Por. Rodrigo Llanes
La semana pasada se llevó a cabo la Cuarta Edición La Feria de los Barrios, organizada por el Fideicomiso Centro Histórico de la Ciudad de México. Una iniciativa para visibilizar el amplio tejido social y cultural de los barrios que componen el nuestro Centro.
En la Feria los expositores mostraban sus oficios y mercancías y contaban su historia en un pequeño texto que los paseantes podíamos leer en el mismo puesto. Se trata de una serie de crónicas breves en la que los protagonistas cuentan su vida ligada a su oficio económico. Sus historias nutren nuestra memoria colectiva y nos descubren la fuerza de los barrios al conformar su propia identidad. Aquí algunas de esas historias.
Teresa Pichardo López siempre tejió. Desde niña. Aprendió de ver tejer a su abuela y pronto la imitó con las agujas, que es su técnica favorita. Les hacía bufandas a sus hermanos, chalecos. Un día la maestra se dio cuenta y la impulsó a que expusiera esos trabajos en una muestra escolar. Ahí tomó conciencia de que le gustaba mucho “yo no tengo libro, no tomé clases pero lo que veo lo saco y así es mi historia y me gusta”. Es madre soltera; sacó a sus hijos ella sola, vendía en los tianguis elotes, nopales cocidos, flores y en sus ratos libres, tejía suéteres para sus hijos. Cuando no tenía dinero desbarataba dos suéteres y hacía uno nuevo de ahí. “Así uno valora y aprende”, asegura.
“A la más chica de sus hijas le gusta tejer pero estudia para ser doctora; de igual manera tejer le ayudó con las clases de puntadas para coser heridas. Ya tenía práctica. Ahora está en un grupo: “El arte de bordar y tejer en Regina”. Antes había conocido a un grupo de mujeres en República del Salvador que fueron de gran apoyo para ella, cuando sufrió un accidente vascular cerebral, lo que la confinó en su casa, pero, su hija le conminó a que saliera lo que le ayudó a recuperarse. En Regina es donde conoce a Ale quien la invitó al grupo; María Alejandra Cárdenas tiene 20 años bordando, al inicio, con las mujeres que la seguían buscaban parques, lugares en el centro para estar tranquilas y en Casa Vecina las vieron y las adoptaron. Su trabajo y el de varias colaboradas fue valorado por artistas que frecuentaban la Casa y las invitaron a colaborar. Lo mejor de tener un grupo, dice, es que siempre se renueva y eso beneficia el trabajo de todos: “hay que seguir enseñando. No me quiero comer solita el pastel”, dice Ale entre risas.”
También están las comunidades migrantes de los estados de la república que se han avecindado en el Centro. Particularmente la de Oaxaca de donde son Josefina y Claudia García Ramírez, de Santiago Juxtlahuaxa. Ellas “llegaron muy chicas a la capital. Desde pequeñas aprendieron el oficio de telar de cintura que les enseñó su madre, quien a su vez lo aprendió de la abuela. “Aprendí a hacer los lienzos y me falta aprender a hacer las figuras. Mi abuelita le enseñó a mi mamá cuando ella tenía ocho años. Desde chiquita, fue etapa por etapa. Por lo que nos contó cuando ella empezó fue a hacer servilletas, bolsitas, monederos. Las cosas pequeñas eran las que más se vendían. Ahora no tanto, las grandes también cuestan más y no es tan accesible el precio, como más tamaño llevan más trabajo y pues es más caro. Nosotros seguimos trayendo nuestros productos desde Oaxaca”, dice Josefina. Tienen 23 años en el Centro Histórico de la CDMX. Y cuatro años en el colectivo. El colectivo surgió a partir de un taller impartido por Maroli Islas Rendón y Rafael Delgado Sosa: “Así se generó este proyecto, en trabajar con comunidades y así se fue dando: capacitaciones de colorimetría, comercio justo, diseño, comercio digital, y ahora ellas [las otras mujeres] participaron en una feria en la Universidad Iberoamericana y también hicimos entre todas el Primer Festival de la Cultura Triqui en El Centro Cultural el Rule donde ellas dieron talleres.” Son siete triquis y una mixteca. La mayoría de ellas son familiares entre sí. Las más jóvenes son la primera generación que nace en la Ciudad de México. Cuentan también lo difícil que ha sido enseñarle a los niños triqui porque en la escuela predomina el español y ahora el inglés. Ahora luchan por ser independientes e innovadoras: apuestan por nuevos diseños en sus blusas y huipiles, todo elaborado con telar de cintura, productos que tienen disponibles. Una de ellas, Josefina, al final cuenta una canción popular: la Nochebuena. La historia está basada en las mujeres triqui. Como la nochebuena, el huipil es rojo. Había una mujer triqui sentada a la orilla del río. Era muy llamativa. Los animales (que representan a los hombres) se acercaron y ella los fue rechazando a todos hasta que llegó la mariposa, a ella sí la dejó que se acercara. Por eso el huipil tiene mariposas al frente y en la espalda.”
El Centro es un lugar donde se comercializan muchas prendas de ropa para toda ocasión. Y existe “ La famosa “Calle de las Novias” se encuentra ubicada en el Centro Histórico de la Ciudad de México; calle recorrida por miles y miles de novias que en algún momento han encontrado el vestido de sus sueños en este encantador lugar. La calle de las novias conocida también se encuentra ubicada en República de Chile y República de Honduras en donde se encuentran actualmente Diseñadores que luchan por rescatar y mantener viva la tradición en México, los locales comerciales que se encuentran en estas calles venden toda una serie de artículos para eventos como rosarios, biblias, ropones, ramos, zapatos, trajes, telas pero principalmente vestidos de novia y XV años tradiciones que por fortuna siguen vigentes en nuestro México, sin duda estas calles por muchos años han sido visitadas por turistas extranjeros quienes admiran la creatividad de nuestros diseñadores y artesanos y también por compradores de diferentes partes de nuestro país quienes siguen buscando aquí el vestido ideal para sus eventos.”