Por. Gerardo Galarza
Nadie podrá acusar al presidente de la República de incongruente. Está convencido de que sin él el país se irá al precipicio; está seguro de que su misión es salvarlo y actúa en consecuencia. Se sabe insustituible en esa tarea. Por eso ha escrito ya su testamento político.
Es parte de su congruencia en lo que cree su compromiso con el país para pasar a la historia, como lo ha anunciado a lo largo de los años. Seguramente lo conseguirá, aunque la historia probablemente registrará a su gobierno como el peor de los cien años recientes. Los fracasos también son históricos. Y la megalomanía es el mejor camino hacia ellos.
“Juntos haremos historia” prometió a sus simpatizantes durante la campaña de las elecciones del 2018. Por lo pronto y por lo simple tiene ya un renglón o un párrafo en los libros de texto gratuito, que incluyen los nombres de los mexicanos que han ocupado la Presidencia de la República. De eso no hay duda.
Pero a él eso no le basta. Quiere hacer y estar en la historia. Y la está haciendo. Si mantiene el ritmo, para usar un símil más o menos deportivo de los tres años recientes, tendrá un lugar en la historia, aunque no en el sentido que lo desea.
Él cree, y así lo difunde todos los días, que su gobierno es la “Cuarta Transformación” del país (es de suponerse que las tres anteriores son la Independencia, la Reforma y la Revolución de 1910-1917). Pero en los hechos han sido tres años de destrucción de las instituciones, de acabar con los pocos logros que se habían conseguido en materia económica y política y, lo más grave, intentar acabar con el incipiente y todavía perfectible sistema político democrático, por el que millones de mexicanos luchan desde 1929.
En tres años no ha cumplido ninguna de sus grandes promesas electorales. Al contrario. Ha desmantelado el sistema nacional de salud pública; desatado la inflación, el desempleo, el crecimiento del crimen organizado y la impunidad, la corrupción que dice combatir y que hoy, como nunca, está absolutamente vigente. En contrario, hay que reconocer el crecimiento en los programas sociales (que existen desde el Programa Nacional de Solidaridad del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, y que siempre han sido utilizados electoralmente), y también la mayor recaudación fiscal sobre todo al evitar condonaciones, multas y deducciones.
Hoy, el presidente apuesta su paso a la historia a tres obras: el aeropuerto de Santa Lucía, la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya. Le urge concluirlas, a como de lugar, no vaya a ser que el presidente que tome posesión en 2024, -aunque provenga de Morena- las vaya a considerar inoperantes o modelos de corrupción, como él lo hizo en el aeropuerto internacional de la Ciudad de México en Texcoco, para desligarse de su legado.
Por ello, por su congruencia de saberse predestinado, el presidente ya escribió su “testamento político”, por si le llegase a faltar antes de terminar su mandato o, supone, después de él. Conocedor profundo del sistema priista, que añora y restaura, ha olvidado que desde 1929 cualquier intento de maximato o de gobiernos transexenales han fracasado.
Esa es una de las pocas ventajas, si así se le puede llamar, del presidencialismo. El nuevo presidente proveniente del partido del gobierno siempre asumió el poder político total, sin miramiento alguno. Quien llegue al Poder Ejecutivo federal para su propio “proyecto político”, su “transformación”. La regla está vigente porque la “Cuarta Transformación” no es más que la restauración de lo peor de ese sistema político que el país padeció por 70 años.