Por. Boris Berenzon Gorn
La adicción se ha incrementado porque el capitalismo en su cumbre la tomó como un objeto de compra-venta. La adicción es la negación del sujeto y la esperanza nos convierte a todos en ciudadanos de un mundo-desastre para no ver lo que nadie quiere ver y vivir en un mundo de goce provocado por el consumo. Los que no pueden adquirir el objeto del goce —los desposeídos— serán orillados a hacer cualquier cosa para intentar adquirir “ese oscuro objeto del deseo” del que hablara Luis Buñuel. Otra forma de adquirir el producto adictivo es hacer puntos de pequeñas ventas que permean e incluyen a todos los sectores de la sociedad y los homogeniza dándoles una identidad.
La adicción entonces nos permite pensar que somos lo que nos gustaría ser, el yo imaginario se apodera de nosotros y podemos hacer y decir cosas que no haríamos si no fuéramos adictos y por ello manipulables, porque estamos urgidos ante la búsqueda de ese imaginario en el que nos envuelve la adicción. Hay adicción a todo. De la cuna a la tumba. La variación. La adicción no tiene edad.
Conversemos con la ciencia. Ella nos dice: “Se reconoce como una adicción al consumo repetido de una o varias sustancias psicoactivas, en el que frecuentemente el consumidor llega a la intoxicación, tiene un deseo compulsivo de consumir la sustancia (o las sustancias) y ha intentado varias veces dejar de consumirla sin conseguirlo. Generalmente hay una tolerancia hacia la sustancia, es decir, necesita más cantidad para conseguir los efectos deseados. Cuando se interrumpe el consumo se presentan diversos síntomas relacionados con la abstinencia, que varían en gravedad y duración dependiendo del tipo de droga y del tiempo de consumirla. Cuando existe un grave problema de dependencia, la vida cotidiana del consumidor gira en torno a la sustancia, ya sea para conseguirla o para evitar los efectos de la abstinencia” (El cerebro y las drogas, sus mecanismos neurobiológicos. Salud mental, 33(5), 451-456.OMS (2014). Glosario de términos de alcohol y drogas).
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco, realizada en el 2017 por el Instinto Nacional de Psiquiatría, las drogas que más se consumen son la mariguana (8.6%) y la cocaína (3.5%). El consumo de ambas drogas en más frecuente entre los hombres. En cuanto a la dependencia a drogas en el último año, es de 0.6% en total, sin embargo, esta se presenta principalmente en los hombres con 1.1% en contraste con el 0.2% para las mujeres.
Eduardo Calixto, neurofisiólogo mexicano destacado, nos cuenta que “que en un experimento llevado a cabo por la Universidad de Maryland, en el que se pidió a un millar de universitarios que pasaran 24 horas sin internet ni medios de comunicación: Tras un día sin contactos en la red, alrededor de un 20% de los estudiantes manifestaron un síndrome de abstinencia tecnológico con sentimientos de «desesperación», «vacío» o «ansiedad»”.
Es momento de aceptarlo: tenemos un problema más de adicción. Una adicción socialmente aplaudida, pero no por eso menos digna de encender alertas. Somos adictos a nuestros smartphones a un nivel que somos incapaces de aceptar. Su batería nos parece el oxígeno que nos da la vida y su compañía el amuleto protector que ha de sacarnos de toda clase de apuro. Se trata, indudablemente, de un objeto que ha llenado nuestra vida de beneficios; sin embargo, nuestras actitudes enfermizas nos hacen a veces preguntarnos: ¿esta tecnología existe para nosotros o somos nosotros quienes existen para alimentarla? ¿son genios los niños que a temprana edad manejan los instrumentos tecnológicos o quienes los construyen para atraparlos?
A muchos les parecerá una exageración poner esto en términos de adicción. Ni cómo culparlos: la negación es siempre el primer paso en este tipo de procesos. Pero sólo hace falta preguntarse cuándo fue la última vez que uno pasó más de doce horas —ya no hablemos de días— sin necesitar un contacto con su smartphone. Como muestra, uno puede mirar hacia la cabina de un avión acabado de aterrizar. Tan pronto se permite reactivar las conexiones, todos acuden a su teléfono celular como si de un tanque de oxígeno en una situación de vida o muerte se tratara. Algunos, los menos, se abstienen por unos segundos, más conscientes del comportamiento compulsivo que los domina.
No sólo somos dependientes. Lo nuestro va un paso más allá. Su compañía no es suficiente. Su cálida presencia junto al muslo no nos basta. Saber que va a sonar cada vez que alguien nos invoque, cada vez que algún usuario nos mencione en un comentario vacío, cada que un pendiente nuevo se acumule en nuestra bandeja de entrada… Ninguna de esas seguridades nos satisface. Hay que acudir al smartphone activamente. Asegurarnos de que no nos hemos perdido ni un detalle, de que ninguna notificación se ha librado de su vibrar discreto, de que ningún chisme escapa a nuestros ojos, de que nadie está siendo linchado sin nosotros mirarlo porque queremos ser omnipresentes.
Lo que necesitamos es el scrolleo, el estímulo nuevo. Que el mundo online nos ofrezca por montones una variedad de novedades que el mundo offline ni de chiste sería capaz de proveer. Nuestras novedades pueden ser mensajes de WhatsApp, noticias, publicaciones de Facebook, tweets, videos nuevos en YouTube o, simplemente, contenido viejo pero que nunca habíamos visto. Como sea, produce placer a nuestro cerebro y éste, cómodo y dominado por el ello, se acostumbra a exigir estas dosis de mimos en un flujo imparable.
Vivimos en una época fácil acceso a la adicción. Estas empiezan desde una posible curiosidad, como una forma de pertenencia a un grupo y finalmente como una evasión de la realidad . El smartphone hoy es una adicción y aunque no lo queramos es una enfermedad. No es raro quien scrollea compulsivamente, sino quien no lo hace. No importa si está solo, en la cama, en la comodidad de la taza del baño, o acompañado en una reunión familiar, entre amigos, o incluso en el trabajo. Ir en búsqueda de las publicaciones nuevas es algo que puede hacerse a cualquier hora, en cualquier contexto, y a veces ya ni siquiera es entendido como una distracción, sino como parte de la presencia de un individuo. Hoy incluso se habla de que la nomofobia como el miedo a estar despojados de nuestro smartphone.
Estas adicciones ya están siendo estudiadas desde la neurobiología y desde la psicología. Así lo relató el psicólogo español Marc Masip a la BBC, asegurando que lo que muchos vivieron con la caída de Facebook fue propiamente un síndrome de abstinencia: “La gente enloqueció cuando en realidad no pasaba nada”.
¿Cuáles serán las consecuencias de esta adicción? Muchas están por verse. Mientras tanto, Masip habla de menor rendimiento académico en los jóvenes, ansiedad, trastornos alimenticios, accidentes de tráfico y más. Finalmente, la adicción suple una ausencia de un no lugar en la vida, y se convierte en la tierra prometida.
Manchamanteles
En los laboratorios de los grandes gigantes tecnológicos se cocina el metaverso: la nueva faceta de la realidad virtual. Dicen que será un cambio tan revolucionario como el paso de los antiguos teléfonos celulares a los smartphones. Una revolución que, sabiamente (¿?), nuestra sociedad y sus líderes están dejando que encabece Facebook.
Narciso el obsceno
No hay otro semejante, dijo Narciso, aterrorizado frente a su propio espejo. Hay quienes se asustan frente a su propia expresión de desamparo.