Por. Bárbara Lejtik
No diría que soy un Grinch de todas las celebraciones, en especial las más comerciales, de hecho contrario a lo que cualquiera se pueda imaginar disfruto bastante del día del amor y la amistad, siempre y cuando pueda encontrar chocolates a la hora y en el lugar que me asalte el antojo.
Recuerdo hermosos catorces de febrero en mi vida, jamás olvidaré por ejemplo a Armando, mi primer novio, que por cierto era el más guapo de la prepa, caminando hacia mi con una rosa en el recreo, creo que el corazón se me salió del pecho y le dio la vuelta al mundo.
Recuerdo fiestas con amigas y amigos; uno muy especial en el ala de maternidad del Hospital Español cuando tenía un día de haber dado a luz a una criatura de cuatro kilos y ciento cincuenta gramos.
Me encanta y procuro siempre salir a caminar a mi barrio y observar a la gente, familias enteras se permiten tomarse la tarde para ir a dar la vuelta, aunque no tengan mucho dinero para gastar, un helado, un globo, algún detalle no falta, invitan a las abuelitas, los novios ocupan todas las bancas y ostentan orgullosos sus regalos, grupos de amigas hacen intercambios a veces simbólicos para que el día no pase inadvertido.
Me da por pensar en aquellos tiempos en que el amor no podía ser expresado libremente, cuando era visto como pecaminoso e impúdico demostrarse cariño en público y mucho peor si la pareja en cuestión pertenecía al mismo sexo.
¿Cuánta gente vivió siempre encerrada en el clóset de la doble moral? Sin jamás pode gritar al mundo que estaban enamorados, teniendo que fingir y llegando incluso a llevar una doble vida.
Afortunadamente las cosas han cambiado, la conciencia ha ido ganando terreno y cada vez vamos derribando más y más tabúes en contra de las diferentes preferencias.
Pienso también que aunque el número de divorcios ascienda de forma alarmante y cada vez sean menos las parejas que quieran comprometerse, no podemos escapar a la inefable necesidad de amar y sentirnos amados, por muy invadidos de tecnología que estemos, aislados por la pandemia o por nuestras propias barreras, no nos negamos a renunciar, seguimos gustándonos, seguimos anhelando sentir eso que nadie puede clasificar a la perfección: química, amor, fuego, excesiva producción de endorfina.
Los humanos seguimos buscándonos, ya no para complementarnos ni para salir de nuestras casas o para poder tener sexo, o para ser aceptados en la sociedad.
El amor ganó la batalla, aunque no sea un artículo de primera necesidad lo buscamos y perseguimos como agua en el desierto, no importa cuántas decepciones llevemos, qué tan independientes y autosuficientes seamos, verte reflejado en los ojos del ser deseado sigue siendo la máxima alegría que un alma pueda sentir y por vivir eso cruzamos desiertos, y vamos a donde nos digan, porque el amor nos da el impulso para navegar por este mar de complicaciones que es a veces la vida.
Las estadísticas dicen una cosa, pero los hechos dicen otra, y mientras dos se miren y se reconozcan el mundo cambia, dijera Octavio Paz.
Yo creo que mientras creamos estaremos vivos, y estar vivos es arder por dentro, no desistir, no perder nunca la esperanza que es el sentimiento más sublime y genuino no aprendido y propio de nuestra especie que podamos todos sin excepción tener.
Así es que no pongamos pretextos, un mensaje, una llamada, compartir una frase, dedicar una canción, hacer el amor con especial frenesí, el romance nunca es demasiado, siempre es agradecido y nos hace ser mejores personas o por lo menos más felices.