Por. Bárbara Lejtik
Los caminos de la vida no son lo que yo pensaba…
Y una queretana de cepa como yo sigue a su marido a donde quiera que lo manden en la chamba. ¿Quién me diría que mudarme a esta ciudad me volvería una persona independiente?
Así fue como hace 24 años llegué al entonces Distrito Federal, que para mí era hasta ese momento territorio incierto, si bien veníamos a las corridas de toros los domingos o a visitar a la familia y había tenido un par de novios chilangos en mi lejana juventud; no tenía ni idea de lo que era vivir acá.
En aquel entonces se veían “los volcanes” a cualquier hora del día, podías entrar a la casa de Frida sin reservación y pasar toda la tarde casi a solas con ella. No había segundo piso ni Metrobús, Reino Aventura todavía se llamaba Reino Aventura y lo más bizarro de todo, para no perderte ocupabas un pesado libro lleno de coordenadas y mapas que se llamaba “Guía Roji”, y eso creo que fue lo primero y más útil que adquirí, con plumón amarillo fosforescente marcaba todas las rutas que necesitaba y memorizaba las calles, aun así me daba unas perdidas de terror y fue cuando entendí que en esta ciudad hay hoyos negros y gusanos de tiempo por cualquier lado, que si te equivocas en una calle puedes aparecer en otra dimensión completamente desconocida.
Todo resultaba fascinante para mi en este serengueti urbano, los aromas, los anuncios, el caló Chilango. También había cosas que me parecían espeluznantes, como los sonidos de la noche, el ruido del afilador de cuchillos, el del carro de los tamales y el del comprador de fierros viejos, aunque me acostumbré con el tiempo, sigo pensando que es para caracteres muy templados vivir aquí y eso que no existía aún la alerta sísmica que si es para destruirle los nervios a cualquiera.
Recién se estrenaba el gobierno del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y con él la promesa de una ciudad mucho más equitativa, incluyente y justa para los capitalinos, un nuevo orden en el que muchas más personas gozaran de derechos y se reconocieran como iguales en responsabilidades ante la ley.
Fui testigo de cómo se instituyó aquí el matrimonio igualitario, situación que festejé y que la generación a la que abrimos paso ya ve como algo absolutamente normal. Como debió ser siempre, me tocó el paro de la UNAM, la caravana del Ejército Zapatista, el inicio de las marchas en contra de la violencia por género, el día del orgullo gay, la construcción del segundo piso y el Metrobús, que si bien colapsaron en ese tiempo los accesos ahora son arterias de vital importancia en el tránsito capitalino.
Me volví madre, fui empleada, he sido estudiante, activista, empresaria, cliente, jefa, paciente, pero nunca he dejado de ser turista, no puedo dejar de sorprenderme cada día con esta Ciudad que competiría en excentricidad con la mente más perturbada de la historia.
Que impresionó al mismo Salvador Dalí, inspiró a las mentes más creativas y que fascina siempre a propios y extraños.
En donde el lenguaje siempre fue inclusivo, las preferencias, creencias y razas simples características, en donde cada quien habla su lengua originaria y respeta la religión que se inventó para vivir feliz.
No tenemos mar, pero tenemos los canales de Xochimilco; no se consigue garbanza, pero hay una oferta gastronómica callejera digna de todos los reconocimientos.
Me encanta vivir aquí, extraño ver los volcanes que si son ahora un lujo, me encanta saber que siempre, en cada esquina está ocurriendo algo extraordinario, que millones de historias suceden simultáneamente y que nuestro pobre Ángel de la Independencia no se da abasto para cuidar a esta tribu sin miedo a nada, que es la chilanga banda.