Por. Alfonso García Pérez
La causa por la cual los contagios de COVID-19 son cada vez menos durante semanas, es porque la población se asusta o se concientiza cuando percibe, o cuando el gobierno anuncia, que hay elevados niveles de contagios, por lo que toma medidas drásticas de prevención durante semanas, que después derivan en semanas a la baja de contagios. Y aunque en cada ola de contagios los porcentajes de muertes y de personas enfermas de gravedad son muy menores, gracias a las vacunas; la pandemia no ha terminado, pues cuando el gobierno da la señal de que a lo mejor sí, la población deja de tomar medidas preventivas y reactiva a la cadena de contagios.
China, Australia, Nueva Zelanda e Indonesia, controlaron a la epidemia, y redujeron radicalmente a la transmisión y la circulación de Coronavirus y de saliva entre humanos, meses antes de la aplicación de las vacunas. ¿Y entonces por qué no seguir el ejemplo de estos países exitosos? ¿Y por qué México y varios países occidentales se aferraron a esquemas cerrados y fracasados, dependieron únicamente de la vacunación, y no frenaron a la transmisión del Coronavirus? Las consecuencias: un genocidio y pueblos enfermos o devastados por negligencias e incompetencias gubernamentales; y sabotaje a la actividad productiva y al trabajo, con una quiebra económica, debido a cuarentenas económicas y distancias sociales mal planteadas.
México por supuesto solo dependió de la tecnología privada extranjera y transnacional para enfrentar a la epidemia, y nunca pudo reducir a la transmisión del Coronavirus ni de aerosoles de saliva. Como parásito intelectual, el gobierno mexicano descubrió que esas vacunas importadas casi no sirven para evitar contagios, sino más bien para reducir a la virulencia del COVID-19 y al final de cuentas, la virulencia y la gravedad de la enfermedad SARS-CoV-2 se redujeron en México más bien porque se permitió que casi toda la población se infectara, para que desarrollara a las defensas inmunológicas en quienes pudieran resistir a la enfermedad, o sea, por la “Inmunidad del rebaño”, pues nuestro gobierno se declaró incompetente para frenar a la transmisión del COVID-19.
Pero eso sí, sin tener la capacidad intelectual para generar una política eficaz para que la sociedad mexicana frenará a la transmisión y a la circulación del COVID-19 y de la saliva, nuestro gobierno destruyó aún más a la economía, y saboteó aún más a la generación de empleos, sin influir en lo más mínimo en combatir a la epidemia.
Pero a partir del segundo semestre de 2021, el gobierno de México mutó su actitud y cuatro veces declaró: “Ya casi es el fin de la pandemia, lo logramos”, relajando a las medidas preventivas para dejar que se reactivaran a la economía y al trabajo, de modo de poder recaudar impuestos, y para recuperar a la simpatía de la población y así ganar votos para el partido de Estado Morena. Pero la pandemia siempre regresó.
El gobierno mexicano jamás explicó cuál es el mecanismo de transmisión del Coronavirus. Con sus razonamientos incompletos y con sus instrucciones incompletas, nuestro gobierno trató a la población como ganado, y le impuso medidas irreflexivas y sin explicación, que al final fueron insuficientes o de plano inútiles y equivocadas.
Al principio de la pandemia, la prensa le preguntó a Hugo López-Gatell: “¿Cuál es el mecanismo de transmisión del virus?” Y él respondió: “Achú” (sic)”, pero aparte de la broma fuera de lugar ¿es esa la principal forma de transmisión del COVID-19? En esta epidemia ¿cuántas veces al día alguna persona estornudó directamente al rostro de otra? Casi no. En cambio, billones de veces al día las personas asintomáticas sin cubrebocas hablaron directamente al rostro de otras personas. Y de eso nadie habló. Tampoco se explicó masivamente que el COVID-19 se desintegra fuera de la saliva.
Después vino la contradictoria bipolaridad de los gobiernos occidentales, la disyuntiva extrema: o recomendar un asfixiante cubrebocas sellado o de tres capaz, que no permite salir el sonido de la voz; o la absoluta ausencia de cubrebocas en todas las circunstancias. Pero las soluciones eran y son sencillas: Explicar en una campaña que el cubrebocas no es para la autoprotección, sino una barrera al aerosol de microgotas de la propia saliva que se expulsa al hablar y eventualmente al toser, para proteger a las demás personas, y en segundo plano, barrera para las exhalaciones por la nariz (aunque por la nariz se excreta menos humedad). Y para eso no se necesita de un cubrebocas grueso de tres capaz ni sellado. Basta un cubrebocas ligero desechable (como el que usa toda la población china sin quejas), o uno de tela medianamente delgada, reutilizable, que no genere sensación de asfixia y que permita salir el sonido de la voz, para no bloquear a la actividad económica. Incluso, tolerando en momentos, a la nariz descubierta. Es decir, una opción intermedia entre la total irresponsabilidad de escupidores permanentes, y la asfixia con bozal silenciador.
En conclusión: el gobierno mexicano, sin dar explicaciones, solo arreó al ganado para que no saliera del corral y para que guardara una distancia de metro y medio entre cada vaca humana (raíz de vacuna). Y pos esta animalada bípeda resultó regueja, rebelde e irresponsable, pues no quiso morir de hambre, por lo que chambeó a escondidas, lo que provocó en México a la mayor economía clandestina e informal de la historia, que además causó siempre horas pico en el transporte, y aglomeraciones clandestinas en las unidades económicas, fuera del control del gobierno, y obvio, sin medidas sanitarias, mientras que la economía formal se colapsaba innecesariamente.
Ahora bien, tratemos de razonar con nuestra academia vacunodependiente: Si tenemos a dos personas usando cubrebocas de tela delgada a medio metro de distancia ¿Cómo le va a hacer el Coronavirus para transmitirse entre éstas? ¿O entre dos personas sin cubrebocas pero calladas y no de frente? Pues no es fácil el contagio en estos supuestos. Pero López-Gatell exigió la sana distancia como la única medida obligatoria en esta epidemia, y sencillamente prohibió trabajar a la gente, sin que ésta fuera consciente de cuál es el mecanismo de transmisión del COVID-19.
Mientras tanto, todos los despachadores de terminales de transporte colectivo, la mayoría de los choferes de tales, los comerciantes ambulantes, y un alto porcentaje de los comerciantes establecidos y de los prestadores de servicios, se la pasaron estos dos años y cacho, gritando sin cubrebocas, directamente al rostro de las personas. Y lo peor: el interior del transporte colectivo fue plagado de personas bien conversadoras sin cubrebocas, a quienes los choferes hambreados y desesperados por pasaje, toleraron y toleran, y a quienes nadie tiene la posibilidad de pedirles que no transmitan aerosol de saliva al interior de los vehículos, so pena de una agresión.
No hubo en México un gobierno que protegiera a la población del aerosol de saliva, ni quien regulara a los actores económicos para que no propagaran a virus y a la saliva, ni en rigor una cuarentena en la crisis por COVID-19. Pero sí bloqueo económico.
De por sí, México tienen una economía sin vocación productiva, terciarizada, o sea, no generadora de empleos calificados ni de valor agregado, que necesita de una política de reindustrialización, la cual hoy podría ayudar para reactivar a las cadenas productivas y de abasto barato de insumos o de productos terminados, y también para planificar en lo inmediato el diferenciar a horarios de ingreso y de salida para evitar a horas pico y aglomeraciones de personas en los centros de trabajo o escolares.
Alfonso Jesús García Pérez. Premiado por Marcela Lagarde, la SOGEM y el Congreso de la Unión por ensayo para erradicar a la violencia hacia las mujeres, 2005. Vocal Ciudadano de Conagua. Coordinador de la federación de asociaciones civiles y cooperativas “Cáñamo”