Por. Marissa Rivera
Allá fuera hay un monstruo, una bestia que horroriza y mata a las mujeres.
Desde hace mucho estamos expuestas a esa pesadilla, sin que nadie nos proteja, sin que nadie nos cuide, sin que nadie nos escuche.
La impunidad prevalece por encima del dolor y la impotencia.
Los feminicidios en México no cesan. En el primer trimestre de 2022 han ocurrido 229. Desde hace cuatro años, 10 mujeres son asesinadas por día.
Más de 24 mil 600 mujeres, principalmente jóvenes están desaparecidas, según la Comisión Nacional de Búsqueda.
Una hija, una madre, una hermana, una prima, una amiga, una compañera, una conocida ya no está entre nosotras porque se la llevó ese depredador insaciable que las mancilla y se burla de las ineficientes autoridades.
Esta podredumbre vulnera principalmente a las adolescentes de entre 14 y 18 años.
Un tormento más que enfrenta la actual generación de jóvenes, quienes de manera inesperada recibieron un encierro por la pandemia, la dependencia a las redes sociales, las drogas, la proclividad al alcohol y un difícil entorno de salud mental.
Estos dos últimos temas los he tratado en esta columna y hoy merece la pena insistir en ellos.
Cada vez con más frecuencia, la juventud afronta situaciones en los que directa o indirectamente intervienen el alcohol y la salud mental.
Hugo, un joven de 15 años, fue asesinado por un supuesto guardia de seguridad que le cortó el cuello con los filos de una botella rota.
Andro, otro joven de 19 años, fue agredido por la espalda con una piedra por un desconocido sin ningún motivo aparente.
Debanhi, una joven de 18 años que desapareció y después de 13 días hallaron su cuerpo sin vida, conmueve, duele, aterra.
Este tipo de escenas afligen, pero tristemente las estamos viviendo. Son un espejo de la realidad.
Los tres casos han sido mediáticos, pero debe haber más que no salen a la luz y que como sociedad nos lastiman de la misma manera.
Los jóvenes tienen derecho a divertirse, sí, pero también a cuidarse, ser empáticos, solidarios y evitar hasta donde se puedan los altos riesgos.
En el caso de Debanhi, las amigas no fueron solidarias.
Con ella ocurrió una tragedia que pudo evitarse.
Pero el coraje, el amor y la fortaleza de un padre desnudó a unas autoridades omisas, sin oficio, sin preparación o en su caso cómplices.
Por un lado, un adulto inconsciente asesina a un joven; en otro, un embrutecido agredió de manera mortal a un joven, y en el otro caso, una joven abandonada por sus amigas apareció muerta en una fosa sin que las autoridades tengan claridad de los hechos, mientras que, para la familia y la sociedad, a todas luces, se trata de un feminicidio.
Tres casos que muestran la descomposición en la que vivimos y que desafortunadamente nos puede pasar a cualquiera. Esta vez fueron tres jóvenes.
Ese monstruo que anda fuera debemos enfrentarlo unidos. Cuidándonos, protegiéndonos, ayudándonos. Sobre todos entre los amigos, los compañeros que salen a divertirse.
Porque también entre ellos desaparece el compañerismo, la empatía, el apoyo.
He conocido casos de “amigos” que han abandonado a un compañero que se quedó dormido en la mesa de un antro. O de otros “amigos”, que se burlan y se divierten a costa del compañero que también se durmió en la mesa del antro.
Casos que terminaron en pura anécdota, pero de la que deben sacarse lecciones.
Hay una pregunta que siempre permanecerá en el aire, ¿qué hubiera pasado si Sarahí e Ivonne, amigas de Debanhi no la hubieran abandonado? ¿o si la fiscalía hubiera hecho bien su trabajo?
Simples preguntas que quizá hubieran evitado una tragedia.