Por. Boris Berenzon Gorn
“La privacidad ha muerto y social media la mató”
Pete Cashmore
La revolución digital en la que estamos inmersos lleva muchos años en marcha. Sin embargo, quizás nunca había avanzado a pasos tan acelerados como lo hizo durante la pandemia de COVID-19. La crisis sanitaria que azotó al mundo llegó a remover todos los rincones de nuestras vidas, tanto a nivel personal como social. Muchos efectos negativos se percibieron, pero también se presentaron necesidades de cambio que a la larga se convirtieron en oportunidades.
A la par la era digital se convierte en un nuevo statu quo como todos, farragoso, incierto, banal y superficial, para algunos el tema es estar allí en el nuevo huracán de moda, sin ver ni sus gracias ni sus desgracias, hay que ser digital así porque es lo de hoy y el juego narcisista de estar en el lugar del momento parece ser un triunfo que impone el deseo del sistema, por supuesto siempre superable y de allí su advenimiento y su fantasma. ¿Se desea o se goza? La respuesta depende de la imposición o el aprovechamiento.
La ficha técnica de la llamada revolución digital más citada nos dice: “La revolución digital es un fenómeno que lleva experimentando la sociedad desde 1950. Esto, a partir de la aparición de nuevas tecnologías digitales, así como de su implantación en la empresa, lo que ha provocado un cambio disruptivo en la sociedad y en la economía.” De esta definición en adelante todo es una permanente interpretación del fenómeno y su idealización.
Este 17 de mayo se celebra el Día Mundial de las Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información, una jornada que nos invita a reflexionar sobre el papel toral que lo virtual ocupa hoy en nuestras vidas. Se trata de una oportunidad para observar los grandes avances de la revolución digital, pero, más aún, para debatir en conjunto qué aspectos de este fenómeno favorecen la construcción de una sociedad democrática, basada en los derechos humanos, qué factores debemos erradicar en favor de la igualdad y de un futuro sostenible, y qué elementos hemos ganado y no podemos dejar escapar más allá de los digan las sociedades de consumo, el establishment y el último grito de la moda. Lo in y lo out también tiene su versión digital desde el global way of life.
Antes del 2019, el planeta estaba consciente de la necesidad de trascender, en más de un sentido, hacia lo digital. Distintas áreas habían empezado ya a sumergir los pies en las nuevas aguas tecnológicas, aunque lo hacían aún con cierta resistencia y la presencialidad representaba todavía la costa segura a la que había que regresar. La educación, por ejemplo, ya había hecho grandes esfuerzos por llevar las aulas a la virtualidad. Por otro lado, muchos seguían pensando que aquella no era educación de verdad. Una obsesión que, sin duda, sobrevive hasta nuestros días, pero que ha perdido fuerza.
No cabe duda de que el derecho a la educación fue uno de los que se encontró en el centro del debate durante la pandemia de COVID-19. Por un lado, porque las escuelas se vieron obligadas a cerrar durante la transmisión del virus. Ello generó un enorme perjuicio para las comunidades cuyas complejas problemáticas no podían paliarse simplemente conectándose a clases vía Zoom. Con ellas, se creó una deuda que nunca puede repetirse y que debe saldarse con todos los medios posibles.
Pero la contraparte tampoco puede ignorarse. Las medidas tomadas frente a la pandemia dieron a luz nuevas oportunidades educativas para otras personas, que no necesariamente son las más privilegiadas. Grupos y comunidades igualmente alejadas de los centros de estudios, cuyos recursos económicos no son sobrados, tuvieron por primera vez acceso a educación de calidad sin la necesidad de invertir buena parte de sus salarios y tres horas al día en transporte. Lo cierto es que la educación digital incrementó el rezago educativo y sigue teniendo una deuda con los procesos sociales de enseñanza-aprendizaje.
Para las empresas y la iniciativa privada, lo que vivimos fue un cambio de paradigmas y “paradogmas” que posiblemente aún no terminamos de comprender. Sus repercusiones en las formas de consumo y las consecuencias que éstas tendrán en otras áreas quizás no son aún del todo comprendidas ni terminan todavía de consolidarse. Durante la pandemia, los pequeños empresarios tuvieron que dar enormes saltos para superar abismos que antes se creían imposibles de cruzar.
Las dificultades de transitar hacia la virtualidad han sido mayores para los pequeños y microempresarios. Y es que ellos no siempre cuentan con los recursos para tomar decisiones arriesgadas o ejecutar bruscos golpes de timón. Sin embargo, muchos de ellos demostraron ser capaces de adaptarse a los nuevos tiempos frente a las enormes dificultades.
De acuerdo con la Sloan School of Management del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), una variedad de preconcepciones evitaba el salto a la virtualidad antes de la pandemia. Sin embargo, las acciones tomadas durante ésta demostraron la poca solidez de tales prejuicios. Uno de estos era, por ejemplo, que los consumidores valoraban en sobremedida el contacto directo en sus experiencias de compra. Ante ello, la Sloan School apunta que la COVID-19 probó que un entorno digital bien diseñado puede perfectamente suplir esta carencia.
De igual manera, se pensaba que la gente no estaría dispuesta en general a pagar por experiencias que fueran exclusivamente digitales. Pero la pandemia probó también que este argumento tenía poco fundamento, pues los usuarios se comprometieron entonces con productos y servicios digitales que siguen consumiendo incluso en esta época que muchos osadamente llaman post-COVID.
La pandemia llegó a acelerar un proceso cuyas raíces estaban ya bien cimentadas. Las medidas de aislamiento y encierro tomadas en distintas partes del mundo provocaron que tal fenómeno adquiriera un impulso que tal vez no habría tenido de otra manera. De este modo, se generó un panorama que ya no tiene vuelta atrás. Lo mejor que podemos hacer como sociedades es orientarlo a rumbos verdaderamente útiles, pero intentar detenerlo será un esfuerzo vano. La educación digital, las nuevas formas de consumo en la virtualidad, los servicios y la atención de forma remota llegaron para quedarse; mejor acostumbrarse a ello y llenarlo de beneficios para todas las partes.
Manchamanteles
Poco tiene de “post COVID-19” la época que estamos viviendo. Aunque la tranquilidad retorna en distintos aspectos y en diferentes partes del mundo, otras resultan menos afortunadas. Mientras Corea del Norte registra sus primeros casos de este virus, en China las medidas de confinamiento adquieren mayor dureza ante el incremento de su más reciente ola.
Narciso el Obsceno
El mayor problema cuando hablamos de narcisismo es la falta de autocrítica. Las personas con esta personalidad no suelen saber precisar e identificar sus propios rasgos narcisistas.