jueves 21 noviembre, 2024
Mujer es Más –

Por. Citlalli Berruecos

Por alguna razón desconocida, lo cotidiano se vuelve costumbre. A veces, lo nuevo debe repetirse para darnos cuenta que lo que vivimos diario, puede tener el encanto o desilusión de despabilarnos y generar nuevas emociones. 

Para llegar a casa de mis padres hay dos caminos, uno largo que implica llegar a una avenida con semáforos, o el segundo, uno más corto por calles del pueblo en el que esperas no encontrarte de frente con un camión o con alguien que decide estacionarse dejando espacio y tránsito para un sólo coche.  Acostumbro tomar la ruta del pueblo porque me permite llegar a la calle en la que te acompaña la barranca llena de árboles y mariposas blancas. 

Fueron varios días que al dar vuelta a la derecha esperando respirar el verde en una ciudad como la nuestra, encontré a un señor mayor en muletas sin una pierna pidiendo limosna. Cuando lo cotidiano me quitó la ceguera, intenté detenerme para darle algo, pero la presión de los coches persiguiéndome y en prisa, no me permitía hacerlo. Hace mes y medio, a las 7 de la mañana, estaba ahí, estoicamente en el frío otoñal.

–  “Tomé, discúlpeme por no haberme parado antes, pero los coches no me lo habían permitido.”

–  “No se preocupe, señorita, no puedo ver y tampoco sé quienes pasan. Que Dios me la bendiga y muchas gracias.”

Su sonrisa al sentir que le había dado un billete, es inolvidable.

Al día siguiente, el señor no estaba ahí. Esperaba encontrármelo, lo que no sucedía, mientras que las semanas se instalaban en lo cotidiano y el olvido en mi vida. 

Hace dos semanas, decidí preguntar en la casa de la barranca si sabían de el. 

–  “Uy señorita! Dicen que le dieron un dinero y que lo primero que hizo fue ir a comprar su mezcal y que se lo tomó hasta morir. El sabía que no podía hacerlo, pero dizque murió feliz.”

Mi corazón se detuvo por un momento y mi cabeza empezó a girar en sus revoluciones imaginarias. ¿Habrá sido el dinero que yo le di? ¿Debo sentirme culpable de algo? Pero dicen que murió contento haciendo lo que quería… 

Recordé a mi abuelo escondiendo dulces por toda su casa para evitar regaños ante la diabetes que le consumía la vida y cómo la familia discutía si se le permitía hacerlo al saber su secreto. Si se le decía algo, podía generar que por su rebeldía consumiera más; si no se le decía, por lo menos se sabía que su consumo sería limitado a los momentos en los que se encontrara solo, esperando que nadie lo descubriera. La preocupación constante de mi abuela y sus ganas imparables de cuidarlo, porque eso era lo que ella tenía que hacer por ser su esposa, bajo esa encrucijada era una carga pesada en su vida. ¿Cómo no sentirse culpable si mi abuelo moría? Por el otro lado, ¿cómo permitir que gozara sus últimos años disfrutando su placer azucarado? ¿Qué hacer? Difícil respuesta cuando lo que impera en nuestras vidas es el amor y las inmensas ganas de vivir y compartir mucho, cada día más con ese alguien que marca nuestras vidas y corazones.

Hace unos días llegué a esa vuelta a la derecha para ver los árboles y mariposas blancas, y ahí estaba, con sus muletas.

 

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