, madre de tres adolescentes, trato aunque no siempre lo logro de estar más o menos informada sobre las modas que van y vienen entre los jóvenes de su edad.
Pensando que puedo prevenir y dar sabios consejos a veces lo único que consigo es perder el sueño.
Los famosos influencers experimentan e invitan a sus seguidores a realizar acciones extravagantes como tragar una cucharada de canela, para experimentar la sensación de asfixia, meterse en un globo enorme y tomar video de cómo se ve desde el interior, puede parecer gracioso y nos deja pensando si es por la ausencia del ácido fólico durante el embarazo o si de plano la inmadurez del lóbulo frontal del cerebro es tan grave que nos empuja a cometer estupideces que, estoy segura, ninguna otra especie animal sobre la faz de la tierra ni siquiera consideraría.
Una cosa es la adrenalina y la necesidad del ser humano por probarse a si mismo constantemente y otra muy distinta es divertirse con los famosos retos que se han hecho virales en las plataformas digitales, principalmente en Tik Tok.
“La Ballena azul” reto que muchas veces terminó en secuestro o suicidio, es un ejemplo de la insensatez y total ausencia de sentido común.
El último reto que puso en riesgo la vida de hasta el momento 10 adolescentes mexicanos fue el famoso “Reto Clonazepam” o “El último en quedarse dormido gana”, en el que los jóvenes de dos secundarías, la primera en San Nicolás Nuevo León y la segunda en la Ciudad de México -aunque se han detectado casos también en Coahuila, Veracruz y Baja California-, resultaron intoxicados al ingerir dosis altas de clonazepam y tomarse video comentando lo que sentían.
El clonazepam es un medicamento controlado que se usa para la ansiedad y la depresión, en una dosis vigilada por un médico psiquiatra ayuda a los que padecen de estas condiciones mentales a controlar sus episodios de angustia, miedo o tristeza.
En dosis no controladas causa desde mareo, somnolencia incontrolable que lleva a un sueño profundo y en muchas ocasiones daños al sistema renal y neuronal; además, puede resultar mortal o con un daño cerebral irreversible.
El consumo de este medicamento conlleva una gran responsabilidad por parte del paciente y del médico a cargo y jamás, en ninguna circunstancia, debe de ser tomado sin la supervisión profesional de un médico con cédula oficial.
Además de ser potencialmente adictivo, el consumo y posteriormente el abandono de estos medicamentos controlados pueden llevar a la persona a tener alteraciones neuronales incluso ataques epilépticos, colapsos de pánico y muchos síntomas por demás graves.
¿Cómo consiguen estos jóvenes el medicamento? Me parece casi tan difícil de entender que les parezca divertido convertirlo en un reto entre amigos.
¿Es la necesidad de identificación, de pertenencia, lo que hace que los jóvenes se involucren en este tipo de actividades?
¿Es la falta de vigilancia de los padres?
Las dos razones me parecen lógicas y las cosas empeoran cuando no sabemos que es hasta los 21 años que el lóbulo frontal llega a su madurez y en muchas ocasiones es aún más tarde; tal vez sea por eso que nos resulte imposible medir nuestros impulsos y las consecuencias de nuestros actos.
La inmediatez que nos regalan las redes sociales puede fomentar el entretenimiento y la identificación como miembros de una comunidad; aprender pasos de baile, mostrar cómo nos maquillamos, compartir imágenes de eventos y fiestas no está mal, conocer a través de estas plataformas a jóvenes de otras partes del mundo, con otras mentalidades e historias amplía su perspectiva y puede ser un recurso que ayude a la inclusión, al respeto y al conocimiento.
Usar las redes sociales para incitar a retos altamente peligrosos como estos, por mencionar solo algunos, es una señal urgente de que algo está mal y que los padres y las instituciones debemos intervenir primero hablando del tema, exponiéndolo públicamente y después buscando herramientas de prevención y control.
La salud mental debe estar incluida dentro de la canasta básica de enfermedades y padecimientos que necesitan atenderse de forma urgente, responsable y gratuita, al que todos los mexicanos de todas las edades y condiciones tenemos derecho.
Una convivencia cercana, real, de puertas abiertas con nuestros hijos es el principio de la prevención y el reconocimiento oportuno de cualquier comportamiento, sensación o síntoma extraño, no solo en los jóvenes, también en nosotros mismos debe ser atendido de inmediato porque nadie estamos exentos de sufrir un desequilibrio mental y no estar enterados.