Por. Saraí Aguilar
Buscaban a una… aparecieron cinco. Esa frase representa la realidad de este país.
Hoy tocó estar en el ojo público al estado de Nuevo León, que por décadas ha tenido como orgullo regional el ser un estado de trabajo y progreso. Hoy, las mujeres, sus jóvenes, aparecen en cisternas y baldíos.
Y si bien se generó una confusión en torno a que no estaban muertas las cinco mujeres que aparecieron durante la búsqueda de Debanhi, la cual provocó la respuesta del gobierno estatal y afines, la realidad es que tampoco le preocupaba al equipo de seguridad encontrarlas, pues aparecieron y/o se comunicaron sus hallazgos, tras la indignación popular por la muerte de dos jóvenes en un lapso de 15 días.
Primero Maryfer, luego Debanhi, cimbraron fuerte. Son bandera de los miles de casos que asolan este país. Nos sensibilizaron que todas las familias de México estamos expuestas a este dolor sin igual. Y esto no puede seguir así.
Y mientras la sociedad debate en torno a la responsabilidad de familiares, amigas y horarios, el punto medular va más allá. ¿Hubo imprudencia? ¿Falta de comunicación? Tal vez. Admitimos que la prudencia no está peleada con el ejercicio de libertades y que los derechos emanan responsabilidad. No obstante, no podemos desviar la atención y dejar de remarcar que la seguridad en las calles, el índice de criminalidad y la impunidad no son responsabilidad de ningún padre de familia, sino del Estado, al margen de las dinámicas familiares.
Pero, al parecer, eso no ha quedado claro para el fiscal estatal ni para el secretario de Seguridad del estado de Nuevo León, quienes han depositado la responsabilidad en las víctimas: “Es que no avisan”, “son rebeldes”.
Porque en México siempre la víctima tiene que demostrar que no es culpable de su tragedia. Que no salió con la intención de encontrarse con la muerte.
Y en eso sí tenemos responsabilidad como sociedad. Pues reforzamos el discurso que los gobernantes usan para justificar la impunidad e índices delictivos. Los reforzamos cuando damos como válidos la mínima imprudencia o desvío del código moral dominante por parte de la víctima. Me pregunto, ¿qué puede justificar que una mujer de cualquier edad termine en una zanja, en una cisterna, en un baldío como desecho? ¿Qué valida que un Estado permita que su suelo se convierta en una gran fosa, donde sin importar edades o estratos, sus mujeres terminen olvidadas, sus restos perdidos, sin un lugar donde sus familias puedan llorarlas?
Hoy no podemos hacer nada por regresar a las muertas a la vida. Pero sí porque haya justicia. Y por no olvidar que con Debanhi no acabó, desgraciadamente, la tragedia de las desaparecidas, de las asesinadas.
Que el pedir justicia no haya sido una mera tendencia en redes. Que nuestros gobernantes sepan que se necesitan más que frases y discursos emotivos. Que así sea una obrera o una estudiante, sin distinciones demos la batalla. Porque la muerte no hace distinciones. Porque las injusticias u omisiones que hoy justifiquemos, mañana las lamentaremos. Que sigamos exigiendo justicia hasta que la dignidad se haga costumbre. Por nuestras hijas, hermanas y desconocidas. Por aquellas que jamás serán encontradas, por sus seres queridos. Por las que nadie busca. Por las no identificadas. Por todas. Hasta ese día.