Por. Marissa Rivera
Ómicron no es inofensivo.
Quizá no es tan mortal como el virus con el que inició la pandemia, pero tiene su complejidad.
El Covid-19 mató a miles de personas y dejó secuelas en muchas más.
Ómicron también trae secuelas, aunque solo se haya manifestado como una gripe, un “catarrito”, un resfriado o un dolor de garganta.
Con el Covid-19 se cerraron escuelas, comercios, industrias y otros negocios que no eran de primera necesidad.
Autoridades han desestimado a Ómicron porque no ha provocado tantos muertos, ni han saturado hospitales ni han tenido que cerrar comercios.
Pero no han reparado en que su capacidad de contagio ha provocado un considerable ausentismo laboral y afectaciones en nuestra salud mental.
Con los 49 mil 343 contagios de ayer, la cifra más alta desde que inició la pandemia, tan solo en dos semanas ya suman 426 mil 110 personas contagiadas.
Se estima que en las primeras semanas de enero se otorgaron más de 50 mil tramites de incapacidad por resultar positivos a Covid.
Eso sin contabilizar a las personas que no se realizan la prueba y van a trabajar o las personas que laboran en el comercio informal.
Situación que repercutirá en la economía, no solo de las familias y de las empresas, sino de diversos sectores económicos.
Según la Organización Internacional del Trabajo el mercado laboral tardará en recuperarse y el desempleo se mantendrá por encima de los niveles de cuando empresas y negocios tuvieron que cerrar y despedir a la gente.
Pero eso no es todo. Ómicron ha revelado afectaciones inmediatas en personas contagiadas, con secuelas de larga duración.
Síntomas como secreción nasal, dolor de cabeza, fatiga, estornudos, dolor de garganta, tos persistente, voz ronca, escalofríos, fiebre, mareos, niebla mental, dolores musculares, pérdida del olfato y dolor en el pecho.
Y secuelas como cansancio extremo, debilidad muscular y rigidez articular, dificultad para respirar, acumulación de flemas, falta de energía, problemas estomacales (diarrea, vómitos y acidez), debilidad física, pérdida de peso, cambios en el sentido del gusto u olfato, movilidad reducida, dificultades para tragar y falta de apetito.
Sin embargo, hay dos temas muy importantes con esta nueva variante que debemos tener en cuenta: el miedo y la salud mental.
Por un lado, la rapidez del contagio ha provocado miedo en las personas. Miedo a creerse contagiadas con el mínimo síntoma. Miedo a tener contacto con cualquier persona. Miedo a lo que tenemos alrededor.
Miedo a estar dentro del círculo de nuestros conocidos que resultaron positivos a Covid. Una vorágine en nuestra salud emocional.
Y la segunda, a la que debemos ponerle mucha atención es nuestra salud mental.
Un tema que debe ser prioritario no solo en las familias, sino en las empresas. Porque el estrés personal abarca desde lo familiar hasta lo laboral.
Investigadores, médicos y especialistas han detectado consecuencias post Covid como depresión, irritabilidad, delirio o confusión, ansiedad, pesadillas, insomnio, falta de memoria, olvidos y poca claridad para pensar.
Hay que sumar las crisis familiares por situaciones económicas y financieras, el desempleo, los recortes de salarios y otros problemas psicosociales, que generan estrés.
En estos dos años de pandemia, nuestra vida diaria y el entorno laboral ha sufrido transformaciones que desembocan en nuestra salud mental.
No lo desdeñemos, esto no ha terminado, al contrario, nos ha traído una lección más.