domingo 22 septiembre, 2024
Mujer es Más –
COLUMNAS COLUMNA INVITADA

“Bardo”

Por. Rodrigo Llanes

Esta semana fui a ver la película de Alejandro G. Iñárritu. No logro identificar un género para Bardo, que me pareció un ensayo, una autobiografía, una crónica, o simplemente como dice la propaganda “un relato íntimo.” Y como todas las películas de Iñárritu que he visto, me dejó pensando mucho y por muchas razones.

El componente emocional de las relaciones familiares me conmovió. Sentí como propia la discusión entre el padre y sus hijos. Vi la soberbia involuntaria pero poderosa con la que nosotros pensamos y cuestionamos las decisiones de ellos, creyéndonos poseedores de la verdad. Cuando era joven y estaba en la otra posición, jamás pensé que yo sería años después el ruco dogmático que habla con aires de saberlo todo a sus hijos. Pero a todos nos llega ese momento atroz. 

Por otra parte, Iñárritu nos muestra la fragilidad infantil que también nos constituye, esa que desea la aprobación de nuestros progenitores ante nuestras decisiones adultas pero que todavía afrontamos como niños. Lloré al ver al protagonista niño en una conversación onírica con su padre muerto en el baño del Salón California antes de salir a recibir un premio, hablando de cómo el éxito “solo se debe probar, porque si te lo comes te envenena.” Y también lloré cuando  el protagonista regresa a la casa materna a ver a su madre y está obsesionado por saber el nombre de la canción que su padre tarareaba tanto y que a ella le daba contento. Quizás en Bardo, la relación de Iñarritu con su papá se desnuda y nos devela la misteriosa dedicatoria con la que cierra Beatuiful (con la música del concierto para piano de Ravel) “a mi padre, mi olmo viejo.” Desde luego también me peló los cables el tema de la pérdida del bebé que acompaña a la familia desde el inicio hasta el final de la película.

La actuación de Daniel Jiménez Cacho es espléndida, la fotografía también. Pero las reflexiones que me provocó la película corren por otro camino distinto de las emociones que me causó verla.

Es la primera vez que en una película-ensayo me veo reflejado en el contexto social en el que se desenvuelve la historia. Iñárritu enuncia su discurso y reflexiones desde la clase intelectual y artística de México, que a veces logra saltar a la fama mundial y ésta le obliga a tomar decisiones (como dónde vivir). Me parece que Bardo solo puede ser entendida y apreciada por este grupo social. Carece de coordenadas para interesar a un colectivo más amplio. En ese sentido, la escena a la entrada del hotel de playa donde van a comer y no dejan entrar a la nana indígena que los acompaña, es un símbolo de lo que ocurre con toda la película: no permite la entrada de la narrativa popular ni del interés de las mayorías. 

Y es a partir de esa enunciación privilegiada que recorremos con el discurso de Iñárritu la historia de México y nuestra relación con los españoles y los americanos. Con una grandielocuencia única en escenas como las del Castillo de Chapultepec o las del zócalo, con Hernán Cortés fumando y platicando de la conquista la borde de una pirámide de cuerpos guerreros masacrados. En ese momento la película alcanza la épica de las grandes piezas de Anish Kapoor o de Cildo Meireles que se exhiben en el MUAC de la UNAM: gigantes, exuberantes, abigarradas, sorprendentes… incomprensibles y fascinantes.

¿Este arte puede convivir y comunicar a las mayorías mexicanas? ¿Es necesaria esa convivencia con las mayorías para los artistas mexicanos? ¿Tendrá vigencia el credo postrevolucionario de un arte para el pueblo, con el que este se identifique? ¿Se imaginan a Orozco pintando la escena de Cortés con su cigarrito sobre los guerreros muertos en las paredes de san Ildefonso?

No tengo respuesta para estas preguntas. Pero después de ver y disfrutar Bardo, me parecen pertinentes. ¿O qué piensan? 

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