Por. Gilda Melgar
Miércoles 3 de noviembre. Primer día frío del otoño 2021. Temprano, en la mañana, recorro a pie las calles de la colonia Del Valle. Camino con tranquilidad gracias a la claridad del nuevo horario. El aire fresco se cuela por mis pies. Apuro el paso para entrar en calor mientras observo que cerca de las 8:00 am la vida ya se ha puesto en marcha.
Al pasar junto a los muros de la secundaria No. 14 escucho las voces de los adolescentes. Quizá estén en clase de Educación Física. Sonrío al imaginar la alegría de esos estudiantes de regreso a las aulas.
En la siguiente esquina, hombres y mujeres rodean un puesto de tamales con las manos resguardadas en los bolsillos a la espera de su guajolota con atole. Sin duda, el desayuno perfecto para la temporada de frío.
Poco a poco la avenida se llena de autos. Una conductora aprovecha el alto y se baja el cubrebocas para pintarse los labios de rojo. A nadie le importa ya manchar ese pedazo de tela que nos ha amordazado el alma por casi dos años. Otro conductor tiene la mirada perdida, pero me cae bien al escuchar que tiene sintonizado mi noticiero favorito.
Cruzo la calle y el conserje que barre unas hojas secas frente a un edificio, no sólo me deja pasar, también me dice: “Muy buenos días, señora. Que le vaya bien”. No lo conozco. Siento esperanza y vuelvo a sonreír.
Más adelante, un joven sale de otro edificio presto a pasear a su mascota. Me rebasa y el perro, de hermosos ojos azules, me olfatea un poco y corre a la próxima jardinera para hacer de las suyas.
Al pasar frente al café de la sirena veo un promocional con la imagen de las bebidas de temporada: “Merry merry strawberry”, otra vez en los vasos con estampado de suéter navideño.
¿En serio ya se acabó el año? Siento un hoyo en el estómago y repaso en modo ráfaga mi 2021.
El año al que llamo “Stand by” y cuyo único objetivo fue el de sobrevivir y estar vacunados será inolvidable para todos, aunque no sea por los mejores motivos.
Apenas ayer la celebración de nuestro Día de Muertos se percibió más viva que nunca, porque cómo no honrar a los que no alcanzaron a ver la vacuna y tantos otros miles que se fueron en los meses más críticos de la pandemia.
Otra vez siento un hoyo en el estómago pensando en todos los amigos y conocidos que tuvieron que despedir a sus seres queridos, de un día para otro. Las fotos con las ofrendas bellamente decoradas inundaron las redes. Fueron puestas con amor y los manjares favoritos de los que ya no están. Este 2 de noviembre vivimos un duelo común. El que a todos nos compete y nos une sin importar filias y fobias. Hay mucho dolor por sanar.
Cruzo el eje y el viento frío golpea mi rostro. A pesar del cubrebocas percibo el aroma de mi perfume: ciprés, sal de mar y haba tonka. En la tienda me dijeron: “Es una fragancia de verano”, pero yo me la pongo cuando me da la gana, porque me transporta al mar que, debido a la pandemia, aún no he podido visitar.
Recuerdo un artículo que leí esta semana en relación con los premios a la mejor fragancia del año y los datos arrojados por la industria, que demuestran el regreso a “una auténtica pasión por el perfume” a nivel internacional, pues “resulta evidente que la gente ha vuelto a recuperar el gusto por perfumarse, por compartir y regalar en un proceso equiparable a los felices años 20, cuando tras la guerra y la crisis floreció la creatividad y surgieron muchas de las grandes firmas de cosmética”.
Estamos hartos del olor a muerte. Pedimos a gritos reconectar con la naturaleza y los aromas que nos hacen sentir vivos.
Casi llego a mi destino. Repaso los pendientes laborales del día. Enlisto el orden de las cosas por hacer.
Recuerdo los mensajes por enviar. También unos mandados vespertinos. Aún tengo trabajo. Gracias vida.
De pronto siento ganas de llorar. Ahora tengo un nudo en el pecho. Me doy cuenta de que es mucho por lo que hemos pasado, pero seguimos aquí. Soy testigo del fin del año, de la espera.
Aún hay mucha incertidumbre en el ambiente y el duelo no acaba, pero esta ciudad está viva y sus habitantes la hacen vibrar otra vez.
Me acomodo en mi escritorio. Aspiro el aroma del café. Siento esperanza. Y sonrío otra vez.