Por. Boris Berenzon Gorn
A Iñaki, con amor y admiración, en sus 27 años
“Mi hogar es mi lugar de retiro y descanso de las guerras. Intento mantener este
rincón como un refugio contra la tempestad exterior, mientras hago otro rincón
en mi alma.”
Michel de Montaigne
En la actualidad es cada vez más complicado hacerse de una vivienda, inclusive cuando se tiene un trabajo estable y un ingreso medianamente aceptable. Esto se intensifica cuando hablamos de las ciudades, pues a diferencia de lo que ocurría hace unas tres o cuatro décadas, cuando se privilegiaba que cualquier familia trabajadora pudiera comprar un espacio en alguna zona urbana si así lo deseaba, hoy conseguirlo es sumamente complejo. El asunto se complica todavía más si se trata de adquirir una casa habitación en vez de un departamento, pues la mayoría de los créditos a los que puede acceder un trabajador son insuficientes.
Adquirir una vivienda digna en una zona libre de inseguridad, a buen precio y que valga la pena, también es complejo a consecuencia del creciente negocio de las inmobiliarias. En los espacios que antaño se distinguían por estar poblados de casas, hoy abundan edificios de departamentos que se erigen sobre los terrenos de aquellos inmuebles derrumbados. El espacio tiende a ser pequeño y apenas funcional, contempla, por ejemplo, un máximo de tres recámaras (aunque la media es de dos) y rara vez ofrece áreas al aire libre. Además, por lo general, el costo de los servicios tampoco es barato.
En este horizonte, las personas que ganan un salario bajo o medio y pueden acceder a un crédito han optado por adquirir viviendas en las afueras, en los llamados cinturones urbanos, donde hoy hay unidades habitacionales en los lugares que solían pertenecer a tierras agrícolas o ecosistemas diversos. Aunque es verdad que en las afueras los precios y espacios son más prometedores que los que se consiguen en las grandes ciudades, los inconvenientes también son numerosos. En primer lugar, las unidades habitacionales erigidas a destajo por las compañías inmobiliarias suelen carecer de planeación urbana y tienden a representar inconvenientes para los habitantes de zonas rurales, puesto que utilizan los mismos servicios que abastecían a unos pocos cientos de personas. El agua, el drenaje, la infraestructura, los transportes, sólo por mencionar algunos de ellos, tienden a saturarse y ser un problema tanto para los viejos como los nuevos habitantes.
Pero el asunto no termina aquí, la mayoría de las personas que optan por una vivienda en las afueras suelen ser, paradójicamente, trabajadores de las grandes ciudades que tienen la necesidad de desplazarse grandes periodos de tiempo para continuar ejerciendo sus actividades. Con tal de tener un patrimonio, muchas familias aceptan estos sacrificios. Las unidades habitacionales, sin embargo, no han podido resolver el problema del acceso a una vivienda digna para los trabajadores y son el síntoma de una serie de relaciones de poder y desigualdad que yacen en lo profundo de nuestra sociedad, que favorecen el consumo y fortalecen el privilegio de unos cuantos frente a las necesidades de muchos otros.
Las grandes ciudades están viviendo un proceso de gentrificación, es decir, el desplazamiento de los antiguos habitantes por otros de mayor nivel económico, generando una ola de movilización que favorece a las personas con alto nivel adquisitivo transformando la realidad y la cultura. Una de las razones es la adquisición de bienes inmuebles por parte de personas de clases altas, mismos que se han convertido en un modelo de negocio, dado que son adquiridos para ser rentados. En las grandes ciudades, la cantidad de personas que rentan la vivienda es cada vez mayor en comparación con lo que ocurría hace varias décadas. Se han incrementado las viviendas unipersonales, así como el alquiler colectivo, de tal suerte que el negocio de la renta de inmuebles es una opción muy redituable.
Algunos activistas han denunciado que aplicaciones como Airbnb favorecen los procesos de gentrificación, pues en vez de vincular al arrendador y al arrendatario mediante una renta fija y anual (que implica compromisos legales como el pago de impuestos y la gestión de la habitación) promueve el modelo de renta por días, semanas o meses, lo que ayuda a elevar el precio comparativamente hablando. La renta de espacios por periodos cortos de tiempo es una buena alternativa para quienes viajan, pues el precio comparado con el de los hoteles tiende a ser más competitivo y las comodidades mayores.
En la Ciudad de México, el proceso de gentrificación más reciente y violento lo están viviendo las colonias Roma y Condesa, cuyos precios de habitación son prácticamente inalcanzables para la mayoría de la población mexicana de clase trabajadora. En adición, el teletrabajo se ha incrementado en los últimos años, sobre todo después de la pandemia, lo que ha generado que muchos extranjeros provenientes de países del primer mundo encuentren a México, Latinoamérica y otros países en vías de desarrollo como una buena opción para instalarse al representar un destino barato, cómodo y que ofrece un buen nivel de vida urbano. En muchos de los negocios que se encuentran en estas colonias ya se escucha hablar más inglés que español.
Si bien, este proceso representa un cambio que ofrece tanto ventajas como desventajas, dado que favorece la economía local, también es preocupante, ya que impulsa una oleada de gentrificación. Los antiguos habitantes de estas zonas han buscado otros destinos para vivir en colonias aledañas que, obviamente van incrementando sus precios y desplazando a su vez a los viejos habitantes. El efecto dominó constituye un verdadero reto para garantizar el acceso a una vivienda digna, puesto que el incremento en los costos imposibilita la adquisición de bienes inmuebles y las rentas se convierten en un peso importante para la economía familiar.
Pero los desplazamientos urbanos se deben únicamente al encarecimiento de la vivienda. También tienen que ver con la inseguridad. Numerosas ciudades de la República Mexicana se han convertido en el destino favorito de vivienda de células del crimen. Muchas colonias han sido tomadas por delincuentes que imponen su propia ley y generan miedo entre la población. La delincuencia se incrementa no sólo en las zonas marginadas, sino también en espacios que fungen como centros de operaciones donde las personas se acostumbran a convivir con ellos. El Estado ha hecho numerosos esfuerzos para retomar tales espacios, pero el crimen amenaza constantemente a la población.
En medio de este horizonte, trabajar por la vivienda digna como un derecho humano es importantísimo. Es preciso impulsar políticas públicas que regulen al negocio inmobiliario, los monopolios de arrendamiento, las aplicaciones de renta por cortos periodos de tiempo y el pago de impuestos, así como generar medidas para disminuir el impacto de la gentrificación. Todas las personas, sin importar su clase social, deberían poder acceder a una vivienda digna en un espacio seguro y donde los servicios estén garantizados.
Manchamanteles
Con motivo de este clima loco, recordemos a Pablo Neruda:
TEMPESTAD CON SILENCIO
Truena sobre los pinos.
La nube espesa desgranó sus uvas,
cayó el agua de todo el cielo vago,
el viento dispersó su transparencia,
se llenaron los árboles de anillos,
de collares de lágrimas errantes.
Gota a gota
la lluvia se reúne
otra vez en la tierra.
Un solo trueno vuela
sobre el mar y los pinos,
un movimiento sordo:
un trueno opaco, oscuro,
son los muebles del cielo
que se arrastran.
De nube en nube caen
los pianos de la altura,
los armarios azules,
las sillas y las camas cristalinas.
Todo lo arrastra el viento.
Canta y cuenta la lluvia.
Las letras de agua caen
rompiendo las vocales
contra los techos. Todo
fue crónica perdida,
sonata dispersada gota a gota:
el corazón del agua y su escritura.
Terminó la tormenta.
Pero el silencio es otro.
Narciso el obsceno
Los bloques de su casa eran fríos y secos. No había ventanas y la oscuridad aumentaba el eco de su soledad. A Narciso no le molestaba, le gustaba escuchar su propia voz.